El Concepto de Celebración
Naturaleza religiosa de la Fiesta
Toda fiesta es de naturaleza religiosa, aunque la dimensión religiosa no se explicite. Una afirmación completa de la existencia sólo es posible si se supera el cuestionamiento que plantean la caducidad y la muerte.
VIVENCIA TOTALIZANTE
La fiesta nos da una vivencia totalizante, porque en ella expresamos la dimensión global y unificante de lo que cotidianamente vivimos de un modo fragmentario. La existencia humana aparece así unificada más allá de sus conflictos, sus temores y deseos, sus fracasos y sus utopías.
La fiesta revela que el balance último de la existencia es positivo. Hay en ella una afirmación de la bondad última radical de las cosas. Al representar positivamente la vida y su sentido, hace posible que sea asumida de un modo más auténtico. Desaparece su carácter de destino trágico. Anticipa un futuro feliz. Ratzinger dio un sentido cristológico a este aspecto de la liturgia cristiana. Cristo es el Sí de Dios aceptando el mundo, y el ser que somos. Este es el Sí que se celebra. Esa bondad proviene de un acontecimiento divino creador, de un acontecimiento liberador situado en el pasado, que reviste un halo mítico. Pero celebrar la bondad última de la creación y de la comunidad liberada es afirmación última del Creador y el liberador.
La fiesta afirma la existencia. Los hombres celebran fiestas para confirmar su propia existencia según sus situaciones y acontecimientos: cumpleaños, matrimonios, aniversarios, y también la muerte. La celebran festivamente, sirviéndose de recursos extraordinarios en un marco que va más allá de la cotidianidad. Toda fiesta es de naturaleza religiosa, aunque la dimensión religiosa no se explicite. Una afirmación completa de la existencia sólo es posible si se supera el cuestionamiento que plantean la caducidad y la muerte. Frente a la caducidad que se hace presente en lo cotidiano, la fiesta proclama la liberación de todas las limitaciones temporales.
LA GRATUIDAD
Otro elemento importantísimo que se expresa en la fiesta es el de la gratuidad o la inutilidad de la que hablaba Guardini. La fiesta expresa esta gratuidad siendo también ella gratuita. Con su gratuidad, descubre el carácter gratuito de la vida humana. Solo así la vida puede entrar en comunión con el Misterio, que siempre tiene una última connotación religiosa. Gratuidad es reconocer que las cosas no tendrían que ser necesariamente así. Sólo se puede dar gracias por lo que se percibe como inmerecido. La gratuidad es una vivencia que proviene del campo de lo interpersonal. Al agradecer al fondo último de la existencia, se le está reconociendo una dimensión personal, y así se insinúa ya una dimensión religiosa del hecho.
Una fiesta no es nunca un medio, sino un fin. Cuando se la instrumentaliza, se desvirtúa. Hoy día tendemos a instrumentalizarlo todo, hasta la misma fiesta. Hablamos de una celebración para recaudar fondos, para hacer propaganda de algo. No se entiende que en realidad la fiesta es la mejor propaganda.
De la verdadera celebración salimos renovados, regenerados, con una nueva fuerza para vivir. Pero éste no es el efecto que se busca, sino algo que se nos da por añadidura. Lo inmediato de la celebración se manifiesta como una acción desinteresada, gratuita que agradece un bien ya recibido. La teología festiva de la liturgia y su sentido lúdico han contribuido a un importante cambio de mentalidad en la Iglesia y han servido para interpretar mejor una teología sacramental que se había elaborado desde una perspectiva muy “cosista”.
Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano