Economía y hombre
La economía en la doctrina social de la Iglesia. Por Jean-Yves Calvez, SJ
En el centro y en el corazón de toda la doctrina social cristiana está el mensaje cristiano sobre el hombre. La Iglesia, en efecto, "anunciando a todo hombre el misterio de salvación, ‘revela’ también al hombre a sí mismo" (CA, 54). Concretamente, al hombre es así manifestado como persona, centro autónomo de pensamiento y de voluntad, pero indisolublemente persona social ("Sin relaciones con los demás no puede vivir ni desplegar sus cualidades") (GS, 12).
La economía por lo tanto, esta parte tan importante de la vida del hombre se inscribe, a los ojos del cristianismo, en esta visión del hombre y de la sociedad, directamente ligada a los misterios religiosos fundamentales, Creación y Redención del hombre. ¿Cómo se efectúa este despliegue? Es lo que buscamos mostrar sumariamente en el presente estudio… Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas" (CA, 34).
LA NECESIDAD
En economía todo comienza con la necesidad y todo lo que se deriva de ella. La necesidad, es decir, el hombre y la naturaleza frente a frente pero unidos, la necesidad jugando como una carencia fundamental de elementos de la naturaleza que están fuera del hombre. Como un llamado dirigido hacia estos elementos. No hay una simple relación objetiva entre un objeto de la naturaleza, el hombre y otro objeto de esta naturaleza, sino disparidad profunda entre el hombre que es interioridad, conciencia, reflexión, por lo tanto capacidad de retorno sobre sí, en una palabra subjetividad, y los objetos de la naturaleza exterior hacia los cuales está vuelto por su necesidad. Del hecho de esta disparidad, la necesidad es criterio. En cierto sentido, la necesidad es el criterio de toda realidad económica. La necesidad es también como un derecho, donde ella es la raíz de un derecho. […]
LA PROPIEDAD
La necesidad, como lo hemos dicho, es orientación hacia la naturaleza pero sin apropiarla todavía. Pues el hombre por una parte se apropia de objetos de la naturaleza exterior por medio de la recolección, la caza, la pesca –empieza a trabajar por ahí (volveremos sobre el trabajo más adelante); y por otra parte, toma posesión, pone la manos sobre los bienes, de manera estable, es decir, ejerce una propiedad. Esta propiedad es un derecho, dice la Iglesia, porque el hombre es por naturaleza superior a las cosas. Esta superioridad estaba ya inscrita en la necesidad. Pero por la propiedad la relación con la naturaleza alcanza un grado elevado de estabilidad que justifica el carácter "espiritual" del hombre en comparación con todos los demás seres del mundo, incluidos los animales. De esta manera la propiedad tiene valor como expresión típica del hombre, ser espiritual y libre, en su relación con la naturaleza exterior. Por otra parte, ella es condición para el ejercicio de muchas otras libertades. […]
EL TRABAJO
El trabajo es mediador en relación con la naturaleza destinada a satisfacer la necesidad del hombre. El hombre en efecto no puede contentarse por largo tiempo de la recolección de frutos, de la caza, de la pesca, trabajos puramente rudimentarios. Estas actividades se convierten en trabajos propiamente tales cuando requieren aplicación y gasto de energía. Pero el trabajo se desarrolla en actividades mucho más complejas, por las cuales al trabajador hace pasar infinitamente más de sí mismo al objeto. […]
EL CAPITAL
Tal como la necesidad, la propiedad y el trabajo, el capital es una estructura fundamental de la economía. Está vinculado a la realidad del instrumento, producto del trabajo pasado, acumulado para un nuevo trabajo más eficaz. Hoy de hecho a la vez, subraya el mensaje social de la Iglesia, riqueza encontrada o recibida y riqueza productiva. Pero la consideración fundamental es la del capital fruto del trabajo pasado acumulada al servicio del trabajo actual, vivo. Uno de los grandes males de las primeras etapas de la revolución industrial consistió en la anormal dominación del capital sobre el trabajo, arrastrando una igualmente anormal sumisión del hombre a las cosas. El capital se acumula fácilmente, tiende a acumularse siempre más. Por esto obtiene un poder, desproporcionado y tiene tendencia a dominar. El trabajo, por comparación, queda disperso, a menos que se asocie de manera eficaz. Pío XI critica ante todo la dominación y primacía del capital que se podía observar en el régimen capitalista de la época (QA, 103-4).
LA EMPRESA
La combinación de propiedad, trabajo, capital se efectúa muy frecuentemente en el seno de lo que llamamos empresa: la Iglesia la ve como una cooperación productiva, con aporte de ayudas diversas, trabajo por una parte, de muy diversa calificación (hasta el trabajo de organización, de empresa), capital por otra, de monto muy variado, según los aportes. Al término de un gran debate que tuvo lugar por los años 1949-1950 a propósito del derecho «natural» de cogestión de las empresas proclamado por algunos, Pío XII afirma, se puede decir, que no se puede hacer abstracción de la diversidad o particularidad de los aportes de unos y de otros. Si bien la empresa no es nunca pura asociación de personas que participan en ella con igualdad (lo que era la hipótesis del «derecho natural» de cogestión en discusión). Pero, dejando a salvo este punto, la Iglesia con Pío XII mismo sostiene que la empresa es un manojo de derechos personales, es decir, que hay personas detrás de cada uno de los derechos presentes, y ya antes de Juan XXIII, Pío XII mismo había dicho que la empresa es una «comunidad», que debe ser un lugar de una muy amplia participación. Una participación que vaya, subrayémoslo, hasta la misma gestión, como lo pide expresamente el concilio Vaticano II.
EL INTERCAMBIO
El intercambio es el último elemento a considerar para tener una visión sistemática de todos los elementos de la vida económica: un proceso típicamente social, más allá de la relación con la naturaleza inherente a la necesidad, al trabajo, a la propiedad.
La organización de la economía debe descansar siempre sobre un doble principio y no en uno solo: libertad y solidaridad; no libertad sola, tal como lo ha explicado Paulo VI en Octogesima Adveniens, documento en el cual se refiere a «la ideología liberal que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola a la búsqueda exclusiva del interés y del poder, considerando la solidaridades sociales como consecuencias más o menos automáticas de las iniciativas individuales y como un criterio mayor del valor del valor de la organización social» (OA, 26). Al contrario, la solidaridad debe ser buscada como un fin, por sí misma, y es necesario apreciar a la sociedad según el grado de solidaridad que ella realice.
EL DESARROLLO
El crecimiento podría ser entendido como un elemento de la vida económica como todos los otros elementos que hemos tratado hasta aquí, la necesidad, el trabajo, el capital, la empresa, el intercambio. De hecho, al dar un lugar importante, aunque sea subordinado, al capital, hemos reconocido el valor del crecimiento. El desarrollo no deja de tener relación con él; es sin embargo de otra naturaleza, más cualitativa. A través de su crecimiento, un sistema económico produce todavía más, acrecienta sus inversiones, desarrolla su comercio internacional sin transformarse de manera notable. […]
LO ECONÓMICO Y LA POLÍTICA
Los hombres en general, los agentes de la economía en particular, tienen derecho a asociarse, que es menester promover el desarrollo de las asociaciones, pues ellas son capaces de compensar algunos efectos de dominación que resultarían del funcionamiento de la economía.
El cristianismo no nos proporciona un modelo ni un diagrama de la sociedad económica, pero el cristianismo implica la observación de una serie de principios mayores, como el de solidaridad y subsidiariedad –o de solidaridad y libertad, de iniciativa y de participación, de autonomía de la economía– mundo donde las relaciones pasan a través de bienes materiales – pero de subordinación de la misma economía a la conciudadanía: la observación de estos principios es susceptible de arrastrar un estilo enteramente propio de vida económica y de organización de la economía que sería realista y humano a la vez y al mismo tiempo practicable y religioso.
Solinet
Solidaridad.net