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Signo y Gracia
4 de junio de 2023
Nº 1472 • AÑO XXXI

El Concepto de Celebración

Componentes esenciales de la fiesta

Los dos componentes esenciales de la fiesta son la palabra y el gesto simbólico. Nunca pueden faltar ambos en ninguna celebración.  Palabra y símbolo recuerdan el pasado y anticipan el futuro, convirtiéndose así en memoria colectiva del grupo y fundamento de su sentido e identidad.

LA PALABRA
La palabra brota del interior de la fiesta, y propone nocionalmente lo que se celebra. Un brindis o la homilía del santo son un momento en que se verbaliza todo lo que está implícito en los signos externos. Evoca lo acontecido, explicita la valoración positiva que todos hacen del acontecimiento, y expresa el sentimiento de gratitud. Tiene una estructura narrativa. La narración verdadera abre al oyente no sólo al pasado, sino también al futuro. Gira en torno a la potencialidad que encierra el acontecimiento celebrado más que en torno a su facticidad en el pasado. Acerca el futuro al presente, anticipando la utopía. Traza un triángulo unitario entre pasado, presente y futuro. Resalta los acontecimientos pasados de modo que su sentido sea integrado en la experiencia actual. Al hacerlo, transforma esos hechos en esperanza de acontecimientos futuros, que están ya prenarrados de algún modo en el acontecimiento fundador y prevividos en la alegría desbordante de la celebración. La palabra debe ser breve y sintética. Nunca puede pretender explicitar lo que tantos signos explicitan ya por sí mismos. Pero no puede faltar nunca. La ausencia de una palabra explicitadora produce una frustración en los participantes, que siempre exigen que alguien diga “unas breves palabras”. 

EL SÍMBOLO
En cuanto al símbolo, encontramos una variedad de posibilidades. Es muy corriente la ofrenda (flores, regalos). También el canto, la danza o el giro. Algunas de las manifestaciones simbólicas circulares son la corona, la guirnalda, los giros de los seises, los giros en torno a la iglesia en la liturgia bizantina del bautismo o la boda, las coronas de los novios. En estos giros se hace una representación dramático ritual de la creación del mundo. En el círculo desaparece el principio y el fin. Los puntos equidistan del centro. La eternidad se evoca como quietud y dinamismo. La fiesta es una irrupción de la eternidad en el tiempo.

La repetición del ritual permite a la comunidad un retorno a sus orígenes, a los acontecimientos fundantes, a sus raíces constitutivas. Este retorno supone una regeneración y una purificación permanente de la comunidad, al recuperar la conciencia de su propia identidad permanente.

Esto sucede en el tiempo, pero en un tiempo cronológico que se rompe, para dar acceso al tiempo sagrado. Palabra y símbolo recuerdan el pasado y anticipan el futuro, convirtiéndose así en memoria colectiva del grupo y fundamento de su sentido e identidad.

Es frecuente quejarse de la liturgia alegando que es repetitiva, y que carece de originalidad y creatividad. Olvidamos que de la naturaleza de los rituales es precisamente ser repetitivos. Sólo se puede ser original cuando conservamos un núcleo de identidad.

Para que haya cambio hace falta que algo sea distinto y algo permanezca. Si no hay una línea de identidad, ya no hay cambio sino sustitución de una cosa por otra. Decía la filosofía escolástica que en el cambio permanece la sustancia y se cambian los accidentes. Así también para la identidad del rito tiene que permanecer la sustancia.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano