Sacramentos y familia
Ritos iniciáticos
Situados dentro de la dinámica catecumenal, los sacramentos de iniciación encuentran su más pleno sentido; vienen a ser el “en” que va marcando los hitos de un proceso de fe, los signos privilegiados de una gracia que siempre viene de Dios, y de la participación en un misterio pascual que es vida.
Por regla general, los padres concentran su acción ritual con los niños en la preparación y participación de los mismos en los sacramentos de iniciación: bautismo, confirmación, eucaristía. Es lo que recomienda el mismo Ritual del bautismo de niños cuando dice: “De una manera especial han de estar presentes los padres en las etapas sacramentales que, como hitos, van desarrollando la iniciación a la vida cristiana que empezó en el bautismo, como son la confirmación y la primera comunión, así como las del desarrollo humano del niño: entrada en la escolaridad, edad de la razón, despertar de la vida, adolescencia, entrada en el mundo de los estudios”. Para que la celebración de estos sacramentos sea más auténtica, recordamos algunos elementos en relación con cada uno de ellos:
EL BAUTISMO
Los padres comienzan siendo iniciadores de sus hijos desde el momento en que los reciben como don de Dios, se preparan para bautizarles asumiendo su responsabilidad de educarlos en la fe, y celebran el sacramento aceptando públicamente ante la Iglesia este compromiso. En cuanto a los propios niños bautizados es preciso distinguir dos casos: a) Si el niño es bautizado al poco tiempo de nacer, la acción de los padres es posterior, y se concreta en todo lo que indicábamos anteriormente, de modo especial: en la conmemoración familiar del día del bautismo, en la renovación de las promesas bautismales, en llevar al niño a participar en otros bautismos. b) Si el niño es bautizado en edad escolar, su acción consistirá en presentarle, animarle y acompañarle en el posible “proceso catecumenal” que ello implique. Los padres también deben tener en cuenta las diversas posibilidades de preparación personal y de participación en el proceso, según los casos, conscientes de que el bautismo no es el final, sino el comienzo. Los aspectos concretos que pueden destacarse para apoyar esta preparación, se derivan sobre todo de su calidad mistagógica, es decir, de su riqueza simbólica. El ritual del bautismo, con su riqueza y plasticidad simbólica, es el ejemplo mejor para una catequesis. En el bautismo no sólo debe culminar la evangelización, sino que en su mismo acto celebrativo es catequizador-evangelizador por antonomasia.
El mismo Catecismo de la Iglesia Católica es un ejemplo al respecto: explica, por ejemplo, el bautismo en la “economía de la salvación” a partir de la fórmula de bendición del agua bautismal.
Al presentar la celebración, propone el título: “la mistagogia de la celebración”, y va explicando el sentido o contenido desde los ritos: señal de la cruz, Palabra, exorcismos, agua bautismal, unciones, vestidura blanca, cirio, comunión, bendición solemne... Por eso dice: “El sentido y la gracia del sacramento del bautismo aparece claramente en los ritos de la celebración. Cuando se participa atentamente en los gestos y las palabras de esta celebración, los fieles se inician en las riquezas que este sacramento significa y realiza en cada bautizado”. Por otro lado, los mismos padres pueden, en caso de que se trate de niños en edad catequética, de los símbolos que ya emplearon con otros hijos (si los hubo): paño blanco, vela, algún recordatorio del momento. Las posibilidades, en todo caso, dependerán del sujeto del bautismo y de las circunstancias familiares.
Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano