INICIO
Signo y Gracia
5 de junio de 2022
Nº 1425 • AÑO XXX

Teología de los sacramentos

Sacramentalidad de lo real

Necesitamos recuperar teológicamente la dimensión simbólica del sacramento. Esta no se debe a una arbitrariedad de Dios o de la Iglesia, sino a la constitución de nuestra realidad que, en su última profundidad, es siempre simbólica.

Dios, en su absoluta Trascendencia (que no desaparece por su entrega a las personas) no puede ser conceptualizado por nosotros, pero sí puede ser simbolizado. Podríamos decir que hay sacramentos porque todo es más de lo que es y porque Dios es como es.

Desde la comprensión trinitaria de Dios, debemos decir que a la Plenitud del Ser le pertenece nece­sariamente el expresarse totalmente a Sí mismo y el poseerse plenamente en esa comunicación de Sí. Esto nos enseña además que la suma simplicidad y unidad de Dios no es la carencia de pluralidad, sino que en la plena unidad de Dios se da una diferenciación relacional (Padre, Hijo y Espíritu decimos con nuestras pobres palabras) y, en este sentido, una pluralidad, hay sacramentos porque todo es más de lo que es y porque Dios es como es. De ahí se deduce que, si el Ser Creador es así, el ser creado tiende también a expresarse a sí mismo y, por eso, es necesariamente simbólico: “referencial”.

Esto se percibe mejor en los niveles más altos de ser, como es la vida: vivir es expresarse y encontrarse a sí mismo al hacerlo. Pero es importante destacar que todo lo que percibimos como real remite a algo más allá de sí mismo, y que sin esa referencia y ese algo, lo real no tendría su atractivo, pues perdería su promesa. Entendido desde aquí, el símbolo es “la forma más alta de representación de una realidad por otra”.

Pues bien cuando esta referencia de las cosas, señala hacia su dimensión más profunda, hablamos de simbolismo. Pero cuando esa referencia señala hacia la inmersión de las cosas en Dios (“más hondo en nosotros que nuestro yo más hondo”), hablamos de sacramentalidad.

Es importante señalar que, como ocurre tantas veces en las relaciones entre lo humano y lo Divino, éste se inserta en la dimensión más profunda de aquél. Hay una vida de los sacramentos porque antes hay unos sacramentos de la vida: pero éstos no son sólo unos momentos o gestos especiales y aislados, sino que toda la constitución de la vida y de la realidad, entre nosotros, es referencial, simbólica. La realidad es una metáfora viva. Y lo es porque el ser es simbólico. Por la misteriosa interrelación de todo, la realidad sugiere preguntas, evoca relaciones, abre novedades, promete metas. Y cuando más calidad tiene aquello que nos atrae, a más grandes cosas remite.

La realidad tiene cierto carácter de misterio abierto, de promesa sugerida, si conseguimos mirarla no como una mera presa sino con una mirada respetuosa y atenta. Y es esa constitución simbólica de la realidad la que hace que nos aparezca como tan rica pero, a la vez, que sea tan equivocado quedarse en ella sola, sin intentar trascenderla hacia aquello a que remite. Que “la belleza salvará al mundo”, significa que la belleza es anuncio de que el mundo tiene salvación y puede ser salvado, a pesar de su crueldad y su dificultad.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano