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18 de septiembre de 2022
Nº 1436 • AÑO XXX

Viaje apostólico a Kazajistán

“Mensajeros de Paz y Unidad”

Kazajistán ha sido el destino del último viaje apostólico del Santo Padre Francisco. Voló hasta la capital del país, Nursultán, para participar del VII Congreso de líderes de religiones mundiales y tradicionales. El Papa suscitó puntos en común entre todas las religiones, que hablan al Misterio de la existencia, y exhortó al trabajo común por la paz en un mundo pospandémico.

Aportaremos los puntos más destacados de esta visita apostólica que incluyó la recepción con las autoridades de la república de Kazajistán y la participación en este séptimo encuentro internacional con líderes religiosos de todas las partes del mundo.

Kazajistán es el país del encuentro

La primera visita de Francisco fue una reunión que mantuvo con el presidente de la República, Xi Jinping, junto al resto de su equipo de gobierno. Estaban presentes también miembros de las autoridades religiosas y civiles, a los que se sumaron representantes del mundo de la cultura.

Los saludo cordialmente, agradecido por las palabras que me ha dirigido el señor Presidente. Estoy honrado de estar aquí con ustedes, en esta tierra tan extensa como antigua, a la que vengo como peregrino de paz, en busca de diálogo y unidad. Nuestro mundo lo necesita con urgencia, necesita volver a encontrar la armonía. Armonía que en este país puede estar bien representada por un instrumento musical tradicional y característico, del que me han hablado: el dombra. Este constituye un emblema cultural y uno de los símbolos más importantes de Kazajistán, tanto que recientemente se le dedicó una jornada específica. Quisiera asumir el dombra como elemento en torno al cual articular lo que deseo compartir con ustedes.

Preparándome para este viaje supe que algunos modelos del dombra ya se utilizaban en la época medieval y que éste, a lo largo de los siglos, acompañó con música los relatos de sagas y obras poéticas, uniendo el pasado y el presente. Símbolo de continuidad en la diversidad, acompasa por tanto la memoria del país, y evoca así la importancia, frente a los rápidos cambios económicos y sociales en curso, de no descuidar los vínculos con la vida de quienes nos han precedido, también por medio de esas tradiciones que permiten atesorar el pasado y valorar cuanto se ha recibido como herencia. Pienso, por ejemplo, en la hermosa costumbre aquí extendida de hornear, el viernes por la mañana, siete panes en honor de los antepasados.

(…) El dombra se utiliza tocando sus dos cuerdas. (…) Sobre todo, resuenan en el país las notas de dos almas, la asiática y la europea, que tienen una permanente “misión de conexión entre dos continentes”(Íd., Discurso a los jóvenes, 23.9.2001); “un puente entre Europa y Asia”, un “eslabón de unión entre Oriente y Occidente”(Íd., Discurso en la ceremonia de despedida, 25.9.2001). Las cuerdas del dombra resuenan habitualmente junto a otros instrumentos de arco típicos de estos lugares. La armonía madura y crece en el conjunto, en la coralidad que hace armoniosa la vida social. “La fuente del éxito es la unidad”, recita un hermoso proverbio local. Si eso vale en todas partes, aquí de modo particular. Alrededor de ciento cincuenta grupos étnicos y más de ochenta lenguas presentes en el país, con historias, tradiciones culturales y religiosas variadas, componen una sinfonía extraordinaria y hacen de Kazajistán un taller multiétnico, multicultural y multirreligioso único, revelando su vocación peculiar, la de ser país del encuentro.

Estoy aquí para subrayar la importancia y la urgencia de dicho aspecto, al que las religiones están llamadas a contribuir de modo particular; por eso tendré el honor de participar en el séptimo Congreso de Líderes de las Religiones mundiales y tradicionales. Oportunamente la Constitución de Kazajistán, al definirlo laico, prevé la libertad de religión y de credo. Una laicidad sana, que reconozca el rol valioso e insustituible de la religión y se contraponga el extremismo que la corroe, representa una condición esencial para el trato equitativo de cada ciudadano, además de favorecer el sentido de pertenencia al país por parte de todos sus elementos étnicos, lingüísticos, culturales y religiosos. Las religiones, en efecto, mientras desarrollan el rol insustituible de buscar y dar testimonio del Absoluto, necesitan la libertad de expresión. Y, por tanto, la libertad religiosa constituye el mejor cauce para la convivencia civil. (…). Junto a eso, es importante garantizar la libertad de pensamiento, de conciencia y de expresión, para dar espacio al rol único y equitativo que cada uno ocupa en el conjunto.

“Es necesario que la democracia y la modernización no se queden sólo en palabras sino que confluyan en un servicio concreto al pueblo”

Volvemos por última vez al dombra. Este une a Kazajistán con diversos países de la región y contribuye a difundir la cultura en el mundo. Espero que, del mismo modo, el nombre de este gran país siga siendo sinónimo de armonía y de paz. Kazajistán se configura como encrucijada de importantes intersecciones geopolíticas; lo que le da, por tanto, un rol fundamental en la atenuación de los conflictos. Juan Pablo II vino aquí a sembrar esperanza, inmediatamente después de los trágicos atentados del 2001. Yo llego aquí mientras está en curso la insensata y trágica guerra originada por la invasión de Ucrania, mientras otros enfrentamientos y amenazas de conflictos ponen en peligro nuestra época. Vengo para amplificar el grito de tantos que imploran la paz, camino de desarrollo esencial para nuestro mundo globalizado. Y la paz es esto, una vía de desarrollo esencial para nuestro mundo globalizado.

Por lo tanto, es cada vez más apremiante la necesidad de extender el compromiso diplomático en favor del diálogo y del encuentro, porque el problema de algunos es hoy problema de todos, y quien ostenta más poder en el mundo tiene más responsabilidad respecto a los demás, especialmente a los países más expuestos a las crisis causadas por la lógica del conflicto. Esto es a lo que se debería mirar, no sólo a los intereses que redundan en beneficio propio. Es la hora de evitar la intensificación de rivalidades y el fortalecimiento de bloques contrapuestos. Necesitamos líderes que, a nivel internacional, permitan a los pueblos entenderse y dialogar, y generen un nuevo “espíritu de Helsinki”, la voluntad de reforzar el multilateralismo, de construir un mundo más estable y pacífico pensando en las nuevas generaciones. Y para hacer esto es necesario la comprensión, la paciencia y el diálogo con todos. Repito, con todos.

Pensando precisamente en el compromiso global por la paz, expreso mi gran estima por la renuncia a los armamentos nucleares que este país ha emprendido con decisión; así como por el desarrollo de políticas energéticas y ambientales centradas en la descarbonización y la inversión en fuentes renovables, que la Exposición internacional de cinco años atrás puso de relieve

Artesanos de comunión

Tras esta visita inicial, el Papa Francisco se vio las caras con el conjunto de líderes religiosos en el acto central de este VII Congreso de líderes de religiones mundiales y tradicionales. Desde el Palacio de la Independencia de Nursultán el Papa llamó a todos hermanos, les habló de la urgencia del fin del fundamentalismo y del trabajo conjunto por la paz desde la libertad religiosa o la acogida migratoria. Todo ello sirviéndose recordando de fondo las reflexiones de un poeta kazajo.

Permítanme que me dirija a ustedes con estas palabras directas y familiares: hermanos y hermanas. De esta manera deseo saludarlos, Líderes religiosos y Autoridades, miembros del Cuerpo diplomático y de las Organizaciones internacionales, Representantes de instituciones académicas y culturales, de la sociedad civil y de diversas organizaciones no gubernamentales, en nombre de esa fraternidad que nos une a todos, como hijos e hijas del mismo cielo.

Ante el misterio del infinito que nos sobrepasa y nos atrae, las religiones nos recuerdan que somos criaturas; no somos omnipotentes, sino mujeres y hombres en camino hacia la misma meta celestial. La condición de criaturas que compartimos instaura así una comunión, una auténtica fraternidad. Nos recuerda que el sentido de la vida no puede reducirse a nuestros intereses personales, sino que se inscribe en la hermandad que nos caracteriza. Sólo crecemos con los demás y gracias a los demás.

Ha llegado la hora de despertarse de ese fundamentalismo que contamina y corroe todo credo, la hora de hacer que el corazón se vuelva transparente y compasivo

(…) Ayer tomé prestada la imagen del dombra; quisiera hoy asociar al instrumento musical una voz, la del poeta más célebre del país, padre de su literatura moderna, el educador y compositor que a menudo se representa precisamente junto al dombra. Abai (1845-1904), como se lo conoce popularmente, nos ha dejado escritos impregnados de religiosidad, en los que se refleja lo mejor del espíritu de este pueblo, una sapiencia armoniosa, que desea la paz y la busca interrogándose con humildad, anhelando una sabiduría digna del hombre, nunca encerrada en visiones limitadas y estrechas, sino dispuesta a dejarse inspirar por múltiples experiencias. Abai nos provoca con una pregunta imperecedera: “¿Cuál es la belleza de la vida, si no se va en profundidad?” (Poesía, 1898). Otro poeta se preguntaba el sentido de la existencia, poniendo en labios de un pastor de estas inconmensurables tierras de Asia una pregunta igualmente esencial: “¿Adónde tiende este vagar mío, tan breve?” (G. Leopardi, Canto nocturno de un pastor errante de Asia). Interrogantes como este son los que suscitan la necesidad de la religión, y nos recuerdan que nosotros seres humanos no existimos para satisfacer intereses terrenos y para establecer relaciones de naturaleza meramente económica, sino para caminar juntos, como peregrinos con la mirada dirigida al cielo. (…)

Hermanos y hermanas, el mundo espera de nosotros el ejemplo de almas despiertas y de mentes claras, espera una religiosidad auténtica. Ha llegado la hora de despertarse de ese fundamentalismo que contamina y corroe todo credo, la hora de hacer que el corazón se vuelva transparente y compasivo. Pero también es la hora de dejar sólo a los libros de historia los discursos que, por demasiado tiempo, aquí y en otros sitios, han inculcado sospechas y desprecio respecto a la religión, como si fuera un factor de desestabilización de la sociedad moderna. En este lugar es bien conocida la herencia del ateísmo de Estado, impuesto por decenios, esa mentalidad opresora y sofocante por la cual el simple uso de la palabra “religión” era incómodo. En realidad, las religiones no son un problema, sino parte de la solución para una convivencia más armoniosa (….).

Los creyentes en la pospandemia, además de sensibilizarse sobre nuestra fragilidad y responsabilidad, están llamados a hacerse cargo de la humanidad en todas sus dimensiones, volviéndose artesanos de comunión.

Por eso, una condición esencial para un desarrollo verdaderamente humano e integral es la libertad religiosa. Hermanos, hermanas, somos criaturas libres. Nuestro Creador se ha “hecho a un lado por nosotros”, ha “limitado” su libertad absoluta —por así decirlo— para hacer también de nosotros unas criaturas libres. ¿Cómo podemos entonces obligar a algunos hermanos en su nombre? “Mientras creemos y adoramos —enseñaba Abai—, no debemos decir que podemos obligar a los demás a creer y adorar” (Palabra 45). La libertad religiosa es un derecho fundamental, primario e inalienable, que es necesario promover en todas partes y que no puede limitarse únicamente a la libertad de culto. De hecho, es un derecho de toda persona dar testimonio público de la propia fe; proponerla sin imponerla nunca. Es la buena práctica del anuncio, diferente del proselitismo y del adoctrinamiento, de los que todos están llamados a mantener distancia. Relegar a la esfera de lo privado el credo más importante de la vida privaría a la sociedad de una riqueza inmensa; favorecer, por el contrario, ambientes donde se respire una respetuosa convivencia de las diversidades religiosas, étnicas y culturales es el mejor modo para valorar las características específicas de cada uno, de unir a los seres humanos sin uniformarlos, de promover sus aspiraciones más altas sin cortar su impulso.

Por tanto, he aquí el valor actual, junto al valor inmortal de la religión, que Kazajistán promueve admirablemente, acogiendo desde hace una veintena de años este Congreso de relevancia mundial. La presente edición nos lleva a reflexionar sobre nuestro rol en el desarrollo espiritual y social de la humanidad durante el período pospandémico.

(…) Los creyentes en la pospandemia, además de sensibilizarse sobre nuestra fragilidad y responsabilidad, están llamados al cuidado; a hacerse cargo de la humanidad en todas sus dimensiones, volviéndose artesanos de comunión, testigos de una colaboración que supere los cercos de las propias pertenencias comunitarias, étnicas, nacionales y religiosas. Pero, ¿cómo emprender una misión tan ardua? ¿Por dónde comenzar? Por escuchar a los más débiles, por dar voz a los más frágiles, por hacerse eco de una solidaridad global que, en primer lugar, se refiera a ellos, a los pobres, a los necesitados que más han sufrido la pandemia, la cual ha hecho emerger prepotentemente la iniquidad de las desigualdades en el planeta. ¡Cuántos, todavía hoy, no tienen fácil acceso a las vacunas! ¡Cuántos! Estamos de su parte, no de la parte del que tiene más y da menos; seamos conciencias proféticas y valientes, hagámonos prójimos a todos, pero especialmente a los tantos olvidados de hoy, a los marginados, a los sectores más débiles y pobres de la sociedad, a aquellos que sufren a escondidas y en silencio, lejos de los reflectores. Lo que les propongo no es sólo un camino para ser más sensibles y solidarios, sino un itinerario de sanación para nuestra sociedad. Sí, porque es precisamente la indigencia la que permite que se propaguen las epidemias y otros grandes males que prosperan en el ámbito de las necesidades y las desigualdades. El mayor factor de riesgo de nuestro tiempo sigue siendo la pobreza. A este respecto, Abai se preguntaba sabiamente: “Los que tienen hambre, ¿pueden conservar una mente clara […] y mostrar diligencia en el aprendizaje? Pobreza y litigios […] generan […] violencia y avidez”(Palabra 25). Mientras sigan haciendo estragos la desigualdad y las injusticias, no cesarán virus peores que el Covid: los del odio, la violencia y el terrorismo.

Nunca como ahora presenciamos grandes movimientos de poblaciones, causados por las guerras, la pobreza, los cambios climáticos, en la búsqueda de un bienestar que el mundo globalizado permite conocer, pero al que a menudo es difícil acceder.

Y esto nos lleva al segundo desafío global que interpela de modo particular a los creyentes: el desafío de la paz. En las últimas décadas, el diálogo entre los responsables de las religiones se ha centrado sobre todo en esta temática. Sin embargo, vemos que nuestros días están aún marcados por el flagelo de la guerra, por un clima de discusiones exasperadas, por la incapacidad de dar un paso atrás y tender la mano al otro. Se necesita un sacudón y se necesita, hermanos y hermanas, que venga de nosotros. Si el Creador, a quien dedicamos la existencia, ha dado origen a la vida humana, ¿cómo podemos nosotros, que nos profesamos creyentes, consentir que ésta sea destruida? Y, ¿cómo podemos pensar que los hombres de nuestro tiempo —muchos de los cuales viven como si Dios no existiera— estén motivados a comprometerse en un diálogo respetuoso y responsable, si las grandes religiones, que constituyen el alma de tantas culturas y tradiciones, no se comprometen activamente por la paz?

(…) Hermanos, hermanas, es necesaria, para todos y para cada uno, una purificación del mal. El gran poeta kazajo insistía en este aspecto, escribiendo que quien “abandona el aprendizaje se priva de una bendición” y “quien no es severo consigo mismo y no es capaz de compasión no puede ser considerado creyente” (Palabra 12). Por tanto, hermanos y hermanas, purifiquémonos de la presunción de sentirnos justos y de no tener nada que aprender de los demás; liberémonos de esas concepciones reductivas y ruinosas que ofenden el nombre de Dios por medio de la rigidez, los extremismos y los fundamentalismos, y lo profanan mediante el odio, el fanatismo y el terrorismo, desfigurando también la imagen del hombre.

(…)  Después de los desafíos de la pandemia y de la paz, recabamos un tercer desafío, el de la acogida fraterna. (…) Nunca como ahora presenciamos grandes movimientos de poblaciones, causados por las guerras, la pobreza, los cambios climáticos, en la búsqueda de un bienestar que el mundo globalizado permite conocer, pero al que a menudo es difícil acceder. Un gran éxodo está en curso, desde las regiones más necesitadas se busca alcanzar aquellas con mayor bienestar. Lo vemos todos los días, en las diversas migraciones en el mundo. No es un dato de crónica, es un hecho histórico que requiere soluciones compartidas y amplitud de miras. Ciertamente, defender las propias seguridades adquiridas y cerrar las puertas por miedo viene de manera instintiva; es más fácil sospechar del extranjero, acusarlo y condenarlo antes que conocerlo y entenderlo. Pero es nuestro deber recordar que el Creador, que vela los pasos de toda criatura, nos exhorta a tener una mirada semejante a la suya, una mirada que reconozca el rostro del hermano. Al hermano migrante es necesario recibirlo, acompañarlo, promoverlo e integrarlo.

(…) Nos interpela un último desafío global: el cuidado de la casa común. Frente a los cambios climáticos es necesario protegerla, para que no sea sometida a las lógicas de las ganancias, sino preservada para las generaciones futuras, para alabanza del Creador. Escribía Abai: “¡Qué mundo maravilloso nos ha dado el Creador! Él nos dio su luz con magnanimidad y generosidad. Cuando la madre tierra nos albergó en su seno, nuestro Padre celestial se inclinó sobre nosotros con solicitud” (de la poesía “Primavera”). El Altísimo ha dispuesto con cuidado amoroso una casa común para la vida. Y nosotros, que nos profesamos suyos, ¿cómo podemos permitir que se contamine, se maltrate y se destruya? También en este desafío unamos esfuerzos. No es el último por importancia, sino que se une al primero, al de la pandemia. Virus como el Covid-19, que, aun siendo microscópicos, son capaces de erosionar las grandes ambiciones del progreso, a menudo están vinculados a un equilibrio deteriorado —en gran parte por nuestra causa— con la naturaleza que nos rodea. Pensemos por ejemplo en la deforestación, en el comercio ilegal de animales vivos, en los criaderos intensivos. Es la mentalidad de la explotación que devasta la casa que habitamos. No sólo eso; lleva a eclipsar esa visión respetuosa y religiosa del mundo querida por el Creador. Por eso es imprescindible favorecer y promover el cuidado de la vida en todas sus formas.   

 La paz, la mujer y los jóvenes

El último episodio de este VII Congreso internacional tuvo lugar el 15 de septiembre. Aquí se leyeron las conclusiones a las que ha llevado a cabo este encuentro internacional y el Papa Francisco anunció tres principios para poder hacer un camino común.

Hemos caminado juntos. Gracias por haber venido desde diferentes partes del mundo, trayendo la riqueza de sus credos y de sus culturas. Gracias por haber vivido intensamente estos días de intercambio, trabajo y compromiso con el signo del diálogo, que tienen un valor aún más precioso durante un período tan difícil, al que, además de la pandemia, se agrega el peso de la locura insensata de la guerra. (…).

Mi visita, que ya está llegando a su fin, tiene como lema Mensajeros de la paz y la unidad. Está en plural, porque el camino es común. Y este séptimo Congreso, que el Altísimo nos ha concedido la gracia de vivir, ha marcado una etapa importante. Desde su nacimiento en 2003, el evento ha tenido como modelo la Jornada de Oración por la paz en el mundo convocada en 2002 por Juan Pablo II en Asís, para reafirmar el aporte positivo de las tradiciones religiosas al diálogo y a la concordia entre los pueblos. Después de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, era necesario reaccionar, y reaccionar juntos, ante el clima incendiario que la violencia terrorista quería provocar y que amenazaba con hacer de las religiones un factor de conflicto. Sin embargo, el terrorismo de matriz pseudorreligiosa, el extremismo, el radicalismo, el nacionalismo alimentado de sacralidad, fomentan todavía hoy temores y preocupaciones en relación a la religión. Por eso en estos días ha sido providencial reencontrarnos y reafirmar la esencia verdadera e irrenunciable de la misma.

No a la confusión de poderes, pero también “no” a la separación entre política y trascendencia, ya que las más altas aspiraciones humanas no pueden ser excluidas de la vida pública.

A este respecto, la Declaración de nuestro Congreso afirma que el extremismo, el radicalismo, el terrorismo y cualquier otra incitación al odio, a la hostilidad, a la violencia y a la guerra, cualquier motivación u objetivo que se propongan, no tienen relación alguna con el auténtico espíritu religioso y han de ser rechazados con la más resuelta determinación (cf. n. 5); han de ser condenados, sin condiciones y sin “peros”. Además, en base al hecho de que el Omnipotente ha creado a todas las personas iguales, independientemente de su pertenencia religiosa, étnica o social, hemos acordado afirmar que el respeto mutuo y la comprensión deben ser considerados esenciales e imprescindibles en la enseñanza religiosa (cf. n. 13).

Kazajistán, en el corazón del gran y decisivo continente asiático, ha sido el lugar natural para encontrarnos. Su bandera nos ha recordado la necesidad de custodiar una sana relación entre política y religión. De hecho, así como el águila dorada, que se encuentra en el estandarte, nos recuerda la autoridad terrena, haciendo alusión a los imperios antiguos, el fondo azul evoca el color del cielo, la trascendencia. Por lo que hay un vínculo sano entre política y trascendencia, una sana coexistencia que conserve los ámbitos diferenciados. Distinción, no confusión ni separación. “No” a la confusión, por el bien del ser humano, que necesita, como el águila, un cielo libre para volar, un espacio libre y abierto al infinito que no esté limitado por el poder terreno. Por otro lado, una trascendencia que no debe ceder a la tentación de transformarse en poder, pues de otro modo el cielo caería sobre la tierra, el “más allá” divino quedaría atrapado en el hoy terreno, el amor al prójimo en elecciones partidistas. Por lo tanto, “no” a la confusión. Pero también “no” a la separación entre política y trascendencia, ya que las más altas aspiraciones humanas no pueden ser excluidas de la vida pública y relegadas al mero ámbito privado. Por eso, quien desee expresar de manera legítima su propio credo, que sea amparado siempre y en todo lugar. (...)

El hombre, creatura frágil y maravillosa, que “sin el Creador desaparece” y sin los demás no subsiste

La Iglesia católica, que no se cansa de anunciar la dignidad inviolable de cada persona, creada “a imagen de Dios” (cf. Gn 1,26), cree también en la unidad de la familia humana. Cree que “todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra”(Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Nostra aetate, 1). Por eso, desde que comenzamos estos Congresos, la Santa Sede, especialmente por medio del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso, ha participado activamente. Y quiere seguir haciéndolo. El camino del diálogo interreligioso es un camino común de paz y por la paz, y como tal, es necesario y sin vuelta atrás. El diálogo interreligioso ya no es sólo una posibilidad, es un servicio urgente e insustituible para la humanidad, para alabanza y gloria del Creador de todos.

Hermanos, hermanas, al pensar en este camino común, me pregunto: ¿cuál es nuestro punto de convergencia? Juan Pablo II —que hace veintiún años visitó en este mismo mes Kazajistán— afirmó que “todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre” y que el hombre es “el camino de la Iglesia”(Carta enc. Redemptor hominis, 14). Quisiera decir hoy que el hombre es también el camino de todas las religiones. Sí, el ser humano concreto, debilitado por la pandemia, postrado por la guerra, herido por la indiferencia. El hombre, creatura frágil y maravillosa, que “sin el Creador desaparece”(Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 36) y sin los demás no subsiste. Que se mire el bien del ser humano más que a los objetivos estratégicos y económicos, más que a los intereses nacionales, energéticos y militares, antes de tomar decisiones importantes. Para tomar decisiones que sean verdaderamente grandes, que se mire a los niños, a los jóvenes y a su futuro, a los ancianos y a su sabiduría, a la gente común y a sus necesidades reales. Y nosotros alzamos la voz para gritar que la persona humana no se reduce a lo que produce y obtiene, sino que debe ser acogida y nunca descartada; que la familia, que en lengua kazaja significa “nido del alma y del amor”, es el cauce natural e insustituible que ha de protegerse y promoverse para que crezcan y maduren los hombres y las mujeres del mañana.

Si falta la paz es porque falta el cuidado, la ternura, la capacidad de generar vida. Y, por lo tanto, hay que buscarla implicando mayormente a la mujer. Porque la mujer cuida y da vida al mundo, es camino hacia la paz.

Para todos los seres humanos, las grandes sabidurías y religiones están llamadas a dar testimonio de la existencia de un patrimonio espiritual y moral común, que se funda sobre dos pilares: la trascendencia y la fraternidad. La trascendencia, el “más allá”, la adoración. Es bonito que cada día millones y millones de hombres y de mujeres, de diferentes edades, culturas y condiciones sociales, se reúnen para orar en innumerables lugares de culto. Es la fuerza escondida que hace que el mundo avance. Y luego, la fraternidad, el otro, la proximidad, porque no puede profesar una verdadera adhesión al Creador quien no ama a sus creaturas. Este es el espíritu que impregna la Declaración de nuestro Congreso, del cual, en conclusión, quisiera destacar tres palabras.

La primera es la síntesis de todo, la expresión de un grito apremiante, el sueño y la meta de nuestro camino: ¡la pazBeybitşilik, mir, peace!  La paz es urgente porque cualquier conflicto militar o foco de tensión y de enfrentamiento hoy, no puede más que tener un nefasto “efecto dominó” y compromete seriamente el sistema de relaciones internacionales (cf. n. 4). Pero la paz “no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra de la justicia”(Gaudium et spes, 78). Brota, pues, de la fraternidad, crece a través de la lucha contra la injusticia y la desigualdad, se construye tendiendo la mano a los demás. Nosotros, que creemos en el Creador de todos, debemos estar en primera línea para irradiar una convivencia pacífica. Debemos dar testimonio de ella, predicarla, implorarla. Por eso, la Declaración exhorta a los líderes mundiales a detener los conflictos y el derramamiento de sangre en todo lugar, y a abandonar retóricas agresivas y destructivas (cf. n. 7). Les rogamos, en nombre de Dios y por el bien de la humanidad: ¡comprométanse en favor de la paz, no en favor de las armas! Sólo sirviendo a la paz, el nombre de ustedes será grande en la historia.

Si falta la paz es porque falta el cuidado, la ternura, la capacidad de generar vida. Y, por lo tanto, hay que buscarla implicando mayormente —esta es la segunda palabra— a la mujer. Porque la mujer cuida y da vida al mundo, es camino hacia la paz. Por eso apoyamos la necesidad de proteger su dignidad, y de mejorar su estatus social como miembro de la familia y de la sociedad con los mismos derechos (cf. n. 23). También a las mujeres se les han de confiar roles y responsabilidades mayores. ¡Cuántas opciones que conllevan muerte se evitarían, si las mujeres estuvieran en el centro de las decisiones! Comprometámonos para que sean más respetadas, reconocidas e incluidas.

Los jóvenes son quienes, más que nadie, defienden el camino hacia la paz.

Finalmente, la tercera palabra: los jóvenes. Ellos son los mensajeros de la paz y la unidad de hoy y del mañana. Ellos son los que, más que otros, invocan la paz y el respeto por la casa común de la creación. En cambio, las lógicas de dominio y de explotación, el acaparamiento de los recursos, los nacionalismos, las guerras y las zonas de influencia trazan un mundo viejo, que los jóvenes rechazan, un mundo cerrado a sus sueños y a sus esperanzas. Así también, religiosidades rígidas y sofocantes no pertenecen al futuro, sino al pasado. Pensando en las nuevas generaciones, se ha afirmado aquí la importancia de la instrucción, que refuerza la acogida recíproca y la convivencia respetuosa entre las religiones y las culturas (cf. n. 21). En las manos de los jóvenes pongamos oportunidades de instrucción, no armas de destrucción. Y escuchémoslos, sin miedo a dejarnos interrogar por ellos. Sobre todo, construyamos un mundo pensando en ellos.