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30 de abril de 2022
Nº 1467 • AÑO XXXI

(I)

Trinidad en los santos

La trinidad en los santos: la vida trinitaria de Isabel e Itala

“Trinidad” de Ivanka Demchuk.

La autora sostiene que si bien “la Trinidad no puede ser comprendida plenamente, sin embargo puede ser vivida en profundidad”, para lo que presenta como ejemplo la vida de santa Isabel de la Trinidad y de la beata Itala Mela, una carmelita descalza francesa y una laica italiana, respectivamente, que vivieron en plenitud la vocación trinitaria de todos los cristianos.

Humanitas 2022, CII, págs. 804 - 819

Cuando se piensa en la Santísima Trinidad y los santos, primero vienen a la memoria las experiencias de visiones místicas, como la de san Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas, que tuvo una visión muy clara de las tres Personas divinas, y que describe en estos términos: “Y estando un día rezando en las gradas del mesmo monasterio las Horas de nuestra Señora, se le empezó a elevar el entendimiento, como que vía la santísima Trinidad en figura de tres teclas, y esto con tantas lágrimas y tantos sollozos, que no se podía valer” [1]. O se podría pensar en la experiencia de santa Faustina Kowalska, la secretaria de la misericordia de Dios, que en su Diario describe claramente una de las imágenes del Dios trino que vio:

Una vez, estaba yo reflexionando sobre la Santísima Trinidad, sobre la esencia divina. Quería penetrar y conocer necesariamente, quién era este Dios... En un instante mi espíritu fue llevado como al otro mundo, vi un resplandor inaccesible y en él como tres fuentes de claridad que no llegaba a comprender. [2]

La santa, inmediatamente después, oyó una voz que le decía que a Dios, en su esencia, nadie lo conocerá. Si la Trinidad no puede ser comprendida plenamente, sin embargo puede ser vivida en profundidad. Probablemente visiones extraordinarias sobre la Santísima Trinidad, como las de san Ignacio y santa Faustina, no son comunes a todos los cristianos, pero sí todos están llamados a entrar en una estrecha comunión con las tres Personas divinas. Se trata de una llamada a vivir lo que se ha recibido en el primer sacramento de la iniciación cristiana.

Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: la fórmula bautismal sumerge a todo cristiano en la fuente de la Trinidad. Así comienza la vida con los Tres de cada bautizado, una vida que encontrará su plenitud en el éschaton, cuando “Dios será todo en todos” (cf. 1 Cor 15, 28). Así empezó también la vida de santa Isabel de la Trinidad y de la beata Itala Mela [3], una carmelita descalza francesa y una laica italiana, que han vivido plenamente la vocación trinitaria de todos los cristianos, y que queremos presentar como ejemplos de vida que la Iglesia propone a todos sus hijos, y como compañeras de viaje hacia el Cielo, hacia Dios Trinidad. Aunque sus vidas pueden describirse como místicas, las dos señalan un camino que es posible para todos.

Probablemente visiones extraordinarias sobre la Santísima Trinidad, como las de san Ignacio y santa Faustina, no son comunes a todos los cristianos, pero sí todos están llamados a entrar en una estrecha comunión con las tres Personas divinas.

TU NOMBRE ES “CASA DE DIOS”
Isabel Catez nace en Camp d’Avor (Bourges) el 18 de julio de 1880 y muere en Dijón el 9 de noviembre de 1906. El Papa Juan Pablo II la beatifica el 25 noviembre 1984 y el Papa Francisco la canoniza el 6 de octubre de 2016.

¿Quién es Isabel? De sus 26 años, solo pasa los últimos cinco en el Carmelo de las Carmelitas Descalzas de Dijón, donde ingresa en 1901. Sabeth, como su familia la llama, es una niña de naturaleza impetuosa, ardiente y apasionada, pero que cambia gradual y radicalmente después de su primera comunión en 1891, a la edad de once años, cuando deja de manifestar rasgos coléricos, para crecer en dulzura y humildad, aunque conservando su vivacidad. [4] La tarde de su primera comunión, Isabel, llevada al locutorio del monasterio de las carmelitas, habla con la madre priora, que le revela el significado de su nombre [5]:

En tu bendito nombre se encierra

Todo un misterio que hoy se cumplió.

Tu pecho, niña, es en esta tierra

“Casa de Dios”, del Dios del amor. [6]

Este acontecimiento marca toda su existencia espiritual. El cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para los Santos, la describe como un “alma artística y contemplativa” [7]. El talento de Isabel para la música es indiscutible, pero prefiere la vida contemplativa, se siente más hecha para la vida interior y hace con gusto el ofrecimiento de sacrificar su pasión por el piano. La joven francesa consigue entrar en un profundo recogimiento en apenas unos instantes, y es en este recogimiento donde experimenta la presencia de Dios en su alma, como profetiza su nombre. Isabel consulta a un padre dominico sobre el estado de su vida interior, sobre si Dios habita realmente en ella, y el sacerdote le responde con palabras que marcarán de nuevo su camino espiritual:

“Ciertamente, hija mía, el Padre está ahí; el Hijo está ahí; el Espíritu Santo está ahí”. Y le desarrolló […] de qué manera, por medio de la gracia bautismal, llegamos a ser ese templo espiritual de que habla San Pablo; y cómo, al mismo tiempo que el Espíritu Santo, la Trinidad entera está allí con su virtud creadora y santificadora, estableciendo en nosotros su propia morada.[8]

Su nombre de carmelita se convierte en la expresión de toda su vocación, en la síntesis de su camino de santidad. Ella dirá “yo soy ‘Isabel de la Trinidad’, es decir, Isabel que desaparece, que se pierde, que se deja invadir por los Tres”.

Cuando Isabel entra en el Carmelo, la madre priora le da el nombre de María Isabel de la Trinidad. Su nombre de carmelita se convierte en la expresión de toda su vocación, en la síntesis de su camino de santidad. Ella dirá “yo soy ‘Isabel de la Trinidad’, es decir, Isabel que desaparece, que se pierde, que se deja invadir por los Tres[9]. El 21 de noviembre de 1904, en la fiesta de la Presentación de la Virgen María, escribe una oración que termina así:

¡Oh mis Tres, mi Todo, mi eterna Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Ti como víctima. Escóndete en mí para que yo me esconda en Ti [cf Col 3, 3], hasta que vaya a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas.[10] 

La Virgen María es el modelo de una vida inmersa en la Trinidad: “Yo quisiera corresponder pasando por la tierra, como la Santísima Virgen ‘conservando todas esas cosas en mi corazón’ [Lc 2, 19-51], sepultándome por así decirlo en lo más hondo de mi alma para perderme en la Trinidad que mora allí, para transformarme en ella”[11].

“New testament Trinity” por Natalya Rusetska, Ucrania, 2019 (Pintura al temple sobre madera)

“New testament Trinity” por Natalya Rusetska, Ucrania, 2019 (Pintura al temple sobre madera)

Esta morada mutua de Isabel en la Trinidad y de la Trinidad en Isabel no queda sin efecto. La Trinidad transforma el alma en la que habita, imprimiendo en ella signos de su presencia, haciéndola cada vez más semejante a Sí misma. Esta transformación es la que la misma Isabel desea para su hermana, cuando le deja su herencia trinitaria al final de su vida. Ella le escribe:

Te dejo en herencia mi devoción a los Tres, al “Amor” [1 Jn 4, 8-16]. Vive con Ellos allá dentro, en el cielo de tu alma. El Padre te cubrirá con su sombra [cf Mt 17, 5; Lc 1, 35], interponiendo una especie de nube entre ti y las cosas de la tierra, para guardarte toda para Sí, y te comunicará su poder para que le ames con un amor tan fuerte como la muerte [Ct 8, 6]. El Verbo imprimirá en tu alma, como en un cristal, la imagen de su belleza, para que seas pura con su pureza y luminosa con su luz. El Espíritu Santo te transformará en lira misteriosa que, a su toque divino, entonará en silencio un magnífico canto al Amor. Entonces serás “alabanza de su gloria”, lo que yo soñé con ser en la tierra [12].

La Trinidad transforma el alma en la que habita, imprimiendo en ella signos de su presencia, haciéndola cada vez más semejante a Sí misma.

“Alabanza de su gloria” es el deseo que Isabel tiene para su vida: ella quiere ser alabanza de la Trinidad aquí en la tierra como lo será en el cielo. Durante sus Ejercicios espirituales, preguntándose cómo podría cumplir con este oficio, escribe: “¿Cómo podré imitar yo en el cielo de mi alma esa ocupación incesante de los bienaventurados en el cielo de la gloria? […] Vivir arraigados y cimentados en el amor: esa es, a mi entender, la condición necesaria para cumplir dignamente el propio oficio de laudem gloriæ” [13].

Vivir en el amor, vivir amando es requisito previo para poder alabar a la Trinidad, pero la carmelita nos dice claramente cómo permanecer en Jesús, permanecer en Dios mientras se reza, se ama, se trabaja, se sufre es la condición misma para poder amar y poder relacionarse con las personas a la manera de Dios, o, mejor dicho, para que Dios mismo ame en nosotros, ame a través de nosotros:

Permaneced en mí, no por unos momentos, por unas horas pasajeras, sino “permaneced…” de forma permanente, habitual. Permaneced en mí, orad en mí, adorad en mí, amad en mí, sufrid en mí, trabajad, obrad en mí. Permaneced en mí para tratar con las personas y con las cosas, entrad cada vez más adentro en esta profundidad. [14]

La santa encuentra en Dios, que está en el santuario de su alma, la compañía en la soledad, la alegría íntima y el sentido profundo de la vida. Escribe a Francisca Sourdon:

Qué feliz se es cuando se vive en intimidad con el Señor, cuando se hace la propia vida un entrañable tú a tú, un intercambio de amor […] entonces ya nunca se está sola y se tiene necesidad de soledad para gozar de la presencia de este Huésped adorado. Mira, mi Frambuesa, tienes que darle el lugar que merece en tu vida, en tu corazón […]. Entonces todo se ilumina y es muy hermoso vivir. [15]

El descubrimiento de su vocación trinitaria, sin embargo, no la encierra en sí misma. Al contrario, al revelarse ante sus ojos la belleza de vivir inmersa en el misterio del Dios uno y trino, se siente llamada a anunciar este misterio a Francisca y a todos los que ella ama.Su misión será conducir a las almas a la vida interior, a la vida del Cielo que ya se puede vivir aquí en la tierra: “Creo que he encontrado mi cielo en la tierra: pues el cielo es Dios, y Dios está en mi alma. El día en que comprendí esto, todo se iluminó en mi interior, y querría contar muy bajito este secreto a todos los que amo, para que también ellos se unan a Dios[16].


Palma Ventrella
Revista Humanitas

 

Notas:

* Palma Ventrella es teóloga; tras obtener su doctorado en teología dogmática en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, enseña como profesora adjunta en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

[1] Ignacio de Loyola; Autobiografía. Elaleph.com, 1999, p. 18.

[2] Kowalska, Faustina; Diario: la Divina Misericordia en mi alma. Stockbridge, Marian Press, 2007, p. 39.

[3] Respecto del conocimiento de Itala sobre Isabel, la beata afirma que solo leyó sobre la carmelita después de que Dios la formara en el misterio de la inhabitación trinitaria: cf. Mela, Isabel, “Carta del 1 de enero de 1933 desde La Spezia”, en En las fuentes de la Trinidad. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2002, p. 107.

[4] Cf. Sicari, Antonio Maria; Elisabetta della Trinità, un’esistenza teologica. Jaca Book, Milán, 2000, pp. 30-33.

[5] Cf. Op cit. Sicari, p. 36.

[6] Philipon, Michel-Marie; La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad. Ediciones Desclée, Buenos Aires, 1948, p. 38.

[7] Cf. Amato, Angelo; Omelia, https://www.teresianum.net/wp-content/uploads/2016/11/omelia-Card.-Angelo-Amato.pdf,p.2.

[8] Op. cit. Philipon; La doctrina espiritual, p. 37.

[9] Isabel de la Trinidad; Carta 172, en Obras completas. Monte Carmelo, Burgos, 2020, p. 541.

[10] Isabel de la Trinidad; Notas íntimas 15, en Obras completas, p. 857.

[11] Isabel de la Trinidad; Carta 185, p. 567.

[12] Isabel de la Trinidad; Carta 269, pp. 715-716.

[13] Isabel de la Trinidad; Tratados espirituales. Últimos ejercicios espirituales, 20, en Obras completas, p. 233.

[14] Isabel de la Trinidad; Tratados espirituales. El cielo en la fe, 3, en Obras completas, p. 183.

[15] Isabel de la Trinidad; Carta 161, p. 520. Isabel llama, con ternura, a Francisca de Sourdon “mi Frambuesa”.

[16] Isabel de la Trinidad; Carta 122, p. 462.