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Signo y Gracia
22 de octubre de 2023
Nº 1486 • AÑO XXXI

El Simbolismo del Cuerpo 

El cuerpo: símbolo primigenio del hombre

Todo lo que hacemos tiene una dimensión simbólica. En todo lo que hacemos y tenemos hay un lenguaje implícito, quizás inconsciente para nosotros mismos, pero muy elocuente para los demás. Ellos ven en todo lo que hacemos la imagen que intentamos cultivar y proyectar.

El cuerpo del hombre es el símbolo real de su persona, porque es en el cuerpo donde el hombre se hace presente. El yo personal necesita del cuerpo para penetrar en el espacio y el tiempo. El cuerpo es el instrumento que necesita el alma para manifestarse, y para entrar en comunicación.

El hombre puede también asumir los objetos de su entorno y de esa manera expande su cuerpo más allá de sus límites. Nos situamos y nos manifestamos también a través de otras realidades materiales tales como ropas, instrumentos, espacios, que son prolongación de nuestro cuerpo. La línea de los miembros se une al utensilio. Una bandeja en la mano prolonga el brazo en actitud de ofrenda. Un martillo da pujanza al golpe que da el brazo. Cuerpo, vestido y utensilio son los tres primeros caparazones que rodean nuestro cuerpo. Más allá está también la casa como espacio expresivo y comunicador. Luego la ciudad, el paisaje, la patria.

El hombre, pues, se da a conocer mediante su elección de unas cosas u otras, mediante el modo como se viste o como amuebla su casa. Todas estas cosas son símbolo real de su persona, y manifiestan su presencia. El hombre deja su huella en el mundo de su entorno y lo configura, convirtiéndolo así en prolongación de su ser y en manifestación de su ser.

Ese espacio intermedio garantiza al mismo tiempo la alteridad, y la preservación de la identidad, garantiza que el yo no sea absorbido por el tú. Incluso en la relación más amorosa nunca se da una fusión o a una disolución del yo en el tú. En el espacio intermedio están ambos presentes pero siguen siendo conscientes de sí mismos. El mundo del entorno repercute en cómo se siente un hombre en la medida en que le permite expresarse mejor y comunicarse mejor.

Todo lo que hacemos tiene una dimensión simbólica. En todo lo que hacemos y tenemos hay un lenguaje implícito, quizás inconsciente para nosotros mismos, pero muy elocuente para los demás. Ellos ven en todo lo que hacemos la imagen que intentamos cultivar y proyectar.

El mejor modelo de símbolo que podemos escoger es el cuerpo, como símbolo de la persona. No es una realidad distinta de la persona porque forma parte de ella. Permite exteriorizar la persona, manifestarla, comunicarla de una manera más inmediata y verdadera que cualquier lenguaje que esté compuesto de signos.

Decir que la cara es el espejo del alma significa decir que la cara es un símbolo natural, que expresa algo misterioso y oculto, que no puede darse a conocer de otro modo. Dicen que a partir de los cincuenta años cada uno tiene la cara que se merece, la que ha ido construyendo día a día, la que refleja todos los avatares de la vida.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano