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Signo y Gracia
12 de junio de 2022
Nº 1426 • AÑO XXX

Teología de los sacramentos

Sacramentos e Iglesia

Porque nuestra realidad es así, y así es la relación de Dios con las personas, por eso la Iglesia ha sido llamada también “sacramento radical”: el Vaticano II la definió como “sacramento de salvación”.

Iglesia significa “asamblea”: pueblo reunido para hacer presente en la historia la intervención salvadora de Dios en ella. Por eso hay en la Iglesia sacramentos: señales que, en medio de esta dura historia permiten celebrar “los gozos y las esperanzas” y acompañar “los dolores y las angustias” (GS 1) del caminar de las personas por el tiempo; señales que brotan, por así decir, de la conjunción y de la presencia del ser de la Iglesia en los momentos más hondos y más decisivos de la vida humana y creyente.

Nuestra condición humana y la naturaleza misma de lo simbólico, conllevan además la presencia de toda una constelación de ritos, o un “universo simbólico” en torno a cada símbolo. Estos rituales no deberían degradarse en rutina sino más bien ayudar a adentrase en el corazón mismo del símbolo, potenciando su expresividad y su capacidad significativa.

Por decirlo con el ejemplo antes señalado: la relación sexual de amor, conlleva toda una constelación de signos y ritos (preparación, caricia, acercamiento progresivo, palabras cariñosas...) que configuran todo un universo expresivo, y dan realce simbólico al hecho de la unión. Pues bien: algo parecido ocurre en los sacramentos: el símbolo suele ir acompañado y orquestado por mil pequeños ritos o metáforas menores. Por ejemplo: el agua en el bautismo suele ir acompañada por la luz, la sal, la vestidura blanca. La Cena del Señor va siempre acompañada de la escucha previa de la Palabra; muchas veces, además, de un abrazo y cantos. Este ritual debe mantener su funcionalidad y no convertirse en una especie de receta o fórmula mágica con que “agradar a Dios”.

Por eso, los antiguos se ocuparon de buscar en cada sacramento ese “corazón mismo del símbolo” al que llamaron materia y forma del sacramento, es decir: aquello que le da toda su realidad, y al que los otros ritos sólo deben dar más relieve sin opacarlo nunca. Por raras que sean las palabras (materia y for­ma) podemos entender que no es bueno que un ceremonial recargado desvíe la atención de aquello que es medular en los sacramentos: sería como si la flecha que nos señala un camino estuviera tan llena de adornos, colores,  que nos hiciera olvidar por dónde y a dónde hemos de ir.

De lo dicho se deduce algo importante: el sacerdote en los sacramentos no es un administrador sagrado de ritos mágicos: es más bien un testigo o representante necesario para garantizar la eclesialidad del sacramento, al empalmarlo con el Sacramento originario que es la Iglesia total. Por eso, no es el sacer­dote el que casa, sino los contrayentes los que se administran el sacramento del matrimonio. Ni es el sacerdote solo el que absuelve sino que en la penitencia actúa como representante de la Iglesia que reconcilia al pecador consigo.

El sacerdote suele ser por razones meramente prácticas quien administra el bautismo, pero la Iglesia ha reconocido siempre la validez del bautismo administrado por cualquier cristiano. También la un­ción de los enfermos es descrita allí como “oración de la Iglesia”... etc.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano