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Testimonio
12 de junio de 2022
Nº 1426 • AÑO XXX

Abad de Leyre

Lámparas en el camino sinodal

Lámparas en el camino sinodal es el lema escogido para la Jornada Pro orantibus de este año. Me ha gustado, pues, por una parte, nos pone en sintonía con la experiencia del camino sinodal que la Iglesia entera está viviendo actualmente y, por otra parte, nos invita a implicarnos en el proceso sinodal desde nuestra propia identidad, desde la misión propia de la vida contemplativa en el seno de la Iglesia.

El papa Francisco quiere que todos profundicemos en la condición sinodal de la Iglesia, que potenciemos la sinodalidad. Él está convencido de que es “el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio”.

“Sinodalidad” es un neologismo que expresa la identidad de la Iglesia en cuanto pueblo de Dios en camino, en peregrinación hacia el reino, guiado por el Espíritu Santo. Con este término se subraya también la dignidad común de todos los cristianos y su corresponsabilidad en la vida y en la misión evangelizadora de la Iglesia, cada uno desde el don que ha recibido. Los contemplativos desde nuestro propio don.

Más que un plan, la sinodalidad es un estilo a adoptar en el que se cede el protagonismo al Espíritu Santo. Más que una dinámica de encuentros y discusiones, la sinodalidad apunta a un proceso espiritual orientado a que el Espíritu guíe nuestros corazones y nuestros esfuerzos, fortalezca nuestra comunión y haga más lúcido nuestro discernimiento en orden a vigorizar la nueva evangelización. Necesitamos la luz y la fuerza del Espíritu Santo.

Sin Cristo, sin su Espíritu, nuestra vida queda irremediablemente a oscuras. Como le está pasando a nuestra Europa que, al relegar a Cristo a las sacristías, se está quedando a oscuras, incluso culturalmente.

El lema que se ha propuesto para esta jornada nos asigna a los contemplativos el destacado rol de “lámpara”: Lámparas en el camino sinodal. ¿Es un reto y una responsabilidad, o solo un galante piropo?

Comunidad religiosa de Leyre.

Una lámpara en un camino está para alumbrarlo y permitir a quienes lo recorren enderezar rectamente sus pasos evitar los extravíos y tropiezos. Propiamente hablando, solo a la Palabra de Dios compete alumbrar nuestra vida: “Lámpara es tu Palabra para mis pasos luz en mi sendero” (Sal 118, 105). Solo la Palabra de Dios hecha carne y que acampó entre nosotros, nuestro Señor Jesucristo, es la verdadera luz que brilla en las tinieblas: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12). Solo Cristo, “esplendor de la gloria del Padre” (Heb 1, 3), pone en medio de nosotros la luz de Dios y abre nuestra existencia a una esperanza y a un horizonte nuevos.

En su luz, nuestra verdadera identidad de personas humanas y el sentido último de nuestras quedan definitivamente iluminadas: In lumine tuo videbimus lumen, “tu luz nos hace ver la luz”(Sal 36, 9). Sin Cristo, sin su Espíritu, nuestra vida, nuestro camino y nuestro mundo entero, quedan irremediablemente a oscuras. Como le está pasando a nuestra Europa que, al relegar a Cristo a las sacristías, se está quedando a oscuras, incluso culturalmente. Hagamos nuestra la petición del ciego del Evangelio: “Señor, que recobre la vista” (Lc 18, 35): por nuestro mundo y por una Iglesia sinodal. Que el Espíritu nos dé ver y conocer la voluntad de Dios; que veamos qué es lo que Dios quiere de su Iglesia en esta etapa de la historia; que entendamos el misterio de su Iglesia como un caminar juntos a la luz del resplandor del Resucitado.

Digamos a nuestros contemporáneos con nuestros labios y con nuestra vida: 'Este es el Cordero de Dios'

Es Cristo quien transfigura nuestra existencia con su luz. ¿Podremos aceptar los contemplativos que se nos llame “lámparas”? ¿No resulta demasiado pretencioso? ¿Cómo podemos comprender y enarbolar con verdad nuestro flamante lema para la Jornada Pro orantibus de este año? Me viene a la memoria san Juan Bautista, “el más grande entre los nacidos de mujer” (Mt 11, 11), a quien con toda justicia se le venera como al primer monje cristiano, padre y prototipo de contemplativos. De él dijo Jesús: “Juan era una lámpara que ardía y brillaba”(Jn 5, 35). Jesús es “la luz verdadera que alumbra a todo hombre”(Jn 1, 9); pero Juan era la lámpara que portaba la luz. Juan fue el profeta que, en medio del desierto, invitaba a todos a preparar los caminos del Señor y señalando a Jesús clamaba: “Este es el Cordero de Dios... no soy yo... viene otro detrás de mí”(Jn 1, 21-29).

¿No nos está dando Juan el Bautista la mejor clave para interpretar correctamente el lema que este año se propone para Jornada Pro orantibus? “Lámparas”: los contemplativos no somos la luz. Nuestra luz es solo Cristo. Tampoco nuestra vida, por luminosa que llegue a ser, está para dar testimonio de sí misma ante los hombres. Somos “lámparas”: acogemos y portamos la luz. Acogemos la luz de Cristo en nuestras personas y en nuestras vidas. Y la portamos a quien la quiera recibir, dispuestos a “dar razón de nuestra esperanza”(1 Pe 3, 15) y abiertos a compartir humildemente el secreto de nuestra vida: Jesucristo. Él es realmente el centro de nuestra vida contemplativa: Cristo vivido en el alma, Cristo escuchado en las Escrituras, Cristo abrazado en la fe de la Iglesia, Cristo celebrado en nuestras liturgias comunitarias, Cristo servido en nuestros hermanos y en cuantos se acercan a nosotros. Con san Pablo decimos con toda verdad: “No nos predicamos a nosotros mismos” (2 Cor 4, 5). Nuestro único y verdadero testimonio comunitario y personal tiene que ser siempre mostrarnos como portadores de Cristo, como lámparas de Dios, cirios que comunican la luz de Cristo resucitado. La vida humana está llamada a ser una gran vigilia pascual en la que la humanidad siga haciendo de su historia una historia de salvación, encarnando la Palabra de Dios en su existencia al resplandor del Resucitado.

Nos dice el Bautista: “Es preciso que él crezca y yo disminuya". Nadie necesita que le hagamos llegar los ecos de nuestro ego ni solo las excelencias de nuestra Orden o monasterio. Sería muy pobre la oferta. Digamos a nuestros contemporáneos con nuestros labios y con nuestra vida: “Este es el Cordero de Dios”. Estamos aquí porque “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”(1 Jn 4, 16). Y tú, hermana o hermano que te acercas a nuestra comunidad, si tienes sed o buscas la vida verdadera: ¡ve a Jesús!

Aceptemos, pues, el lema: Lámparas en el camino sinodal. Pero lámparas en las que brilla la luz del Señor. Lámparas encendidas y con aceite en la reserva (cf. Mt 25, 4), lámparas a los pies del Señor. El corazón de la sinodalidad es la escucha. La escucha de la voz del Espíritu, que resuena en la Palabra y en el hermano. Seamos los contemplativos un ejemplo de esta escucha, maestros en el arte de estar a los pies del Señor, avezados en la ciencia de captar la voz del Espíritu donde quiera que resuene, expertos en acogernos unos a otros, a cada uno con su don, y agudos para percibir la presencia de nuestro Salvador aún en medio de las borrascas y pruebas de nuestro tiempo, diciendo a nuestros hermanos como el apóstol Juan: “Es el Señor” (Jn 21, 7).

Juan Manuel Apesteguía
P. Abad del Monasterio de Leyre