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Signo y Gracia
16 de julio de 2023
Nº 1477 • AÑO XXXI

Lo Sagrado y el Hombre

 La santidad de Dios

En la religiosidad natural, la conciencia de este abismo que hay entre Dios y el hombre lleva a “apartar” una serie de realidades para constituirlas en mediaciones divinas para el diálogo con Dios.

Lo sacro, es aplicado en la Biblia a Dios, como el “solo Santo”, el tres veces Santo (Is 6,3). La santidad divina no tiene nada que ver con ausencia de pecado o con cualidades morales, o con los atributos divinos de bondad o misericordia. Se refiere a la trascendencia divina, a lo inefable de Dios. Su ser está tan por encima de toda criatura que ésta en su presencia se siente ínfima, impura; ya no por razón de los pecados que ha cometido, sino por la abrumadora y abisal diferencia que descubre, la sobrecogedora excelsitud de Dios.

La experiencia humana de esta trascendencia se define con un sentimiento de difícil traducción en español. La Biblia se refiere al “temor de Dios”, que no hay que confundir con el miedo. 

Moisés en el desierto escucha que Dios le dice: “No te acerques, descálzate, el terreno que pisas es sagrado” (Ex 35). Abrahán confiesa: “Soy polvo y ceniza” (Gn 18,21). Pedro exclama: “Apártate de mí, que soy un hombre pecador” (Lc 5,8). No puede el hombre ver a Dios y seguir viviendo. Mi rostro no lo puedes contemplar (Ex 33,20).

Hay que acercarse con profundo respeto. San Ignacio nos habla de “reverencia”. Tener un sentido de lo sagrado, de lo misterioso. Entrar en adoración con cinco partes de nuestro cuerpo tocando el suelo, las palmas de las manos, las rodillas y la nariz. Estremecerse, erizarse. En la versión de los de Emaús: ¿No ardía nuestro corazón?

La Biblia nos habla del cínico, el leits. Se ríe de todo con aire de superioridad. Se las da de estar por encima de todo. Es la contraposición del verdadero sabio. Ante nuestro Criador y Señor. Más allá de todo cuanto podemos pensar sobre él. Sentir el misterio inefable ante el cual no podemos hacer otra cosa que perdernos en el respeto y la adoración.  

¿SANTIDAD DE LAS CRIATURAS?
En la religiosidad natural, la conciencia de este abismo que hay entre Dios y el hombre lleva a “apartar” una serie de realidades para constituirlas en mediaciones divinas para el diálogo con Dios. Supuesto que la realidad está manchada de profanidad, estas realidades mediáticas tienen que ser totalmente sustraídas al uso profano. Personas, lugares, edificios, tiempos, vestidos, objetos son consagrados en exclusiva al uso religioso.

Normalmente en la religiosidad natural la elección de esos elementos mediáticos ha sido hecha por Dios. Es Dios quien ha escogido qué elementos pueden ser utilizados para esta finalidad religiosa. Es la elección divina la que les otorga una santidad, que el hombre sólo puede llegar a conocer a través de una revelación.

En cambio en el Nuevo Testamento ninguna criatura es santa. Sólo en Dios la santidad es esencial. En la criatura la santidad es una relación que nace de la libre donación de Dios.

Pablo habla de los santos, los que han recibido la vida divina, los que han entrado en la esfera de Dios por haber recibido su Espíritu. Llamamos santos a objetos, pero impropiamente. Ningún objeto participa de la vida ni de la santidad de Dios. Sólo puede ser llamado santo por denominación extrínseca. Sólo el hombre puede ser santo, porque sólo el hombre ha sido llamado a compartir la vida divina que Dios le otorga.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano