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Signo y Gracia
1 de enero de 2023
Nº 1451 • AÑO XXXI

Sacramentos y familia

Crisis de la Iniciación Cristiana

Por todas partes se lamenta el fenómeno de la “fuga” de los confirmados y su distanciamiento de la Iglesia, aún después de un largo tiempo de preparación. Para una mayoría el final de la “iniciación cristiana” constituye la conclusión de una vida cristiana.

El principio de toda renovación consiste en estar convencidos de que es necesario renovar lo que tenemos o hacemos, porque manifiesta una clara insuficiencia de respuesta a las necesidades y situaciones, porque ya no armoniza los medios con el ideal, porque los objetivos deseados no llegan a cumplirse. La praxis actual de la iniciación cristiana manifiesta esta situación de crisis, por las siguientes razones: la desproporción entre los teóricamente iniciados y los realmente practicantes y comprometidos es enorme; desciende cada vez más el número de niños o adolescentes que se presentan o son presentados para la iniciación; para una mayoría el final de la “iniciación cristiana” constituye la conclusión de una vida cristiana; por todas partes se lamenta el fenómeno de la “fuga” de los confirmados y su distanciamiento de la Iglesia, aún después de un largo tiempo de preparación; el desaliento de sacerdotes y catequistas ante la falta de respuesta y la ineficacia aparente de su acción iniciatoria se extiende; muchos acaban negando verdades fundamentales de la fe cristiana, y acomodándose a una moral subjetiva y a un sincretismo religioso “a la carta”; muchos sacerdotes comprenden que no por el hecho de garantizar los ritos sacramentales se llega a “hacer un cristiano”, pero ellos mismos “no saben cómo hacer” de otra manera. Y, en medio de todo esto, la praxis de iniciación, al menos en España, sufre de una gran diversificación desorientadora y de una descoordinación llamativa. Las diferencias, e incluso contradicciones, de criterios y de normas pastorales se multiplican entre diócesis y diócesis, entre vicarias o arciprestazgos, entre parroquias, entre comunidades.

Sin duda, somos muy conscientes de que esta imagen no es todo el cuadro, y de que esta descripción no es toda la realidad. En comparación con otros tiempos prevaticanos los cambios y renovación vivida han sido enormes; la acción pastoral se ha renovado; la celebración de los sacramentos se ha dignificado; la participación de los laicos ha crecido; la aportación y esfuerzo de sacerdotes, catequetas y catequistas no tiene parangón con otras épocas. Pero es preciso reconocer que estamos metidos en una nueva dinámica de cambios familiares, culturales, sociales, tecnológicos, informáticos, estructurales y convivenciales, que no dejan indiferentes e inmutables ni la sensibilidad religiosa, ni los referentes de la fe, ni las formas o ritos celebrativos, ni la vida moral, ni el compromiso social, ni menos aún las formas de expresar una pertenencia a la Iglesia o una identidad cristiana. No se trata de cuestionar los fundamentos de nuestra fe, sino de salir al encuentro de los destinatarios de la evangelización, y de pensar en otros métodos o procesos pastorales, que den más eficacia a nuestra misión.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano