Lo Sagrado y el Hombre
La nueva sospecha contra la sacralidad
A mediados del siglo XX, por influjo de Barth y de otros, la palabra religión y la palabra cúltico pasaron a ser palabras sucias. El cristianismo, se insistía, no era una religión.
Simultáneamente se estaba dando un distanciamiento frente lo sagrado influido en parte por el espíritu secularizador de la modernidad, y las alergias protestantes.
La secularización quería borrar el dualismo sagrado-profano, para subrayar la secularidad de la naturaleza. Por otra parte el acento de Lutero en la corrupción de la naturaleza le impidió ver cualquier valor en la religiosidad natural, y le llevó a subrayar el radical abismo que separa la fe cristiana de cualquier otro tipo de religiosidad. Además su tendencia a privar a la Iglesia de cualquier corporeidad o visibilidad, le llevó a subrayar el acontecimiento individual de la fe, como respuesta personal a la predicación de la palabra, frente a cualquier otro tipo de mediaciones institucionales.
A mediados del siglo XX, por influjo de Barth y de otros, la palabra religión y la palabra cúltico pasaron a ser palabras sucias. El cristianismo, se insistía, no era una religión. Los teólogos protestantes y algunos católicos influenciados por ellos, subrayaban la alteridad sustancial entre cristianismo y otras religiones. La teología dialéctica demonizaba la religión como manipulación de lo divino; denostaba como idolátrica cualquier manifestación de religiosidad popular. La fe auténtica para ellos tenía que pasar por la desmitologización y desacralización de los protestantes alemanes frente a los excesos idolátricos de los pobres en Latinoamérica. Pero ¿quiénes eran los teólogos europeos para condenar las formas religiosas de la mayoría de la humanidad a quien Europa ha colonizado durante tantos siglos? Lo popular es lo referente al pueblo pobre. Uno de los eslóganes de la Teología de la liberación es que los pobres nos evangelizan. Eso nos obliga a respetar la religiosidad popular. No se trataría de evangelizar la religiosidad popular, sino de dejarse evangelizar por ella.
Vino a incidir también en esta desvalorización de la liturgia el influjo marxista de la época. Los maestros de la sospecha pintaban a la religión como evasión o como opio. La liturgia dividía al pueblo en su lucha por la liberación. Hay sacerdotes que decían: “O celebraré con todos o no celebraré con ninguno”. Más que celebrar hechos religiosos del pasado, interesaban las liturgias en las que se celebraba la marcha liberadora del pueblo y sus acontecimientos más significativos, los unos de mayo, más bien que la Pascua de Jesús.
LA REACCIÓN ACTUAL
Hoy día ha habido un pendulazo. Por una parte, los teólogos secularizantes se pasman hoy del retorno de lo religioso y la New Age. Hoy se da una búsqueda escapista de lo místico en las religiones orientales, en el tarot y los horóscopos, en la cabalá judía. A la gente no le interesa un cristianismo secularizado, no religioso.
Por otra parte el diálogo interreligioso nos está alejando de los planteamientos de la teología protestante de Barth y nos hace valorar lo que tenemos en común con otras religiones, y no sólo lo que nos diferencia.
Hoy, sin dejar de subrayar la especificidad de lo cristiano, ni el peligro de idolatría, superstición y magia, se quiere subrayar el continuum entre el cristianismo y la religiosidad natural, tratando de valorar lo que hay de común con otras religiones sin satanizarlo. Se trata de entroncarse en el substrato común de la antropología humana, a la cual no puede sustraerse ningún aspecto de la vida del hombre, ni siquiera su religiosidad.
La Iglesia tiene una dimensión sacramental, y en ese sentido tiene una consistencia propia. Es en esta dimensión sacramental de la Iglesia en la que tienen sentido las celebraciones de los signos sacramentales.