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Signo y Gracia
5-9 de abril de 2023
Nº 1464 • AÑO XXXI

Sacramentos y Familia

 Familia cristiana y Sociedad

No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, si no por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.

Es difícil proponer una definición clara de la familia en medio de esta realidad social postcristiana (postmoderna), dada la variedad de situaciones, la reducción de los campos de influencia de la Iglesia, la secularización de la sociedad, los prejuicios, la relativización de los valores absolutos. Pero a la vez la Iglesia siente la responsabilidad de ofrecer una respuesta veraz y eficaz a la búsqueda existencial de la persona. Por eso, y a partir de lo dicho en los artículos anteriores en el Magisterio de la Iglesia, podemos ver cuál es la aportación que la Iglesia ofrece sobre la familia en nuestra sociedad.

LA IDENTIDAD DE LA FAMILIA CRISTIANA
Es importante definir cuál es la identidad cristiana fundamental que estructura la vida del creyente en todos sus ámbitos, también en el de la familia, incluso en el contexto social actual en el que es difícil vivir y proponer la radicalidad evangélica de la propuesta cristiana. Hemos visto como la Doctrina Social de la Iglesia presenta y propone un conjunto de principios, criterios y directrices que constituyen el trasfondo sobre el que se debe definir la familia cristiana. Pero aún, éstos se fundamentan en una referencia clara e irrenunciable que los ilumina constantemente: es decir la referencia a Jesús de Nazaret, como núcleo identificativo de la fe cristiana; Él es el valor supremo en la jerarquía axiológica cristiana y principio unificador del proyecto de vida cristiana. Así lo afirmaba Benedicto XVI al inicio de la encíclica Deus Caritas est: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, si no por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en Él tengan vida eterna” (cf. 3, 16). La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien sabe, compendian el núcleo de su existencia: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (6, 4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro”.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano