Lo Sagrado y el Hombre
El espacio sagrado
La presencia eucarística del Señor en la Eucaristía es primariamente para ser comido, no para ser visto, ni adorado, ni visitado.
Para los cristianos, Dios nos escucha en todos los lugares. Dios se transparenta en todo lugar. Todo lugar es potencialmente sagrado. Por eso el templo cristiano no es la “casa de Dios” (Jn 4,23), sino el lugar de la presencia de la asamblea, la domus ecclesiae.
Israel tenía un templo, un lugar sagrado, pero ya los profetas lo relativizaron (Is 66,1-2). En el NT este proceso llega a su culmen. El velo del templo se ha rasgado, y el templo ha sido destruido. Jesús le hace ver a la samaritana que el lugar de adoración no es “ni en este monte, ni en Jerusalén...” (Jn 4,21.23).
En los templos paganos el edificio, el fanum o el temenos, era la morada de la estatua del dios. Es un espacio encantado con vibraciones y energías sobrecogedoras. El campo magnético de la divinidad podía extenderse a cualquier bosquecillo.
En cambio, el templo cristiano es la comunidad de los creyentes que participan de la santidad de Dios. Los cristianos son piedras vivas (1P 2,4-5). Cristo es la piedra angular. “Nosotros somos el templo de Dios vivo” (2 Co 6,16).
Nuestros templos de piedra no son lugares sagrados, sino locales de reunión. El único carácter sagrado es el de su finalidad. En las Constituciones Apostólicas se dice que no es el lugar el que santifica al hombre, sino el hombre el lugar.
Ningún lugar tiene el privilegio de una cercanía especial de Dios. Para el cristiano, si el local deja de utilizarse para un fin religioso, pierde automáticamente su carácter sagrado. En cambio para los judíos la explanada del templo sigue siendo un lugar sagrado hasta hoy.
La iglesia edificio no es casa de Dios, sino casa del pueblo de Dios. La presencia del Santísimo Sacramento no constituye a la iglesia en “casa de Dios”. Colocar el Sagrario en el lugar más prominente de la Iglesia no es costumbre universal ni antigua. En las basílicas romanas siempre está en una capilla lateral. La iglesia no es primariamente un lugar para tener reservada la Eucaristía. En otro tiempo se reservaba el santísimo en la sacristía. Además, Cristo está presente también en la asamblea cristiana, y en la misión. No pude limitarse su presencia a la Eucaristía.
La presencia eucarística del Señor en la Eucaristía es primariamente para ser comido, no para ser visto, ni adorado, ni visitado. La reserva eucarística no tiene otro sentido que posibilitar la comunión a los moribundos, es siempre un alimento para ser comido. La devoción al Santísimo debe estar orientada hacia la comunión.
La presencia de la reserva eucarística no debe dotar a la iglesia de un aura sacral. Un cristiano no debe sentirse cohibido por la presencia de Cristo. En su vida mortal la gente se agolpaba contra él y lo apretujaba.
Pero hay que huir de la exageración contraria. En los años sesenta se sacaron consecuencias radicales de estos principios y esto llevó a la disolución del mismo concepto de liturgia. El templo no puede ser un lugar meramente funcional, una sala de conferencias, o un salón multiuso. Es la psicología del hombre la que necesita espacios donde le sea más fácil recogerse. A ello contribuye mucho que sean lugares que favorezcan la oración, con su silencio, con su belleza, con las asociaciones de ideas y sentimientos que van creando. Y deben ser lugares también que favorezcan la reunión comunitaria, grandes, espaciosos, bellos, con buena visión, con buena acústica, que creen sentido visual de comunidad.
Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano