INICIO
Signo y Gracia
8 de octubre de 2022
Nº 1484 • AÑO XXXI

Lo Sagrado y el Hombre 

Cristianismo y religiosidad natural

A Dios hay que darle lo que le corresponde, y lo que le corresponde es nuestro tributo de adoración, el culto debido, la latría.

El cristianismo ha guardado siempre una actitud ambigua y dialéctica con respecto al culto de la religiosidad natural. En determinadas épocas de la historia lo ha utilizado como base a partir de la cual explicar al hombre la especificidad de la liturgia cristiana. Se partía de esa definición de culto, para luego introducir las modificaciones cristianas. En otras épocas, en cambio, se ha partido de la especificidad de la liturgia cristiana, de la ruptura radical, para sólo después intentar dialogar con el culto de la religiosidad natural. Se trata de vías alternativas que responden a los signos de los tiempos.

ASUNCIÓN DEL PLANTEAMIENTO DEL CULTO DE LA RELIGIOSIDAD NATURAL
El adjetivo de culto “público” que se ha venido usando en la Iglesia occidental acentuaba aún más hasta la encíclica Mediator Dei de Pío XII, la teología de liturgia se asentaba sobre la categoría del culto. La liturgia era el culto público de la Iglesia. Ahora bien este concepto de culto es demasiado genérico. Es una realidad que se da en todas las religiones y tiene un sesgo moralista y juridicista. Se insiste en la “oficialidad” de un culto ajustado a unas rúbricas, dictadas por la Sagrada Congregación de Ritos. De aquí a confundir la liturgia con la rúbrica no había más que un paso.

Por otra parte, este planteamiento se mueve en la esfera moralizante de las obligaciones éticas del hombre. Se clasificaba la “religio” como una de las virtudes, encuadrada dentro de la justicia. La justicia consiste en darle a cada uno suyo. Pues bien a Dios hay que darle lo que le corresponde, y lo que le corresponde es nuestro tributo de adoración, el culto debido, la latría. Este culto debido es un culto público sancionado por la Iglesia y conducido por personas específicamente consagradas a esta tarea. La religio así entendida es la virtud moral suprema.

El culto sería la tercera obligación del hombre con Dios, paralela a la fe en las verdades reveladas y el cumplimiento de los mandamientos. Como vemos, esta manera de entender la liturgia subraya el movimiento ascendente del hombre hacia Dios, expresándole el reconocimiento debido mediante determinados gestos o símbolos, pero no expresa el movimiento descendiente de Dios hacia el hombre que es el que posibilita que el hombre pueda ascender a Dios. Por eso el concepto de culto no es el concepto más apropiado para apoyar sobre él toda la teología de la liturgia. 

SUPERACIÓN DEL CONCEPTO DE CULTO
La Sacrosanctum Concilium va a dar un giro radical a este planteamiento, superando la concepción latréutico-cultual. La constitución subraya la dimensión catabática de la liturgia, en cuanto acogida de la acción santificadora de Dios. No se trata tanto de lo que el hombre hace por Dios, sino de lo que Dios ha hecho por el hombre. Dios es sólo perfectamente glorificado cuando el hombre es santificado. La liturgia es la glorificación de Dios mediante la santificación del hombre. En palabras del propio concilio, “es la obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados” (SC 7). La finalidad de este culto es “la obra de la redención de los hombres y la perfecta glorificación de Dios”. Sólo cuando el hombre es redimido puede Dios ser perfectamente glorificado. Al actuarse la redención de los hombres en la liturgia, se está actuando simultáneamente la glorificación de Dios

Uno de los cambios principales del concilio fue sustituir el concepto de “culto” por el de “mysterion”. La liturgia vuelve a entenderse como celebración de los misterios. Se trata fundamentalmente de la celebración del Misterio Pascual.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano