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1 de enero de 2023
Nº 1451 • AÑO XXXI

Jornada de la Sagrada Familia

La familia, cuna de la vocación al amor

Mensaje de los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española con motivo de la Jornada de la Sagrada Familia que se celebra el 30 de diciembre. 

En esta fiesta de la Sagrada Familia nos acercamos a contemplar de la mano de la Virgen María y de san José el misterio del Dios encarnado por amor a nosotros, pidiéndoles que nos ayuden a descubrir la familia como lugar privilegiado de acogida y discernimiento de la vocación al amor.

En estos momentos en los que atravesamos un invierno vocacional, no solo en referencia al sacerdocio y a la vida consagrada, sino incluso al matrimonio cristiano, estamos convencidos de que buena parte de esta crisis está producida por la pérdida de la cultura vocacional, ese “humus” en el cual el planteamiento de la vida como vocación resulta algo normal.

Ante esta situación, no queremos instalarnos en una queja estéril que contempla pasivamente este ocaso de las vocaciones, precisamente por-que estamos convencidos de que la felicidad de cada persona pasa por el descubrimiento y vivencia en plenitud de la vocación que Dios ha soñado para ella desde toda la eternidad. Recordemos que “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo redentor [...] revela plenamente el hombre al mismo hombre”.

La familia, célula vital de la sociedad y de la Iglesia, es fundamental en la formación de los niños y jóvenes que en un futuro serán llamados a abrazar una vocación concreta, partiendo de la base de la vocación bautismal. Ninguna institución puede suplir la labor de la familia en la educación de sus hijos, especialmente en lo que se refiere a la formación de la conciencia. Cualquier intromisión en este ámbito sagrado debe ser denunciada porque vulnera el derecho que tienen los padres de trasmitir a sus hijos una educación conforme a sus valores y creencias.

A la luz de las claves que el papa ofrece en la exhortación Christus vivit queremos dar algunas pautas importantes para el discernimiento de la vocación y reflexionar sobre la educación en familia para facilitar a los hijos el proceso de discernimiento de la vocación.

En primer lugar, queremos reafirmar que la familia es el ámbito privilegiado para escuchar la llamada del Señor y para aprender a responderle con generosidad, por ser el ámbito en que uno es amado por sí mismo, no por lo que produce o por lo que tiene. Es evidente que aquellos que han colaborado con Dios a engendrar vida son los que mejor pueden ayudar a los hijos a reconocer la voz del que es la Vida.

Un aspecto esencial es la educación en la fe de los hijos. Facilitará mucho que los padres tengan presente que esta vida es un peregrinar hacia el cielo. En familia es donde mejor pueden aprender de manera sencilla y espontánea esa relación con Jesucristo vivo, como el miembro más importante de la familia, a quien se consultan los temas importantes, a quien se le confían todas las situaciones, a quien se le pide perdón cuando hemos fallado. La oración en familia es un medio privilegiado para aprender a tratar con este amigo que nunca falla, así como la parti-cipación frecuente en los sacramentos.

Del mismo modo, se debe cuidar la formación en las virtudes para que los llamados puedan dar su sí generoso al Señor y mantenerse fieles a este sí. De manera particular, deberán ser forjados en la virtud de la fortaleza para poder ir contracorriente frente a esta sociedad del bienestar que invita a disfrutar del momento presente sin pensar en los demás y sin pensar en las consecuencias de nuestras acciones. Esta formación también incluye la afectividad y la sexualidad en el ámbito más amplio del amor verdadero.

También es capital la experiencia de encuentro con Cristo vivo, con quien se puede tener una verdadera relación de amistad, aprendiendo a escuchar su Palabra y a reconocer su voz por medio del discernimiento, ya que “especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante. Es posible navegar en dos o tres pantallas simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento”. Para que el discernimiento pueda ser adecuado debe estar abierto a la posibilidad de consagrarse a Dios en el sacerdocio o en la vida consagrada.

Una idea que los padres deben tener muy presente en la formación de sus hijos es que “no somos dueños del don sino sus administradores cuidadosos”. El episodio de la pérdida y hallazgo del niño Jesús en el templo nos muestra cómo también san José y la Virgen María fueron dolorosamente purificados para que pudieran acoger que, estando ellos encargados de custodiar a su Hijo, Jesús debía estar en las cosas de su Padre.

Los padres deben enseñar a sus hijos a reconocerse como don, lo que reclama de ellos hacer una verdadera ofrenda de los hijos, renunciando a la posesión. Aun cuando los padres lo puedan ver muy claro no pueden romper la libertad de los hijos ni su modo de dar respuesta al Señor. Los padres deben acompañar a los hijos en este discernimiento, pero no tomar las decisiones por ellos. Una tarea que deben realizar los padres es iniciar a los hijos en el discernimiento en la vida diaria.

Una clave muy importante que debe tenerse presente es considerar la vida como ofrenda porque “nuestra vida en la tierra alcanza su plenitud cuando se convierte en ofrenda”. El proceso de la iniciación cristiana debe ayudar a nuestros jóvenes a descubrir la riqueza contenida en la vocación bautismal, desde esta perspectiva de la ofrenda de la vida. Es bueno recordar que “la misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo”.

Como decía el papa Francisco en la misa de clausura del X Encuentro Mundial de las Familias: “la Palabra de Dios nos muestra el camino: no preservar a los hijos de cualquier malestar y sufrimiento, sino tratar de transmitirles la pasión por la vida, de encender en ellos el deseo de que encuentren su vocación y que abracen la gran misión que Dios ha pensado para ellos”. Esto implica que los hijos deben ser forjados en el camino de las virtudes, especialmente en la caridad. Cubrir todas las necesidades no es lo mismo que cumplir todos los deseos. Además, la familia no es una célula aislada en sí misma, a la que no importa lo que sucede alrededor. Esta dimensión caritativa empieza en la familia am-pliada, cuidando especialmente a los abuelos y a los mayores, pero debe estar abierta a las necesidades de los demás.

Partiendo de que no se puede amar lo que no se conoce, sería muy deseable que el conocimiento de las diversas vocaciones esté presente en la familia. Gestos sencillos como invitar al sacerdote de la parroquia a visitar la casa o hacer una visita a una comunidad de personas consagradas, facilitarán que en el horizonte vital de los hijos aparezca con naturalidad plantearse si el Señor les puede estar llamando a una especial consagración. En cuanto a la vocación al matrimonio, “el mejor modo de ayudar a otro a seguir su vocación es el de abrazar la propia vocación con amor fiel... no hay nada más estimulante para los hijos que ver a los propios padres vivir el matrimonio y la familia como una misión, con fidelidad y paciencia, a pesar de las dificultades, los momentos tristes y las pruebas”. Pongamos mucho empeño en instaurar una cultura vocacional, que cale en las familias cristianas. Es llamativo que familias que se dicen cristianas se opongan a la vocación de sus hijos al sacerdocio o a la vida consagrada o que les pidan que prioricen su futuro profesional, postergando la llamada del Señor.

Como Iglesia, tenemos la misión de acompañar las familias que viven en nuestras comunidades. Por eso es tan importante ayudar a crecer a cada familia. También a las que están en las periferias, tanto materiales como existenciales. Acercarnos a las familias que viven la marginación y la pobreza; tener muy presentes a las familias migrantes; no dejar a un lado a las familias que han sufrido la separación y el divorcio. Pidamos a la Sagrada Familia de Nazaret impulso misionero para mostrar la belleza de la vocación del amor a la que todos y cada uno hemos sido llamados.

Mons. D. José Mazuelos Pérez
Obispo de Canarias
Presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida

Mons. D. Ángel Pérez-Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón

Mons. D. Santos Montoya Torres
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño

Mons. D. Francisco Gil Hellín
Arzobispo emérito de Burgos

Mons. D. Juan Antonio Reig Pla
Obispo emérito de Alcalá de Henares