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Signo y Gracia
1 de octubre de 2023
Nº 1483 • AÑO XXXI

Lo Sagrado y el Hombre

La acusación de amoralidad

Otra fuente de oposición al culto y a la religiosidad natural viene de una imagen racional de Dios. Según ella, lo que Dios busca del hombre es un comportamiento ético y no unas acciones rituales.

Los profetas en sus invectivas protestan contra un culto vacío. Jesús relativizaba el culto y denostaba a los fariseos que devoraban los bienes de las viudas bajo excusa de largas oraciones.

Una religión que sitúe su centro en los valores éticos, no puede aceptar que la adoración a Dios en el mundo se lleve a cabo por medio de prácticas rito-cultuales. La adoración de Dios en espíritu y verdad no conoce tiempos o espacios sagrados. Se realiza en el servicio a cuanto es verdadero, bueno y hermoso, en la vida cotidiana.

La liturgia se limitaría a ser un apoyo catequético y expresivo para la fe. Ayudaría sólo en la medida en que estimula nuestra fe. Sólo la fe tendría eficacia salvífica, no los sacramentos. No cabría hablar de la eficacia de los signos, sino sólo de su valor pedagógico y motivador. Pero entonces ¿es la liturgia necesaria? ¿No bastaría con el kerigma y la diaconía?

Esta crítica del culto parte del hecho de que Dios no necesita esos servicios del hombre. “Si tuviera hambre, no te lo diría, porque míos es el mundo y cuanto encierra. ¿Acaso como carne de toros o bebo sangre de machos cabríos?” (Sal 50,12-13). No es ese el tipo de ofrendas que Dios quiere.

Pero esta crítica, que es bien legítima, puede olvidar que la verdadera liturgia no es el servicio del hombre a Dios, sino el servicio de Dios al hombre. No puede ser una obra del hombre dirigida a Dios, ni el complemento humano de una acción de Dios que no fuese suficiente por sí misma.

LA ACUSACIÓN DE DEGRADACIÓN DE LA DIGNIDAD DEL HOMBRE
La visión de un Dios venerable y temible ha hecho crisis total en el giro antropológico del mundo moderno y postmoderno. No sólo los declaradamente ateos, sino los secularistas que conservan todavía cierta sensibilidad hacia el misterio, e incluso los creyentes y practicantes, encuentran que esta visión de Dios y del culto son degradantes y humillantes para Dios y para el hombre.

Se ha dado lo que Martín Velasco llama una metamorfosis de lo sagrado. Lo sagrado es ahora no ya el trascendimiento de la persona, sino sólo una aureola de la profundidad y dignidad del hombre individual, del círculo de los suyos, o de la humanidad en su conjunto. Se trata de una “religión sin Dios”, o una religión del hombre divinizado, que invita a trascender el egoísmo mediante el don de sí y el sacrificio, pero no desde la aceptación de una autoridad o una tradición exteriores al hombre concreto.

Al cerrarse a la Trascendencia “mayor” de una Divinidad numinosa, lo más que la modernidad está dispuesta a admitir es una trascendencia “menor” (Luckmann), no vertical (Ferry) que consiste en “el aura que rodea al sujeto, la dimensión de profundidad de su conciencia, la inviolabilidad de su dignidad, la sublimidad de la belleza que es capaz de gustar”. Los ritos adecuados a la perspectiva de esta trascendencia menor pueden ser técnicas de concentración y relajación, ejercicios físicos y mentales, dietas vegetarianas vividas místicamente, mantras y músicas, energías y vibraciones, peregrinaciones a parajes naturales estremecedores.

¿Se trata en realidad de una auténtica liturgia?

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano