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Voz del Papa
12 de junio de 2022
Nº 1426 • AÑO XXX

Catequesis sobre la vejez

“Nicodemo. ‘¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?’”

En su catequesis de esta semana, dedicadas al ciclo sobre la vejez, el Santo Padre se centra en la figura de Nicodemo, una de las figuras de ancianos “más relevantes en los Evangelios”. “En la conversación de Jesús con Nicodemo emerge el corazón de la revelación de Jesús y de su misión redentora, cuando dice: ‘Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna’ (v. 16)”.

Jesús dice a Nicodemo que para “ver el reino de Dios” es necesario “renacer de lo alto” (cfr. v. 3). No se trata de empezar de nuevo a nacer, de repetir nuestra venida al mundo, esperando que una nueva reencarnación abra de nuevo nuestra posibilidad de una vida mejor. Esta repetición no tiene sentido. Es más, vaciaría de todo significado la vida vivida, cancelándola como si fuera un experimento fallido, un valor caducado, un envase desechable. No, no es esto, este nacer de nuevo, del que habla Jesús, es otra cosa. Esta vida es valiosa a los ojos de Dios: nos identifica como criaturas amadas por Él con ternura. El “nacimiento de lo alto”, que nos consiente “entrar” en el reino de Dios, es una generación en el Espíritu, un paso entre las aguas hacia la tierra prometida de una creación reconciliada con el amor de Dios. Es un renacimiento de lo alto, con la gracia de Dios. No es un renacer físicamente otra vez.

Nicodemo malinterpreta este nacimiento, y cuestiona la vejez como evidencia de su imposibilidad: el ser humano envejece inevitablemente, el sueño de una eterna juventud se aleja definitivamente, la consumación es el puerto de llegada de cualquier nacimiento en el tiempo. ¿Cómo puede imaginarse un destino que tiene forma de nacimiento? Nicodemo piensa así y no encuentra la forma de entender las palabras de Jesús. ¿Qué es este renacer? (…)

La vida en la carne mortal es una bellísima “incompleta”: como ciertas obras de arte que precisamente en su ser incompletas tienen un encanto único. Porque la vida aquí abajo es “iniciación”, no cumplimiento: venimos al mundo así, como personas reales, como personas que progresan con la edad, pero son para siempre reales. Pero la vida en la carne mortal es un espacio y un tiempo demasiado pequeño para custodiar intacta y llevar a cumplimiento la parte más valiosa de nuestra existencia en el tiempo del mundo. La fe, que acoge el anuncio evangélico del reino de Dios al cual estamos destinados, tiene un primer efecto extraordinario, dice Jesús. Esta consiente “ver” el reino de Dios. Nosotros nos volvemos capaces de ver realmente las muchas señales de aproximación de nuestra esperanza de cumplimiento de lo que, en nuestra vida, lleva la señal del destino para la eternidad de Dios.

La vejez es el tiempo especial para disolver el futuro de la ilusión tecnocrática, es el tiempo de la ternura de Dios que crea, crea un camino para todos nosotros

Las señales son las del amor evangélico, de muchas maneras iluminadas por Jesús. Y si las podemos “ver”, podemos también “entrar” en el reino, con el paso del Espíritu a través del agua que regenera.

La vejez es la condición, concedida a muchos de nosotros, en la cual el milagro de este nacimiento de lo alto puede ser asimilado íntimamente y hecho creíble para la comunidad humana: no comunica nostalgia del nacimiento en el tiempo, sino amor por el destino final. En esta perspectiva la vejez tiene una belleza única: caminamos hacia el Eterno. Nadie puede volver a entrar en el vientre de la madre, ni siquiera en su sustituto tecnológico y consumista. Esto no da sabiduría, esto no da camino cumplido, esto es artificial. Sería triste, incluso si fuera posible. El viejo camina hacia adelante, el viejo camina hacia el destino, hacia el cielo de Dios, el viejo camina con su sabiduría vivida durante la vida. La vejez por eso es un tiempo especial para disolver el futuro de la ilusión tecnocrática de una supervivencia biológica y robótica, pero sobre todo porque abre a la ternura del vientre creador y generador de Dios. Aquí, yo quisiera subrayar esta palabra: la ternura de los ancianos. Observad a un abuelo o una abuela cómo miran a los nietos, cómo acarician a los nietos: esa ternura, libre de toda prueba humana, que ha vencido las pruebas humanas y es capaz de dar gratuitamente el amor, la cercanía amorosa del uno por los otros. Esta ternura abre la puerta a entender la ternura de Dios. No olvidemos que el Espíritu de Dios es cercanía, compasión y ternura. Dios es así, sabe acariciar. Y la vejez nos ayuda a entender esta dimensión de Dios que es la ternura.

La vejez es el tiempo especial para disolver el futuro de la ilusión tecnocrática, es el tiempo de la ternura de Dios que crea, crea un camino para todos nosotros. Que el Espíritu nos conceda la reapertura de esta misión espiritual —y cultural— de la vejez, que nos reconcilia con el nacimiento de lo alto. Cuando nosotros pensamos en la vejez así, después decimos: ¿por qué esta cultura del descarte decide descartar a los ancianos, considerándoles inútiles? Los ancianos son los mensajeros del futuro, los ancianos son los mensajeros de la ternura, los ancianos son los mensajeros de la sabiduría de una vida vivida. Vamos adelante y miremos a los ancianos.