Iglesia doméstica
Las dificultades iniciadoras de la familia actual
La familia también vive hoy el impacto de un mundo secularizado; en muchos casos la valoración y preocupación por el elemento religioso ocupa el último lugar en la escala de valores.
La apoyatura de una socialización religiosa cristiana ha desaparecido prácticamente; la religión se relega por lo general al campo de lo privado y personal, a la opción libre cuando el sujeto sea capaz; el pluralismo religioso en el interior de la familia se extiende; en general, se vive una como difuminación en la doctrina y la moral cristiana, extendiéndose un subjetivismo o eclecticismo religioso notable; un nuevo inquilino permanente (TV, Internet…) ocupa con frecuencia el espacio de la educación y comunicación familiar; la situación laboral (trabajo del padre y la madre) no permite, a veces, un diálogo reposado y gratificante entre padres e hijos; los propios conflictos matrimoniales y familiares dificultan una verdadera educación religiosa basada sobre la ejemplaridad; la fuerza de atracción del medio ambiente, sobre todo de los amigos, se impone sobre las pautas de la vida y de la educación familiar.
Es claro que estos hechos no pueden generalizarse y que, junto a ellos debe destacarse el esfuerzo enorme de muchas familias por una educación verdadera, también religiosa, con todos los medios a su disposición. Si bien el grado de compromiso, y la constancia y pertinencia de medios y pedagogía, son muy diferentes según los casos. Todo ello, unido a los problemas que afectan a la infancia, hace que “los sistemas tradicionales y de comunicación en que se basaba la familia hayan sufrido profundas perturbaciones. La comunicación padres-hijo-familia se ha visto a menudo afectada gravemente con los efectos nocivos que esto implica para el desarrollo del niño”.
No obstante estas dificultades y perturbaciones, la familia permanece como aquella esfera de existencia vital, como aquel ámbito de comunicación interpersonal originario e insustituible, en y por el que se forma y educa para la vida, se transmiten unos valores humanos, culturales y religiosos, se inicia a un estilo de convivencia y a un sentido de vida, se asumen unas determinadas actitudes ante la sociedad y el mundo. La familia sigue siendo el agente primero de personalización y de socialización, el lugar privilegiado de comunicación y para la comunicación, la institución decisiva para la transmisión de valores, y específicamente para la instauración de las creencias religiosas. Esto quiere decir que la capacidad iniciadora de la familia es muy grande y decisiva. La familia es iniciadora a la relación y la comunicación, a valores y actitudes, a convivencia y solidaridad, a conductas y costumbres, a ritos y símbolos. En la familia se aprende a creer, como se aprende a vivir, a amar, a relacionarse. Y los procesos por los que se da este aprendizaje son dos: el de la “socialización”, por el que se transmite lenguaje, sentimientos, gestos, hábitos, costumbres y comportamientos, creencias y ritos...; y el de la “educación”, por el que los anteriores elementos se profundizan e interiorizan, se asumen y aceptan, vienen a ser componente cognitivo y afectivo de la personalidad. Ambos procesos son necesarios, y deben complementarse, en una adecuada transmisión de los valores religiosos, conjugando al mismo tiempo lo cultural y lo personal, lo dado y lo recibido, la tradición y la novedad, la norma y la creatividad. En cualquier caso, los agentes principales de transmisión de estos valores son los padres; y el ámbito privilegiado para esta transmisión es la familia; y el medio más adaptado para su comprensión son los ritos y símbolos religiosos.
Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano