Lo Sagrado y el Hombre
Dialéctica Fe Cristiana y Hecho Religioso
El concepto de culto va unido con una concepción de lo sagrado, como realidad sustraída al ámbito de la naturaleza y de la vida secular del hombre, como mediación en el acceso a Dios. Hablamos así de lugares sagrados, tiempos sagrados, personas sagradas, vasos sagrados, vestiduras sagradas.
HISTORIA DE LA DIALÉCTICA ENTRE FE CRISTIANA Y EL CONCEPTO DE LO SAGRADO
Hay una dialéctica entre la fe cristiana y el hecho religioso. Unas veces se subraya más lo que les une, y otras veces se subraya más lo que les separa; se ha acentuado más la radical alteridad del fenómeno cristiano en unas épocas más que en otras.
EL NUEVO TESTAMENTO
Los comienzos del cristianismo fueron un momento para marcar diferencias frente al paganismo y frente al judaísmo. Una vez que esas diferencias estén suficientemente bien marcadas, no habrá dificultad en buscar puentes de diálogo. Pero los signos de los tiempos son diferentes según las épocas, y no hay por qué considerar que determinadas impostaciones que fueron buenas en un determinado momento sean buenas siempre.
La impostación del NT es más bien la ruptura con lo cultual, con el mundo sagrado de paganos y judíos. A la hora de explicar y entender la propia vivencia cristiana del culto, los autores del NT no quieren utilizar el vocabulario ni los referentes culturales de lo sagrado. El único sacerdote es Jesucristo. Los ministros no son sacerdotes, sino episkopoi, presbiteroi, diakonoi, nombres todos sacados del lenguaje de la administración civil, más bien que del mundo sacral.
San Pablo manifiesta cierta prevención contra la fijación de fechas especiales (Rm 14,5; Col 2,16-21). No las condena, pero tampoco las impone. Lo que sí nos dice claramente es que no hay que darles excesiva importancia. Más importante es la caridad y la unión. La domus ecclesiae no es el templo.
RESACRALIZACIÓN
Más tarde hubo un movimiento de resacralización, que inculturaba el cristianismo en el mundo grecorromano. Se sacralizó con exceso. Volvieron los tabúes; se predicó la separación, el temenos. Al principio el altar quedaba consagrado cuando se celebraba sobre él la Eucaristía, pero luego se hicieron ceremonias barrocas de consagración. Hasta el siglo V los clérigos no usaban ningún traje “clerical”. Luego se impuso un hábito especial. Hasta el siglo IX se celebró la Eucaristía usando pan corriente, luego se exigió el uso de “hostias”.
Esta separación constituyó una traición al cristianismo, en frase de Péguy. La oposición de sagrado y profano hizo mucho daño a la formación de los presbíteros que se consideraban segregados para las cosas sagradas. Hizo daño a los laicos, al valorarse lo cristiano en la medida en la que se alejaba de lo profano, constituía a los laicos en ciudadanos de segunda categoría en una Iglesia clerical en la que sacerdotes y religiosos, segregados de la profanidad, serían la élite.
Influyeron mucho en este proceso de resacralización fenómenos culturales como el barroco de la contrarreforma, que alejó la liturgia de la simplicidad evangélica para recargar sus signos y complicar sus liturgias. La contrarreforma, al oponerse a Lutero, no hizo suyos determinados postulados que ya habían ido empezando a madurar para entonces, como por ejemplo la lengua vernácula para la liturgia. Quedaron estas reformas total y violentamente aplazadas durante casi cuatro siglos, hasta que por fin pudieron emerger a la conciencia del catolicismo en el Vaticano II.
Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano