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Mirada
1 de octubre de 2023
Nº 1483 • AÑO XXXI

El mensaje y el mensajero

Artículo escrito por Enrique Gervilla Doctor en Teología. Catedrático jubilado. Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad de Granada.

Los medios de comunicación, en estos días y de modo repetitivo, informan de los abusos sexuales de un sacerdote. Este escándalo implica para algunos cristianos el abandono de sus creencias religiosas. Situación lógica para aquellos que, por su escasa formación religiosa, no distinguen entre el mensaje y el mensajero, esto es, entre la persona que trasmite un mensaje y su contenido.

Es cierto que, en el  campo educativo, el sujeto y el mensaje (“el que” y “el quien”) se encuentran íntimamente unidos. Un buen o mal profesor de Matemáticas, o de cualquier materia, puede suscitar en sus alumnos el amor y la vocación hacia la asignatura, o bien el rechazo y el odio hacia la misma; pero nadie lógicamente podrá afirmar que las Matemáticas son malas porque el profesor es malo. El valor en sí de cualquier materia académica es independiente del profesor que la imparta. Tal separación es necesario también realizar entre el contenido de la fe cristina y aquellos que tienen la misión de trasmitirla.

LA IGLESIA ES DIVINA Y HUMANA
La Iglesia, nos dice el Concilio Vaticano II, es divina y humana, divina y santa en cuanto a su mensaje, y humana y pecadora en cuanto a sus mensajeros. S. Pablo nos recuerda que llevamos un gran tesoro, pero en vasos de barro (2 Cort.4, 7). La Iglesia es un medio para llegar a Dios, nunca un fin, que es la persona de Jesucristo.

Los escándalos de los mensajeros afectan a la credibilidad de la persona y de la Institución, pero nunca a la veracidad del Evangelio. Dios, Jesucristo, su Palabra, los sacramentos, etc. conservan íntegramente su valor al margen de los escándalos de las personas que predican un mensaje y en su vida hacen lo contrario. A éstas hay que acusarlas de hipócritas, mentirosas, vividoras y dañinas al mensaje que predican. Deterioran la Institución y ocasionan el abandono de la fe de aquellas personas, que bien por su escasa formación religiosa o por sus creencias infantiles, no saben separar el mensaje del mensajero.