(II)
Vida de comunión
La trinidad en los santos: la vida trinitaria de Isabel e Itala
EL MISTERIO DE LA TRINIDAD ES MISTERIO DE COMUNIÓN, Y ENTRAR EN RELACIÓN CON LA TRINIDAD SIGNIFICA ENTRAR EN UNA VIDA DE COMUNIÓN QUE ABARCA TODO EL MUNDO
Se podría pensar que la vocación trinitaria es un llamado exclusivamente relativo a la vida individual, podríamos decir “intimista”, pero vemos cómo estas palabras de Isabel sobre su misión nos dicen cómo el misterio de la Trinidad en el alma tiene un eco comunional. ¿Cómo podría ser de otra manera? El misterio de la Trinidad es misterio de comunión, y entrar en relación con la Trinidad significa entrar en una vida de comunión que abarca todo el mundo. De hecho, santa Isabel no solo se siente impulsada a la misión evangelizadora (que vivirá desde el Carmelo como la pequeña santa Teresa del Niño Jesús), sino que, al profundizar en el misterio de la inhabitación trinitaria en su vida, se da cuenta de cómo son “sus Tres” los que la ponen en contacto y en estrecha unión con otras almas. A su hermana Margarita Catez, el 30 de mayo de 1902, Isabel le escribe:
Yo te siento junto a mí en la capilla de las doce del mediodía a la una: es una fusión de nuestras dos almas en Él. ¡Si vieras qué cerca estamos una de otra! Mantente unida a los Tres en todo lo que hagas. Ese es el centro donde se produce nuestro encuentro. [17]
Lo mismo le dice a Germana Gemeaux: “Entraremos en lo más íntimo de nosotras mismas, donde moran el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y seremos una sola cosa en Ellos” [18].
Esta unión, esta fusión y comunión de dos almas en la Trinidad, reproduce la imagen de la misma Trinidad, que es comunión en sí misma, como dice claramente:
De los Tres el misterio se repite en la tierra cuando nuestras dos almas se funden en la tuya. [19]
En su vida, Isabel profundizó cada vez más en el misterio de la inhabitación trinitaria y descubrió todas sus riquezas escondidas. Ante el nacimiento de su sobrina, que llevará su propio nombre, la carmelita experimenta una gran emoción, tiene el deseo de acompañar a su pequeña “en la pila bautismal mientras descienda a su alma la Santísima Trinidad” [20]. La pequeña Isabel es para su tía el pequeño tabernáculo de la Santísima Trinidad, siente el amor de una madre por ella y le escribe a su hermana:
¿Sabes una cosa?, me siento totalmente impregnada de respeto ante ese pequeño templo de la Santísima Trinidad. Su alma me parece un cristal que irradia a Dios, y si estuviera a su lado me pondría de rodillas para adorar al Dios que mora en ella. [21]
"(…) el dogma de la Trinidad que mora en el bautizado lleva a la Santa a reconocer la dignidad y el respeto de la criatura humana, en la que Dios habita, y a captar la preciosidad de cada hermano y cada hermana. En la inhabitación trinitaria, pues, Isabel encuentra el camino hacia una vida de comunión entre todos y de valoración de cada persona (…)"
Aquí leemos claramente cómo el dogma de la Trinidad que mora en el bautizado lleva a la Santa a reconocer la dignidad y el respeto de la criatura humana, en la que Dios habita, y a captar la preciosidad de cada hermano y cada hermana. En la inhabitación trinitaria, pues, Isabel encuentra el camino hacia una vida de comunión entre todos y de valoración de cada persona, tal como el Papa san Juan Pablo II, al concluir el gran jubileo del año 2000, dando indicaciones de lo que es una espiritualidad de comunión que la Iglesia está llamada a vivir, nos dice: “espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado” [22]. Vemos aquí toda la actualidad de este misterio de fe vivido por Isabel de la Trinidad, que fue maestra de vida espiritual para muchos otros santos y santas, los cuales, releyendo sus escritos, se han inspirado para vivir, como ella, sabiéndose habitados por los Tres. Entre muchos, la santa carmelita chilena Teresa de Los Andes, que encontró en los escritos de la santa francesa un camino de santidad para ella, queriendo que su alma fuera la casita de Dios, escribe:
Estoy leyendo a Isabel de la Trinidad. Me encanta. Su alma es parecida a la mía. Aunque ella fue una santa, yo la imitaré y seré santa […] Quiero vivir una vida de Cielo, así como dice Isabel, siendo una alabanza de gloria. [23]
Inmediatamente después, nuestra Teresita describe cómo puede ser una “alabanza de gloria” enumerando siete propósitos de vida:
1. Vivir una vida divina en íntima comunión con el Esposo;
2. Hacer la voluntad de Dios, cumpliendo alegremente con sus deberes;
3. Vivir en el silencio “porque así el Espíritu Santo sacará sonidos armoniosos y el Padre, junto con el Espíritu, formará [en mí] la imagen del Verbo”;
4. Sufrir alegremente, “ya que Cristo sufrió toda su vida y fue alabanza de gloria de su Padre” [24];
5. Vivir una vida de fe, viéndolo todo con ojos sobrenaturales;
6. Vivir en continua acción de gracias;
7. Vivir en continua adoración.
Destacamos cómo la presencia de Dios en el alma de la santa chilena y la actitud de silencio permiten al Espíritu orar en ella y cómo el fruto de esta inhabitación es la semejanza con Jesús que el Padre y el Espíritu imprimen en ella, semejanza que se esfuerza por vivir imitando a Jesús en su sufrimiento, para ser la alabanza de la gloria del Padre.
Palma Ventrella
Revista Humanitas
Notas:
[17] Isabel de la Trinidad; Carta 117, p. 457.
[18] Isabel de la Trinidad; Carta 252, p. 689.
[19] Isabel de la Trinidad; P 101, en Obras completas, p. 969.
[20] Isabel de la Trinidad; Carta 196, p. 586.
[21] Isabel de la Trinidad, Carta 197, en Obras completas, pp. 587-588.
[22] Juan Pablo II; Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, 2001, n. 43.
[23] Teresa de Los Andes; Diario 28, en Obras completas. Editorial Monte Carmelo, Burgos, 1995, p. 128. Teresa también escribe: “He leído en la vida de Isabel de la Trinidad que esta santita le había dicho a N. Señor hiciera de su alma su casita. Hagamos nosotros otro tanto”, Teresa de Los Andes, Diario 15, p. 102.
[24] Teresa de Los Andes; Diario 28, p. 129.