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Signo y Gracia
17 de septiembre de 2023
Nº 1481 • AÑO XXXI

Lo Sagrado y el Hombre

El culto en la religiosidad natural

El culto es una forma ordenada y fijada de convivir con lo santo. Respeta las normas que Dios mismo ha impuesto a los que se quieren acercar a Él.

Como siempre existe un concepto de culto en la religiosidad natural. Primeramente lo afirmaremos, desde la perspectiva de un diálogo religioso y la asunción de lo que es común a la antropología humana. Más tarde lo negaremos, para apreciar la singularidad del cristianismo, en su oposición a cualquier forma de idolatría, y en la afirmación de la prioridad absoluta que tiene la iniciativa divina. Finalmente, de un modo sintético, veremos como la noción específicamente cristiana de liturgia engloba cuanto había de valioso y bueno en la religiosidad del hombre, y no hay por qué establecer una dicotomía excesivamente radical que nos sectarice y nos cierre a un auténtico diálogo religioso. Es más, la perspectiva de la religiosidad natural podrá librarnos de determinadas radicalizaciones a las que ha estado tentado el cristianismo en sus épocas más radicales.

LA DIVINIDAD ES ESENCIALMENTE INALCANZABLE
El hombre reconoce un Ser superior del que se sabe dependiente. La adoración es el reconocimiento y la aceptación de este vínculo, permitiendo que Dios sea Dios en su esfera numinosa.

Pero el hombre sabe que no puede acceder a Dios desde su vida secular alienada. Siente a la vez la necesidad de acercarse a Dios y el miedo de hacerlo. La excesiva intimidad con Dios puede matar al hombre. No puede uno ver a Dios y seguir viviendo. El contacto físico con el arca de la alianza fulmina al que la toca, aunque sea con buena intención (2 Sm 6,6-11).

Por eso el hombre necesita un protocolo estricto. El culto es una forma ordenada y fijada de convivir con lo santo. Respeta las normas que Dios mismo ha impuesto a los que se quieren acercar a Él. Lo cultual es lo cuidadoso. No cabe ahí la más mínima espontaneidad. Hay que respetar el protocolo, hasta en los más mínimos detalles. En la liturgia preconciliar se consideraba pecado mortal omitir una sola de las palabras del canon de la Misa.

Por eso, en Israel y en todas las otras religiones, el culto ha sido ordenado por Dios. Es Él mismo quien ha establecido este nivel de encuentro entre sí mismo y los hombres, para salvaguardar así la identidad tanto divina como humana. Al margen de esas rúbricas dictadas por Dios, todo hombre siente su acercamiento a Dios como un peligro de muerte.

El culto acota parcelas de realidad para dedicarlas a esta mediación divina, sustrayéndolas a cualquier otro uso profano. Solamente allí Dios puede hacerse propicio, solamente allí escucha nuestras oraciones, solamente allí podemos tributarle nuestra adoración.

El hombre alienado y pecador debe acercarse a Dios en profundo respeto, quitándose el sombrero, ofreciéndole un regalo simbólico, pero al mismo tiempo presentándole su indigencia. Pensemos en el campesino que con el sombrero quitado, entraba en presencia del señor feudal, con un pequeño regalo con el que expresaba su reconocimiento de vasallo ante el estatus superior del señor. Últimamente, a cambio de este acto de vasallaje, y de ese pequeño obsequio que portaba en sus manos, el campesino buscaba conseguir del señor algún favor mucho más importante, aunque sólo fuese el reconocimiento de la tenencia de sus tierras o el librarse de alguna exacción o de alguna violencia.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano