Misión en Birmania
Paolo Manna: beato, misionero y fundador de la Pontificia Unión Misional
El 4 de noviembre de 2001, hace hoy 19 años, era beatificado el padre Paolo Manna. Misionero en Birmania, el 31 de octubre de 1916 fundaba, junto a San Guido María Conforti, una de las cuatro Obras Misionales Pontificias, la Pontificia Unión Misional.
“En el padre Pablo Manna, entrevemos un reflejo especial de la gloria de Dios. Él entregó toda su existencia a la causa misionera. En todas las páginas de sus escritos emerge viva la persona de Jesús, centro de la vida y razón de ser de la misión”. Estas palabras de san Juan Pablo II, pronunciadas en la homilía de la beatificación del padre Manna, el 4 de noviembre de 2001, sintetizan la fisionomía espiritual de este gran apóstol de la evangelización ad gentes, considerado uno de los estudiosos precursores del Concilio Vaticano II. En memoria de quien fue misionero no solo en tierras de misión, las Obras Misionales Pontificias en España han creado el Premio Paolo Manna que se entregará todos los años a personas que hayan apoyado, fomentado e impulsado el amor a las misiones y a los misioneros.
Paolo Antonio Manna nació en Avellino el 16 de enero de 1872, el quinto de seis hijos. Después de sus estudios de primaria y los técnicos en Avellino y Nápoles, continuó sus estudios en Roma. Mientras asistía al curso de Filosofía en la Universidad Gregoriana, sintió la llamada del Señor a la vida misionera y entró en el seminario del Instituto de Misiones Extranjeras, en Milán, para estudiar teología. Fue ordenado sacerdote el 19 de mayo de 1894 en la catedral de Milán. Destinado por los superiores a Birmania, el actual Myanmar, partió el 27 de septiembre de 1895 para la misión de Taungoo. A pesar de estar condicionado por una precaria salud, se prodigó con una dedicación incansable en la evangelización12 y en la promoción humana de los carianos, en particular de la tribu Ghekhú, sobre la que más tarde escribió una valiosa monografía. La fatiga de los viajes, la malaria y la aparición de la tuberculosis lo obligaron a regresar definitivamente el 7 de julio de 1907.
En Italia, el padre Pablo se dedicó plenamente a una intensa y variada actividad de animación misionera, poniendo al servicio de los demás sus habilidades como agudo observador de la realidad eclesial en todo el mundo, como conferenciante, comunicador y escritor muy culto. "Toda la Iglesia para todo el mundo" fue su lema. En 1909 fue nombrado director de la revista Le Missioni Cattoliche, que recibió un nuevo impulso bajo su guía experta y dinámica. Publicó opúsculos, algunos libros y escribió muchos artículos sobre los temas misioneros que consideraba más importantes. Lanzó varias iniciativas de cooperación misionera: adopciones, becas, folletos de oraciones para las misiones… Fundó nuevas publicaciones periódicas, como “Propaganda misionera” para las familias, “Italia misionera” para los jóvenes y, más tarde, “Venga tu Reino”, también para las familias, especialmente del sur.
En 1915, el padre Manna dio los primeros pasos hacia la fundación de la Unión Misional del Clero, hoy Pontificia Unión Misional, "la joya de su vida", como la definiría Pío XII. Recibió un apoyo decisivo para realizar este proyecto de parte de Mons. Guido María Conforti, obispo de Parma, fundador de los Misioneros Javerianos. Los estatutos de la Unión, presentados al Papa por el propio Conforti, fueron aprobados el 31 de octubre de 1916. En la encíclica Maximum illud (1919), Benedicto XV exaltó a la Unión Misional del Clero, expresando el deseo de que fuese "establecida en todas las diócesis del orbe católico". La idea básica era que se necesitaba empezar por el clero para poner a todo el pueblo de Dios en estado de misión. El padre Pablo estaba convencido de que "cada sacerdote por naturaleza, por definición, es un misionero", pero constantemente necesita revivir la llama del celo apostólico en su corazón.
En 1924 se le confió una nueva responsabilidad, la de dirigir como Superior General el Instituto de Misiones Extranjeras de Milán, que en 1926 se convirtió en el Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras (PIME) a instancias de Pío XI, quien lo unificó con el análogo Seminario misionero de los santos apóstoles Pedro y Pablo de Roma. En los diez años de gobierno, la pasión misionera del padre Manna se puso de manifiesto sobre todo en "conversaciones familiares": cartas y meditaciones dirigidas a los hermanos de comunidad y publicadas en el boletín titulado “Il Vincolo”, un instrumento de animación, información y conexión entre los miembros del PIME de todo el mundo. Posteriormente todas estas cartas circulares fueron recogidas en un libro titulado “Virtudes apostólicas”, textos que actualmente constituyen un clásico de la espiritualidad misionera.
En 1934, concluido su mandato como Superior General del Instituto, comenzó y siguió con muchísimo esmero otra gran obra, que más tarde completará, por mandato de la Asamblea General del PIME, su sucesor al frente del Instituto, Mons. Lorenzo María Balconi: la fundación de las Misioneras de la Inmaculada (Milán, 8 de diciembre de 1936). Esta nueva Congregación femenina reconoce al Padre Manna como el "inspirador" de su propio carisma misionero.
De 1937 a 1941, el padre Manna fue secretario internacional de la Unión Misional del Clero. Tejió una red de relaciones con nuncios, obispos y sacerdotes de todo el mundo. Continuó escribiendo cartas, libros y artículos. Siendo además especialmente sensible a los problemas planteados por la división entre los cristianos, se convirtió en un "profeta del ecumenismo". En 1941 publicó “Los hermanos separados y nosotros”, traducido a varias lenguas. La obra recibió una buena acogida entre los cristianos no católicos, tanto en Oriente como en Occidente, incluso cuando los posicionamientos permanecían distantes. En 1950 escribió “Nuestras Iglesias y la propagación del Evangelio”. Las ideas contenidas en esta obra serían retomadas después por Pío XII en la encíclica Fidei donum. El padre Pablo Manna murió en Nápoles el 15 de septiembre de 1952 y sus restos descansan en Ducenta. Fue beatificado por san Juan Pablo II el 4 de noviembre de 2001.