Lo Sagrado y el Hombre
Consagración de los objetos sagrados
Las bendiciones y consagraciones de objetos pueden ser ocasiones para expresar la fe, pero no les atribuyamos la infusión de una divina virtud estable.
La posible santidad que se atribuya a cualquier criatura distinta del hombre no viene de Dios, sino del hombre mismo. El hombre puede destinar determinados objetos a significar su relación con Dios, puede elevarlos a símbolos de su fe, y reservarlos para esa finalidad.
Pero el hombre puede en cualquier momento revocar ese uso, y entonces el objeto deja de ser santo. Cuando un cáliz se convierte en una pieza de museo para ser admirada como obra de arte, ha sido sustraída a su finalidad santa y queda desconsagrado automáticamente.
La “consagración” de objetos no es necesaria. El rito de consagración expresa la voluntad del hombre de apartar ese objeto para un uso simbólico de su fe. Pero esa santidad no es permanente, sino transitoria. No pertenece al objeto en sí independientemente del hombre. De hecho hay algunas Iglesias cristianas en las que no existen ritos de consagración de cosas.
Otra cosa es que un objeto, como por ejemplo los iconos, merezca respeto por lo que representa y recuerda, por asociación psicológica espacial o temporal con experiencias religiosas humanas. Pero no les atribuyamos fuerza, ni energía, ni electricidad, ni campos magnéticos.
¿Qué pensar del tabú que rodeaba a determinados objetos, sobre todo relacionados con la Eucaristía? ¿La prohibición de tocar los cálices? ¿Los guantes que tenían que usar los sacristanes? Pedagógicamente contribuía a reforzar el sentido de veneración hacia la trascendencia, pero psicológicamente nos lleva a las fronteras del concepto mágico y pagano del tabú.
Son una ayuda a nuestra vida espiritual, pero una ayuda subordinada a nosotros, no una proyección ante la que nos postramos idolátricamente, como si fuera superior a nosotros mismos. Las bendiciones y consagraciones de objetos pueden ser ocasiones para expresar la fe, pero no les atribuyamos la infusión de una divina virtud estable.
Hay que reconocer que el que todo sea bueno, y no haya nada absolutamente profano, no quita el que haya determinadas realidades utilizadas preferentemente en la liturgia. No carece totalmente de sentido el hablar de música sacra o de arte sacro. ¿Es el domingo un día más? ¿Tiene sentido tener lugares reservados para el culto? ¿Tiene sentido consagrar a ciertas personas cualificadas? ¿Hemos de repudiar cualquier ceremonial?
Congar reivindica la necesidad de lo “sagrado pedagógico” y de los signos que simbolicen las realidades ultraterrenas. El cristianismo exige nacer de nuevo por una serie de iniciativas divinas irreductibles al proceso de la creación natural.
La fe bíblica nos invita a sospechar contra lo cúltico, pero eso no implica posicionarnos sistemáticamente contra el culto, haciendo de él una palabra sucia. Se trata de darle su debido lugar. Como en toda otra dimensión, siempre cabe pecar por carta de más o por carta de menos. Lo importante es discernir en cada momento de la historia cuáles son los signos de los tiempos, y si en este momento histórico debemos desacralizar, o debemos insistir en la dimensión cúltica.
Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano