Los jóvenes europeos, nuevos testigos de la fe
Queridos jóvenes:
Me siento muy contento de dirigirme a vosotros, que estáis participando en la Conferencia Europea de la Juventud. Quisiera compartiros algo que me interesa mucho. En primer lugar, me gustaría invitaros a transformar el “viejo continente” en un “nuevo continente”, y esto sólo es posible con vosotros. Sé que vuestra generación tiene algunas buenas cartas que jugar: sois jóvenes atentos, menos ideologizados, acostumbrados a estudiar en otros países europeos, abiertos a las experiencias de voluntariado, sensibles a las cuestiones medioambientales. Por eso siento que hay esperanza.
Vosotros, jóvenes europeos, tenéis una misión importante. Si en el pasado vuestros ancestros viajaron a otros continentes, no siempre por intereses nobles, ahora os toca a vosotros presentar al mundo una nueva cara de Europa.
Com respecto al origen del nombre “Europa”, todavía no hay explicaciones seguras. Entre las diversas hipótesis, una es particularmente sugestiva: se remonta a la expresión “eurús op”, es decir, “ojo grande”, “mirada amplia”, que evoca la capacidad de mirar más allá. Europa, una figura mitológica que había hecho que los dioses se enamoraran de ella, era llamada “la doncella de los ojos grandes”. Así que también pienso en vosotros, jóvenes europeos, como personas con una mirada amplia y abierta, capaces de ver más allá.
Quizá hayáis oído hablar de la iniciativa denominada Pacto Educativo Global, lanzada en septiembre de 2019. Se trata de una alianza entre educadores de todo el mundo para educar a las jóvenes generaciones en la fraternidad. Sin embargo, viendo cómo va este mundo dirigido por los adultos y los mayores, parece que tal vez deberíais ser vosotros los que educarais a los adultos en la fraternidad y la convivencia pacífica.
Uno de los primeros compromisos del Pacto Educativo es el de escuchar a los niños, adolescentes y jóvenes. Por eso, queridos jóvenes, ¡haced que se oiga vuestra voz! Si no os escuchan, gritad aún más fuerte, haced ruido, tenéis todo el derecho a opinar sobre lo que concierne a vuestro futuro. Os animo a ser emprendedores, creativos y críticos. Ya sabéis que cuando un profesor tiene en su clase alumnos exigentes, críticos y atentos, se ve estimulado a trabajar más y a preparar mejor las lecciones.
En este Pacto no hay “emisores” y “destinatarios”, sino que todos estamos llamados a educarnos en comunión, como sugería el pedagogo brasileño Paulo Freire. Por tanto, no tengáis miedo a ser exigentes, tenéis derecho a recibir lo mejor para vosotros mismos, al igual que vuestros educadores tienen el deber de dar lo mejor de sí mismos.
Entre las diversas propuestas del Pacto Educativo Global, me gustaría recordar dos que vi también presentes en vuestra Conferencia.
La primera es “Abrirse a la acogida”, y de ahí el valor de la inclusión; no dejarse arrastrar por ideologías miopes que quieren mostraros al otro, al que es diferente, como un enemigo. El otro es una riqueza. La experiencia de millones de estudiantes europeos que han participado en el Proyecto Erasmus atestigua que los encuentros entre personas de diferentes pueblos ayudan a abrir los ojos, la mente y el corazón. Es bueno tener “ojos grandes” para abrirse a los demás. No se discrimina a nadie, por ningún motivo. Ser solidario con todos, no sólo con los que se parecen a mí, o muestran una imagen de éxito, sino con aquellos que sufren, sin importar su nacionalidad o condición social. No olvidemos que en el pasado millones de europeos tuvieron que emigrar a otros continentes en busca de un futuro. Yo también soy hijo de italianos que emigraron a Argentina.
El objetivo principal del Pacto Educativo es educar a todos en una vida más fraterna, basada no en la competitividad sino en la solidaridad. Que vuestra mayor aspiración, queridos jóvenes, no sea entrar en entornos educativos de élite, donde sólo pueden acceder los que tienen mucho dinero. Estas instituciones suelen tener interés en mantener el status quo, en formar a las personas para que el sistema funcione tal y como está. Más bien hay que valorar aquellas realidades que combinan la calidad educativa con el servicio a los demás, sabiendo que la finalidad de la educación es el crecimiento de la persona orientado al bien común. Son estas experiencias de solidaridad las que cambiarán el mundo, no las experiencias “exclusivas” (y excluyentes) de las escuelas de élite. Excelencia sí, pero para todos, no sólo para algunos.
Os sugiero que leáis la Encíclica Fratelli tutti (3 octubre 2020) y el Documento sobre la Fraternidad humana (4 febrero 2019) firmado junto al Gran Imán de Al-Azhar. Sé que muchas universidades y escuelas musulmanas están estudiando estos textos con interés, por lo que espero que a vosotros también os entusiasmen. Por tanto, educación no sólo para “conocerse a sí mismo”, sino también para conocer al otro.
La otra propuesta que me gustaría mencionar se refiere al cuidado de la casa común.
También en este caso me alegró comprobar que, mientras las generaciones anteriores hablaban mucho y concluían poco, vosotros, en cambio, sois capaces de tomar iniciativas concretas. Por eso digo que este momento puede ser el adecuado. Si no conseguís darle la vuelta a esta tendencia autodestructiva, será difícil que otros lo hagan en el futuro. No os dejéis seducir por las sirenas que proponen una vida de lujo reservada a una pequeña porción del mundo, ojalá que tengáis “ojos grandes” para ver al resto de la humanidad en su conjunto, que no se reduce a la pequeña Europa; que aspiréis a una vida digna y sobria, sin lujos ni derroches, para que todos puedan habitar el mundo con dignidad. Es urgente reducir el consumo no sólo de combustibles fósiles, sino también de muchas cosas superfluas; e igualmente, en ciertas zonas del mundo, sería conveniente consumir menos carne, esto también puede ayudar a salvar el medio ambiente.
A este respecto, os hará bien —si no lo habéis hecho ya— leer la Encíclica Laudato si’, donde creyentes y no creyentes encuentran sólidas motivaciones para comprometerse en favor de una ecología integral. Educar, por lo tanto, para conocer no sólo a uno mismo y a los demás, sino también a la creación.
Queridos jóvenes, mientras vosotros celebráis vuestra Conferencia, en Ucrania —que no es la UE, pero sí Europa— se libra una guerra absurda. Sumado a los numerosos conflictos que tienen lugar en diferentes regiones del mundo, se hace más urgente un Pacto Educativo que eduque a todos en la fraternidad.
La idea de una Europa unida surgió de un fuerte anhelo de paz después de muchas guerras libradas en el continente, y condujo a un período de setenta años de paz. Ahora debemos comprometernos todos para poner fin a estos estragos de la guerra, donde, como siempre, unos pocos poderosos deciden y envían a miles de jóvenes a luchar y morir. En casos como éste, es legítimo rebelarse.
Alguien dijo que, si el mundo estuviera gobernado por mujeres, no habría tantas guerras, porque quienes tienen la misión de dar la vida no pueden tomar decisiones de muerte. Del mismo modo, me gusta pensar que si el mundo estuviera gobernado por los jóvenes, no habría tantas guerras; los que tienen toda la vida por delante no quieren romperla y tirarla, sino que quieren vivirla plenamente.
Me gustaría invitaros a conocer la extraordinaria figura de un joven objetor, un joven europeo de “ojos grandes”, que luchó contra el nazismo durante la segunda guerra mundial, Franz Jägerstätter, proclamado beato por el Papa Benedicto XVI. Franz era un joven campesino austríaco que, debido a su fe católica, hizo una objeción de conciencia al mandato de jurar lealtad a Hitler y de ir a la guerra. Franz era un chico alegre, simpático y despreocupado que, al crecer, gracias también a su esposa Francesca, con la que tuvo tres hijos, cambió su vida y maduró convicciones profundas. Cuando lo llamaron a las armas se negó, porque consideraba injusto matar vidas inocentes. Su decisión provocó duras reacciones contra él por parte de su comunidad, del alcalde e incluso de sus familiares. Un sacerdote intentó disuadirle por el bien de su familia. Todos estaban en su contra, excepto su esposa Francesca, que, a pesar de conocer los tremendos peligros, siempre estuvo al lado de su esposo y lo apoyó hasta el final. A pesar de los intentos de persuasión y de las torturas, Franz prefirió ser asesinado que matar. Consideraba la guerra totalmente injustificada. Si todos los jóvenes llamados a las armas hubieran hecho lo mismo que él, Hitler no habría podido realizar sus diabólicos planes. El mal necesita cómplices para ganar.
Franz Jägerstätter fue asesinado en la prisión en la que también estaba encarcelado su compañero Dietrich Bonhoeffer, un joven teólogo luterano alemán y antinazi, que también tuvo el mismo trágico final.
Estos dos jóvenes “de ojos grandes” fueron asesinados porque permanecieron fieles a los ideales de su fe hasta el final. Y aquí está la cuarta dimensión de la educación: después del conocimiento de uno mismo, de los demás y de la creación, finalmente, el conocimiento del principio y del fin de todo. Queridos jóvenes europeos, os invito a mirar más allá, hacia arriba, a buscar siempre el sentido de vuestra vida, vuestro origen, vuestro fin, la Verdad, porque si no se busca la Verdad no se puede vivir. Caminad con los pies bien puestos en la tierra, pero con la mirada amplia, abierta al horizonte, al cielo. La lectura de la Exhortación apostólica Christus vivit, dirigida especialmente a los jóvenes, os ayudará en esto. Además os invito a todos a la Jornada Mundial de la Juventud del año que viene en Lisboa, donde podréis compartir vuestros sueños más bonitos con jóvenes de todo el mundo.
Quisiera concluir con un deseo: que seáis jóvenes generadores, capaces de generar nuevas ideas, nuevas visiones del mundo, de la economía, de la política, de la convivencia social; pero no sólo nuevas ideas, sino sobre todo nuevos caminos, para recorrerlos juntos. ¡Y que también podáis ser generosos al generar nuevas vidas, siempre y sólo por amor! Amor a vuestro esposo y a vuestra esposa, amor a vuestra familia, amor a vuestros hijos, y también amor a Europa, para que sea para todos una tierra de paz, de libertad y de dignidad.
¡Buen encuentro y buen camino! Os envío cordialmente mis saludos y mi bendición. Y os pido, por favor, que recéis por mí.