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Signo y Gracia
26 de noviembre de 2023
Nº 1491 • AÑO XXXI

El Simbolismo del Cuerpo

Sacramentos de la creación

Debemos reconocer nuestra indigencia. No somos autosuficientes. No nos podemos abastecer a nosotros mismos. La fuente de energía nos viene de fuera y por eso tenemos que depender y tenemos que pedir. Es un pedir que resulta humillante para el hombre soberbio.

En la historia de la humanidad existen una especie de sacramentos primitivos, que diversamente modulados están presentes incluso en nuestro mundo moderno y secularizado. Estos sacramentos de la creación brotan en momentos relevantes de la vida humana y se convierten en hendiduras de lo cotidiano, a través de las cuales se puede observar el ser del hombre en su apertura al absoluto. Entre estos momentos están momentos como el nacimiento, la muerte, el acto sexual y la comida. En estas experiencias el hombre bordea sus propios límites, barrunta lo distante e inmenso, y se percibe en constante interacción y renovación como ser biológico y propiamente humano.

El hecho de comer revela ante todo que el hombre es un ser de necesidades. Según Simone Weil, tenemos necesidad de pan. Somos seres que tomamos continuamente nuestra energía del exterior, pues a medida que la recibimos la agotamos con nuestros esfuerzos. Si nuestra energía no es renovada continuamente, nos quedamos sin fuerza y somos incapaces de cualquier movimiento. Dice Xabier Basurko que el hombre debe mendigar su ser en las cosas, debe “morder en la realidad”. Y añade Levinas, que al entrar en comunión con el universo material mediante la comida, el ser humano percibe oscuramente que él no se fundamenta en sí mismo, que vive recibiendo. La existencia humana se apoya en la compañía de las cosas, se nutre en su mismo torrente de vida, se funda en esa comunión con el cosmos”.

Aparte de la comida, propiamente dicha, en el sentido general del término, todo lo que genera un estímulo es para nosotros fuente de energía. Hay un pan de este mundo: dinero, progreso, consideración, recompensas, celebridad, poder, seres queridos, todo lo que estimula nuestra capacidad de actuar es como el pan. Pero hay una energía trascendente cuya fuente está en el cielo y se derrama sobre nosotros en el momento en que lo deseamos. Es realmente una energía y actúa por mediación del alma y el cuerpo.

Debemos reconocer nuestra indigencia. No somos autosuficientes. No nos podemos abastecer a nosotros mismos. La fuente de energía nos viene de fuera y por eso tenemos que depender y tenemos que pedir. Es un pedir que resulta humillante para el hombre soberbio.

Hay que pedir no sólo energía espiritual, sino también la energía material, proteínas, vitaminas, minerales, hidratos de carbono, energía para nuestro sistema nervioso, fósforo para el cerebro, calcio para los huesos, hierro para la sangre.

Comer y beber significa también un proceso de interiorización, de incorporación. El alimento se interioriza en mí. Lo ingiero, lo digiero, lo asimilo, lo incorporo: pasa del orden de mi tener al orden de mi ser.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano