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Textos
31 de julio de 2022
Nº 1433 • AÑO XXX

PEJ 2022

Las preguntas para el camino

Antes de emprender un camino, es bueno preguntarse el sentido del mismo. ¿Quién nos hace caminar? ¿Para qué peregrinamos? ¿Cuál es la meta de ese camino? La Delegación de Jóvenes nos hace una serie de preguntas que pretenden ayudar a todos los participantes de esta Peregrinación Europea de Jóvenes a Santiago de Compostela, convocada del 28 de julio al 8 de agosto.

Para qué peregrinar

Somos seres de finalidades. No nos extrañemos de preguntarnos por la meta, el destino, por lo que queremos conseguir al hacer esta peregrinación.

Evidentemente, no es “llegar a Santiago; si no algo más. En este tiempo que estamos viviendo de pandemia quizá nos hemos preguntado muchos ‘para qués’ y quizás, en ocasiones, hemos podido guardar silencio al no encontrar respuestas que merezcan la pena. Sin embargo, pese a que las respuestas no sean claras, la pregunta por el destino siempre permanece.

Tras esta pregunta late una cuestión muy humana: el deseo. Aquello que impulsa, que no puede ser saciado, que siempre nos lleva a más.

Todos tenemos deseos. No solo individuales —aquellos que responden a nuestro modo de ser felices, a nuestra vocación en este mundo—, sino, también universales. Pensemos en las causas justas que, muchas veces, llaman a la puerta de nuestra conciencia, aunque tratemos de silenciarla: la cuestión ecológica, una sociedad muy individualista, una vida política que, normalmente, mira por los intereses de poder de los partidos, injusticias a nivel laboral, desigualdades económicas, formas de exclusión social por cuestiones ideológicas, raciales o de género...

Son cosas que nos suenan grandes y como muy lejanas, pero el caso es que están ahí y sabemos que nos conciernen porque, o nos encontramos cotidianamente con ellas, o porque sabemos que nos afectarán a medio plazo ¿Qué hacemos ante ellas? ¿Cerramos los ojos? Si miramos la vida de los discípulos, tras el aparente fracaso de Jesús en la cruz, algo de esto también les pasó. Se desorientaron, se encerraron por mil miedos, se quedaron sin referencias ni finalidades, sin fuerza para caminar ni saber hacia dónde. Es una tentación muy humana quedarse parado, incluso bajo la excusa de tomar una decisión. Pero no nos engañemos, no decidir es decidir. Decidieron seguir paralizados por sus miedos y las consecuencias que ellos les traían.

Sin embargo, Dios siempre abre horizontes, propone preguntas que rompen nuestros
miedos y nos hacen salir de nuestros callejones sin salida. Pese a que estemos
cómodamente instalados en nuestros pequeños mundos, con sus incertidumbres, Dios
se empeña en hacernos salir, ofreciéndonos nuevas metas y destinos. Recordemos
cuando los discípulos estaban encerrados por miedo a los judíos:

“Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: ‘Paz a vosotros’. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos’" (Jn 20, 19-23).

Para quién peregrinar

Muchas veces buscamos ideales que nos sostengan y den sentido a lo que
somos y hacemos. Eso es noble pero, si lo pensamos a fondo, lo que
realmente nos moviliza no son las ideas convincentes ni sus razones, sino
las personas.

Cuando nos encontramos con el rostro de una persona que nos reclama, se activan más resortes en nosotros para ayudarla que si nos diesen mil razones para hacerlo. Ante las razones siempre se pueden poner otras, en forma de excusas; ante el rostro de una persona no, so pena de apartar la mirada. Sin embargo, sabemos que ese no es el camino que nos hace felices, porque nos encontraremos cómodos, pero solos.

El camino de nuestro destino, de nuestra vocación, de nuestro peregrinaje vital pasa inevitablemente junto a otros; pasa inevitablemente por hacerlo con otros. A lo largo del camino de tu vida, seguramente lo hayas experimentado. De manera semejante tendrás esa experiencia en la PEJ.

¿Qué personas te han mirado haciéndote salir de ti mismo/a?

De esta vivencia tan humana se sirvió el Señor resucitado. Los primeros testigos de la resurrección no dieron muchos motivos de su encuentro. Simplemente dieron testimonio... y no los creyeron. Solo fue el encuentro con el Resucitado lo que movilizó a los temerosos discípulos. Fue el Señor quien se mostró; quien, antes de verle, se fijó en sus discípulos. La mirada del Señor, llena de vida, de esperanza y de fuerza, capacitó la mirada de los discípulos para verle.

A raíz de este encuentro cobró un nuevo sentido todo lo demás. Lo que les unió no era el miedo, sino una experiencia compartida. Después de la Ascensión:

“Se volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Cuando llegaron, subieron a la sala superior, donde se alojaban: Pedro y Juan y Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch 1, 12-14)

En este breve fragmento, la Sagrada Escritura nos describe un momento de la comunidad convocada después de la resurrección. Gracias al encuentro con el Señor de la Vida, tenían un horizonte, una misión, un destino. Sabían que la vida fraterna era clave para llevar a término en mandato del Resucitado. En estos versículos vemos un momento cotidiano de la Iglesia naciente; no será el único (cf. Hch 2, 42-47) y, tampoco serán todos así de idílicos.

Recordemos el conflicto que la comunidad de Jerusalén, liderada por Santiago, tuvo con Pablo (cf. Hch 15, 1-35; Gal 2, 1-21). No fueron momentos sencillos. En ellos, lo fundamental fue la unidad entorno al Señor y su mandato de evangelizar. La única llamada fue discernida en comunidad, tratando de descubrir qué quería el Señor de cada uno de los discípulos. Esta clave es importante. No solo para la vida de la Iglesia, sino para el cristiano de hoy

Hacia dónde peregrinar

Sabedores de que el motivo de nuestro camino no es algo, sino Alguien —el Resucitado—, que no caminamos solos, sino con Él y junto a otros discípulos, con los que compartimos una misma misión y que nos ayudan a discernir el querer de Dios sobre cada uno, la cuestión que se presenta, al final de la esta preparación inmediata a la PEJ, es ¿qué quiere el Señor de mí? No tanto a qué me llama, pues a todos nos llama a la santidad, sino ¿cuál es el camino que he de recorrer para participar de la Santidad de Dios?

El primer elemento, sin duda, para tener en cuenta, es que el camino no es el que uno elige, sino el que uno acepta. Es un don del Espíritu que, como “el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu”. (Jn 3, 8).

Dejarse en manos del Espíritu Santo, el Espíritu del Resucitado, no es nada sencillo, porque implica perder el control. Bajo su impulso, no es uno el que decide, sino en que consiente el camino indicado, aunque este sea incompresible en primer término.

Recordemos el primer don del Espíritu a los discípulos, que pilló por sorpresa y que dio unos dones impensables antes de su presencia:

“Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo
lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento
que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban
sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían,
posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu
Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse” (Hch 2, 1-4)

Ahora bien, en segundo lugar, no solo basta con saber que el camino que recorrer es indicado por el Espíritu, sino que es necesario saber discernirlo. No sea que lo confundamos con otras cosas que, siendo buenas, no responden a la bondad que Dios nos propone. Para ello, es indispensable examinar el grado de libertad que hemos sido capaces de madurar en nuestra vida.

“Somos libres, con la libertad de Jesucristo, pero él nos llama a examinar
lo que hay dentro de nosotros ―deseos, angustias, temores, búsquedas―
y lo que sucede fuera de nosotros —los ‘signos de los tiempos’— para
reconocer los caminos de la libertad plena: ‘Examinadlo todo; quedaos
con lo bueno’ (1 Ts 5,21)’ (GE 168). Manifestarse” (Hch 2, 1-4).

Junto a ello, otro elemento esencial, es nuestra relación con el Señor en la oración.

Difícil será saber discernir su querer si no estamos acostumbrados a tratar con él cotidianamente. No solo porque no sabremos identificar sus señales y sus insinuaciones; tampoco, porque no conoceremos nuestras pequeñas tretas para regatearle o esquivarle, sino porque la relación continuada con el Señor es la base para una relación de confianza en la que fiar toda la vida.

“El discernimiento orante requiere partir de una disposición a escuchar:
al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de
maneras nuevas. Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para
renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres,
a sus esquemas. Así está realmente disponible para acoger un llamado que
rompe sus seguridades pero que lo lleva a una vida mejor, porque no basta
que todo vaya bien, que todo esté tranquilo. Dios puede estar ofreciendo
algo más, y en nuestra distracción cómoda no lo reconocemos”. (GE 172)

Por último, desde estos puntos basilares, está la decisión. Algo que solemos demorar o que tomamos como algo temporal. Es cierto que la mayoría de las decisiones en nuestra vida son así, por un tiempo, y que siempre debemos estar abiertos a nuevas posibilidades y oportunidades, pero también lo es que necesitamos de puntos fuertes donde sostener aquello que hacemos en lo que somos y, esto último, lo que somos, no es cuestión de un día, ni por un tiempo.

La decisión fundamental a la que nos lleva nuestro bautismo es al responder en la fe según lo que somos: Hijos de Dios (cf. Gal 3, 26); una decisión que vamos madurando en la vida y que nos lleva a otras tomar otras que la consolidan o la desvirtúan. Hijo es quien vive como tal, no solo quien tiene un padre. De ahí que las pequeñas decisiones que vamos tomando sean tan importantes y que nos ayuden a tomar las grandes
decisiones vocacionales en la vida. De modo similar a como no todos los hijos eligen lo mismo en una familia, Dios llama particularmente a cada uno, capacitando a los elegidos, aunque ellos se reconozcan incapaces.

Si miramos a Santiago Apóstol, él respondió a una vocación particular, tuvo la oportunidad de dar testimonio hasta lo que era considerado el final, no solo del mundo conocido, sino de la propia vida en el martirio. ¿Estás dispuesto a caminar y a dar tu vida, si fuera necesario, como el Apóstol?