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Signo y Gracia
19 de noviembre de 2023
Nº 1490 • AÑO XXXI

El Simbolismo del Cuerpo 

Gesto y palabra en la liturgia cristiana

El gesto no viene tanto a subrayar la palabra cuanto a reforzar y adensar el silencio. Por eso no debe seguir a la palabra, sino precederla.

El ser humano posee dos clases de lenguaje: la palabra y el gesto, entendido este último en el sentido más amplio de la postura del cuerpo. El primero se dirige a los oídos; el segundo, a los ojos. Y con la unión de uno y otro se llega a expresar perfectamente el propio pensamiento.

Es lógico, por lo tanto, que la Iglesia haya llevado a la liturgia, junto con las fórmulas, también el expresivo movimiento del cuerpo humano. Tenemos así la categoría de los gestos litúrgicos.

El gesto humano tiene su autonomía respecto a la palabra. La gestualidad no es un ejercicio para traducir la palabra a gestos, para doblar o reforzar su mensaje, para ilustrarlo. Es un lenguaje autónomo que tiene su propia expresividad, aporta algo distinto de lo que pueden aportar otros lenguajes.

Frente a la lengua hablada analítica y sucesiva, secuencial, la comunicación gestual es más concentrada, sintética y sincrónica, totalizante. Su encarnación es más densa. Muchas veces el gesto se emplea cuando la palabra resulta impotente para transmitir lo que se desea comunicar. Por eso el lenguaje gestual se sitúa más bien del lado del silencio y de un cierto apofatismo. El silencio apofático es el clima propio de la experiencia religiosa y el terreno mejor abonado para que surja la palabra verdadera, esencial. El gesto no viene tanto a subrayar la palabra cuanto a reforzar y adensar el silencio. Por eso no debe seguir a la palabra, sino precederla, como sucede en la imposición de manos de la ordenación. Entonces suscita un clima para que la palabra sea bien recibida. Crea como una caja de resonancia en la que la palabra logra toda una amplitud que permite a sus ondas alcanzar, sacudir los corazones, es decir, el núcleoúltimo y central de la persona.

La tradición litúrgica es una de las típicas áreas de emergencia de lo simbólico, es decir de aquel conjunto de elementos sensibles a través de los cuales los hombres gustan de los dones de Dios, y aprehenden significados que trascienden las realidades tangibles siguiendo el dinamismo de las imágenes.

Dice San Agustín: “Los signos de las realidades divinas son desde luego visibles, pero en ellos se veneran realidades invisibles”. “Porque todo lo que sugieren los símbolostoca e inflama el corazón mucho más vivamente de cuanto pudiera hacerlo la realidad misma, si se nos presentara sin los misterioso revestimientos de estas imágenes... Yo creo que la sensibilidad es lenta para inflamarse, mientras está trabada en las realidades puramente concretas; pero si se las orienta hacia símbolos tomados del mundo corporal y se la transporta desde ahí al plano de las realidades espirituales significadas por estos símbolos, gana en vivacidad, ya por el mismo hecho de este paso, y se inflama más, como una antorcha en movimiento, hasta que una pasión más ardiente la arrastre hasta el reposo eterno”.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano