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Testimonio
23 de octubre de 2022
Nº 1441 • AÑO XXX

Hermana de la Presentación de la Virgen María

Una vida de misión

La religiosa Loyola Peinado junto a su hermana.
Fuente: Ideal

Conocemos la vida de la hermana misionera Loyola Peinado, religiosa granadina de la congregación de la Presentación de la Virgen María que ha estado en países como Uruguay o Guinea Ecuatorial.

Nací en el Hospital Real, pero mi familia vivía en C/ Gran Capitán, 26: El ventorillo.

En la Congregación de la Presentación entré el 7 de junio de 1957, llevo 65 años, de los cuales 54 los he gastado en Venezuela con pequeños períodos de vacaciones. Estuve en Uruguay y Guinea Ecuatorial, adonde íbamos con jóvenes universitarios, a los que hizo mucho bien la experiencia de su entrega, aunque fuera temporal.

Desde chiquita me gustaba todo: matrimonio, grupos de baile, equipos de baloncesto, el teatro, los ancianos de las Hermanitas de los Pobres (que estaban junto a la casa). Hubiera querido tener muchas vidas para poder participar -y animar a otros en cosas sanas y juveniles pero... abrieron el colegio de la Presentación, junto a la casa de mis padres y, al cumplir los diez años, ya en bachiller, la profe nos hablaba de Venezuela: su próximo trabajo allá, dificultades, viaje, miedo a lo desconocido, ilusión... toda una mezcla que, en vez de asustarme, me animaba y pedí permiso a mis padres para irme con aquellas seis pioneras. ¿Resultado? tenía que ponerme más grande, terminar bachiller y demostrar, con mi conducta, que Dios me llamaba. Así esperé hasta los quince años y ya sí me dieron su permiso y su bendición, llevándome, con amigos y familiares, al colegio-noviciado en c/ San Juan de los Reyes.

¿Qué te ha aportado la vida misionera a tu vida religiosa?
-Para responder esta pregunta, diría que la certeza de saber que cada día hago la voluntad de Dios y trato de complacerlo, como le pido en la oración al comenzar la jornada; y eso es maravilloso porque da fuerza y paz, aunque surjan dificultades.

¿En qué Dios crees?
-Creo en un Dios que ama a todos y nos da a cada uno la oportunidad de conocerlo y amarlo desde nuestro propio corazón.

He estado en colegios, barrios, Misiones, zonas muy apartadas e ignoradas, donde había que adaptarse a todo: catequistas, servidoras de la Palabra, profesoras de taller, visitadoras de hogares, mediadoras entre diferentes grupos evangélicos...

Encargarnos de la formación semanal por la emisora para llegar a los campos, visitar esas comunidades más apartadas en pleno llano, o a las orillas de los ríos. Preparar retiros espirituales, convivencias; sacramentos para niños, jóvenes y adultos. Formación en escuelas y liceo, atención a enfermos, a los duelos de difuntos, familias con problemas. Organizar y mantener “equipos de Pastoral”, administrativos, y una serie de cosas que van surgiendo cada día, hasta agotarte.

Ahora he pasado ya de los ochenta; estoy en la comunidad de Barinas, donde participo en varias actividades: Escuela del gobierno, nuestro colegio, un barrio, visita al hospital y a enfermos en sus casas, pero casi todo se vio interrumpido por la pandemia.

Además, mi salud ya no es fuerte: artrosis reumática progresiva, osteoporosis y otra serie de cositas qué disminuyen la capacidad de trabajo. Pero con más tiempo para orar por este mundo tan necesitado Y esperando, feliz, la llamada del Señor.

Revista Granada Misionera
Nº 202, 1 de octubre 2022