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29 de mayo de 2022
Nº 1424 • AÑO XXX

Orientaciones para la pastoral
de las personas mayores

La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones

El presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida, Mons. José Mazuelos, y el presidente del Movimiento Vida Ascendente, Álvaro Medina, presentan el martes 24 de mayo de 2022, el documento Orientaciones para la pastoral de las personas mayores: La ancianidad: riqueza de frutos y bendiciones.

La Asamblea Plenaria acordó en su reunión de abril de 2021 la creación de una comisión de trabajo dedicada a la pastoral de las personas mayores, dependiente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida.

El documento que hoy se presenta es un punto de partida para consolidar los trabajos que, desde múltiples realidades eclesiales, se desarrollan en el mundo de los mayores y poner en marcha, allí donde sea necesario, ese servicio pastoral a los ancianos.

CUATRO IDEAS DE PARTIDA
El documento propone como base cuatro ideas de partida. La visión respetuosa y llena de admiración ante la ancianidad que nos muestran la Escritura y la más antigua tradición cristiana, en la que se subraya la profunda vinculación de las personas mayores con sus familias, contrasta con la realidad que se nos impone en los albores del tercer milenio que nos toca vivir.

En lo relativo a la dimensión social, los mayores han perdido visibilidad: no gusta lo viejo, parece que la ancianidad es una enfermedad contagiosa, se ha pasado de una gerontocracia a una dictadura de la eterna juventud.

En nuestra sociedad, donde va creciendo la cultura del descarte y la exclusión de las personas poco productivas, que suelen ser las más vulnerables, y donde van cambiando las condiciones familiares, políticas y sociales, no siempre “la riqueza de los años” es entendida como la bendición de una larga vida, es decir, como un don, sino como una carga.

Todos nos debemos sentir invitados a estimar y valorar a las personas mayores, a ayudarlas en sus necesidades pastorales y acompañarlas para que puedan ser protagonistas de su propio acompañamiento pastoral, impulsando su rol activo en la Iglesia y en la sociedad.

RETOS DE LAS PERSONAS MAYORES
En la primera parte del documento se exponen los retos que se les presentan a las personas mayores. Y el primero que señalan es el “drama de la soledad no deseada”. Un drama, puntualizan, que no es exclusivo de las personas mayores, “aunque sí es cierto que a medida que se van cumpliendo años es más probable que aparezcan factores que pueden aumentar el riesgo de sufrirla”.

Según las estadísticas, la soledad representa un grave problema personal para alrededor de la décima parte de los mayores. Por tanto, “es vital –afirman los obispos- tomar conciencia de la relevancia que puede tener el sentimiento de soledad en las personas mayores, no para caer en el alarmismo sino para valorar la importancia de su prevención y tratar de evitar que sea una experiencia que se mantenga en el tiempo. Salir al paso de esta soledad nos incumbe a todos, no es exclusivamente una responsabilidad de la persona mayor que la sufre o de la familia, lo es también de las instituciones sociales y de Iglesia”.

El segundo reto que presentan es fomentar el diálogo y la convivencia entre generaciones. Como ejemplo de este intercambio señalan que “los jóvenes tienen en cuenta la sabiduría y ven en los mayores puntos de referencia y modelos de fidelidad. Y cuando el futuro genera ansiedad, inseguridad, desconfianza, miedo, el testimonio de los ancianos puede ayudarles a levantar la mirada hacia el horizonte y hacia lo alto. Precisamente porque los mayores llevan un recorrido largo en esta vida y han vivido muchas etapas difíciles, pueden mostrar a los jóvenes una perspectiva de la vida real y no ficticia, como a veces se construyen, motivados quizá por la sociedad y el tiempo en el que viven”.

Por su parte, “los jóvenes ayudan a los mayores a sumergirse en el momento presente tan avanzado en el uso de la tecnología y en tantas ramas del conocimiento que a los mayores les resulta desconocido y casi un reto enfrentarse a ello”.

El tercer punto en este capítulo dedicado a los retos, se centra en “lo que la pandemia ha puesto de manifiesto” de manera especial en muchas personas mayores que “han experimentado en este tiempo la necesidad de que la Iglesia se muestre más que nunca como una comunidad sensible y cercana a los que sufren el abandono, la soledad y la cultura del descarte”.

También resaltan como durante los momentos más duros de la pandemia hemos podido contemplar a muchas de estas personas “ayudando con gran generosidad: mujeres mayores cosiendo mascarillas y batas, hombres y mujeres mayores llamando por teléfono a otras personas mayores que se sentían solas, mayores con mucha autonomía que han apoyado desde casa labores comunitarias, etc.”

EL VALOR DE LA VEJEZ
Los obispos de la Subcomisión definen la ancianidad como un tiempo de gracia, que puede ser de especial vitalidad. “En la vejez –destacan- la esperanza no nos instala en la pasividad, sino que hasta el último momento tenemos la oportunidad de ser testigos de aquel que se hizo hombre para salvarnos”.

Las personas mayores ante todo son esposos, hermanos, abuelos de otras personas. Por lo tanto, “queremos poner de relieve que el lugar natural de las personas mayores es su familia, donde, por una parte, tienen mucho que aportar y, por otra, deben ser acogidos, cuidados, respetados”. También recuerdan que son depositarias de la sabiduría y de la historia de la comunidad, “un elemento indispensable de equilibrio y fiabilidad”.

En la Iglesia, los mayores están muy comprometidos con la acción pastoral, participando en la liturgia, la catequesis, la pastoral de la salud, Cáritas, etc., aportando su fe, su experiencia y su tiempo, “pero todo esto pasa a menudo inadvertido”, advierten. Y puntualizan: “Los ancianos son, por derecho propio, testigos de la historia, protagonistas del hoy y agentes del mañana de la Iglesia”.

LA PASTORAL PARA LAS PERSONAS MAYORES
Seguidamente el documento se detiene en la pastoral para las personas mayores. “Envejecer no debe sacar a la persona de la realidad en la cual está inserido, debe seguir formando parte de la sociedad y continuar implicado como antes en su relación con los demás, incluso desde sus limitaciones físicas, psicológicas, sociales y hasta espirituales”, explican.

Además, exhortan a la sociedad y a la Iglesia en “empeñarse en la tarea de dar más valor a las personas mayores a través de nuevos instrumentos que ayuden a escucharlas, a educar para asumir dicha etapa de la vida, entendiéndola como una nueva oportunidad, “aunque todo esto traiga consigo una respuesta revolucionaria, tanto social como pastoral, de la que hoy nuestra sociedad está tan necesitada y que las nuevas generaciones agradecerán de manera inestimable”.

Valorar y enfatizar la valiosa aportación que las personas mayores con honda vivencia de fe “pueden hacer a la Iglesia en este momento de la historia, de manera que puedan poner al servicio de la comunidad su capacitación catequética, su conocimiento y experiencia de la Palabra de Dios y su acción inestimable en la evangelización, siendo los heraldos de la fe, especialmente al transmitirla a la familia”.

PASTORAL DE LAS PERSONAS MAYORES
Y de la pastoral para las personas mayores a la pastoral de las personas mayores, con el acompañamiento “también y especialmente en la espiritual y religiosa”. En dos ámbitos de actuación: con las nuevas generaciones y con sus coetáneos.

En el cuidado de las tradiciones y de los niños. Los mayores, de forma natural y desde toda la historia de la humanidad, han tenido siempre la vocación de custodiar las tradiciones —que contienen las raíces de los pueblos—, así como la de cuidar a los niños y transmitir la fe, su tradición religiosa, a los jóvenes. Misión a la que están llamados y que la sociedad espera que cumplan con abnegado esfuerzo.

Y en cuidado de los otros mayores. Hoy se está dando cada vez más importancia a la gran labor que las personas mayores hacen en el acompañamiento espiritual, además de con las nuevas generaciones, con los de su misma o semejante edad, pues son quienes conocen mejor los problemas y la vivencia emocional de esa fase de la vida humana. Hoy cobra especial importancia el apostolado de las personas mayores con sus coetáneos en forma de testimonio de vida.

ACOMPAÑAR A LOS QUE ACOMPAÑAN
Un principio fundamental en la atención a las personas mayores dependientes es el de “cuidar al cuidador”. Cuidar a un familiar dependiente es una de las experiencias más dignas; suele requerir un gran esfuerzo y, por ello, “merece todo el reconocimiento de la Iglesia y de la sociedad. Cuando se cuida a un familiar dependiente, también se está cuidando en él a Cristo necesitado”.

Los obispos reconocen que cuidar de los demás puede ser una experiencia dura y de sacrificio que, en ocasiones, “puede llevar al cuidador a un estado de agotamiento físico, emocional y mental que se conoce como el “cuidador quemado””.  Pero a la vez, destacan, “puede ser una de las experiencias más bonitas y enriquecedoras, capaz de proporcionarnos un bienestar profundo por el simple hecho de cuidar, atender y desvelarnos por otra persona, lo que se conoce como la “satisfacción por compasión”.”

Entienden que es necesario formar sacerdotes, personas consagradas y laicos dedicados específicamente al cuidado de los ancianos, pero la tarea es tan inmensa que no es suficiente con ellos. “Se hace necesario también contar con los voluntarios —jóvenes, adultos y los mismos mayores— que, ricos en humanidad y espiritualidad, tengan la capacidad de acercarse a las personas de la tercera y de la cuarta edad y de satisfacer sus necesidades, con frecuencia muy individualizadas, de orden humano, social, cultural y espiritual”.

EXPERIENCIAS EN LA IGLESIA
Los obispos también han querido destacar en este documento las experiencias en la Iglesia, incluyendo algunas realidades que trabajan “con y para los mayores, siendo conscientes de que hay muchas otras que deberían de ser añadidas, ya que entendemos que todas son importantes y necesarias”.

Así, presentan el trabajo del Movimiento Vida ascendente, la Pastoral de la salud y del mayor, el programa de personas mayores de Cáritas, Lares, y el trabajo con las personas mayores en la vida consagrada.

PROPUESTAS Y CONCLUSIONES
El documento termina con unas propuestas y conclusiones:

  • Promover la pastoral de las personas mayores en las parroquias y en las diócesis.
  • Habilitar los medios necesarios para apoyar a las familias.
  • Organizar un Congreso anual de Pastoral de jóvenes jubilados, abuelos y personas mayores.
  • Celebrar las Jornadas referidas a las personas mayores, tanto en el ámbito civil como en el eclesial.
  • Suscitar la realización de encuentros diocesanos con personas mayores.
  • Reclamar los derechos de los mayores.
  • Alentar la formación del voluntariado de pastoral de las personas mayores.

 

Oración por las personas mayores

Señor nuestro, Jesucristo, que nos has donado la vida
haciéndola resplandecer de tu reflejo divino,
tú reservas un don especial a las personas mayores
que se benefician de una larga vida.
Te las entregamos para consagrarlas a ti:
hazlas testigos de los valores evangélicos
y devotos custodios de las tradiciones cristianas.
Protégelas y preserva su espíritu
con tu mirada amorosa y con tu misericordia.
Dales la certeza de tu fidelidad
y hazlas mensajeras de tu amor,
humildes apóstoles de tu perdón,
brazos acogedores y generativos
para los niños y los jóvenes
que buscan en la mirada de los abuelos,
una guía segura en la peregrinación hacia la vida eterna.
Danos la capacidad de donarles el amor,
el cuidado y el respeto
que merecen en nuestras familias y en nuestras comunidades.
Y concede a cada uno de nosotros la bendición de una larga vida,
para podernos unir un día a ti, en el cielo,
tú que vives y reinas en el amor, por los siglos de los siglos. Amén.


¿De qué hablamos cuando hablamos de personas mayores?

Ofrecemos por su interés la introducción a este documento presentado por la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida junto al Movimiento Vida Ascendente.

Fruto de la caridad pastoral de los obispos que formamos la Conferencia Episcopal Española y haciéndonos eco de la llamada del papa Francisco a "promover el servicio pastoral a los ancianos y con los ancianos", en la CXVII Asamblea Plenaria de los obispos, celebrada del 19 al 23 de abril de 2021, se decidió que, dependiente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida, se crease una comisión de trabajo dedicada a la pastoral de las personas mayores.

Esta comisión se propuso preparar un documento que sirviera de punto de partida para consolidar los trabajos que, desde múltiples realidades eclesiales, se desarrollan en el mundo de los mayores y poner en marcha, allí donde sea necesario, ese servicio pastoral a los ancianos.

Ahora bien, ¿quiénes son los mayores? ¿Cuándo podemos considerar que una persona es mayor? ¿Qué ha de pasar en la vida de una persona para que consideremos que ha pasado de la edad adulta a la ancianidad

De la misma manera que podemos afirmar que hay un criterio objetivo para considerar que una persona es “mayor de edad” —cumplir 18 años—, pero que al mismo tiempo hay personas que llegan a esa mayoría de edad en circunstancias de maduración y de experiencias vividas muy distintas; cuando nos referimos a «personas mayores», hemos de hacerlo con ciertas cautelas. Hay criterios cronológicos, médicos, laborales y familiares que configuran el paso a lo que consideramos “mayores”, pero ni en todas las personas estos criterios han de darse en el mismo momento, ni una vez llegados a la llamada “tercera edad” han de tratarse del mismo modo a los que tienen 70 años que a los que tienen 90.

Aunque algunas de estas circunstancias pudieran ser valoradas negativamente, también hay habilidades que se mejoran: hay más calma en la toma de decisiones, más sabiduría acumulada, más capacidad de reflexión, etc.

Podemos afirmar que hay ciertas circunstancias que marcan un antes y un después en el itinerario de las personas y que, cuando varias de estas situaciones confluyen, ya se puede decir que se trata, efectivamente, de una "persona mayor":

— El final de la “vida laboral”. Aun cuando no todos se jubilan al mismo tiempo, ni el cese de la vida laboral “remunerada” supone el cese de la actividad personal, consideramos que es una persona mayor quien ya no tiene que “salir a trabajar” para adquirir el sustento cotidiano.

— La “pérdida de facultades”. No es necesario tener una patología determinada para caer en la cuenta de que el paso del tiempo provoca, tanto en el ámbito físico —menor movilidad, aumento de cansancio— como en el psíquico —pérdidas de memoria, menor concentración, distracciones—, la conciencia de que "ya no somos lo que éramos"

— La ausencia de compañeros de viaje. Poco a poco la persona mayor va despidiéndose de quienes han compartido con él trabajos, ilusiones y proyectos. Quizás ha fallecido la pareja u otras personas cercanas, y eso va dejando heridas en el alma, propias de la condición de mayores.

— El aumento de los recuerdos y la disminución de los proyectos. Cuando la persona es joven está llena de proyectos a largo plazo y son pocas las experiencias que se evocan, según vamos madurando, la “mochila vital” se llena de experiencias y los proyectos cada vez son más a corto plazo.

— El paso de ser cuidador a ser cuidado. Las experiencias asociadas al “nido vacío” y la necesidad de ayuda que aumenta con la citada “pérdida de facultades” hacen tomar conciencia de que se es una “persona mayor”.

— La cercanía de “la meta”. Para muchos la muerte es un tema del que no se quiere ni oír hablar, pero, se tenga o no fe en la vida eterna, se crea en un Dios que nos espera al otro lado del tránsito o no se tenga ese don, lo cierto es que afrontar el hecho de que
vivimos una vida finita en este mundo es, en general, indicativo de que una persona es mayor.

El aumento de la esperanza de vida y la mayor calidad de vida durante más años provoca que cada vez haya más mayores que están más sanos y durante más tiempo

Sin embargo, aunque algunas de estas circunstancias pudieran ser valoradas negativamente, también hay habilidades que se mejoran: hay más calma en la toma de decisiones, más sabiduría acumulada, más capacidad de reflexión, etc. No podemos considerar como un absoluto la ausencia de proyectos de futuro. El proyecto vital no se extingue hasta el último momento de nuestra existencia en esta vida. Hemos de ser muy conscientes de esta realidad, sobre todo en el trabajo pastoral de acompañamiento y motivación de las personas mayores. No debemos ocultar que este tramo del viaje va acabando, pero sin renunciar o dar por cumplido un proyecto vital: hemos de seguir buscando y respondiendo al plan que Dios tiene para cada persona, aunque sea a un plazo más corto, aunque sea más “sencillo”

ENVEJECIMIENTO DE LA POBLACIÓN
El aumento de la esperanza de vida y la mayor calidad de vida durante más años provoca que cada vez haya más mayores que están más sanos y durante más tiempo. En Europa se ha pasado de haber un 16 % a un 30 % de personas mayores en menos de 50 años. Y este dato, que inicialmente se nos presenta como algo positivo, se convierte en un problema económico, sanitario, social y eclesial: el envejecimiento de la población —habida cuenta de los problemas relativos a que cada vez son menos los niños que nacen— se ha convertido, a día de hoy, en un problema para muchos.

La precaria situación económica, acentuada por la actual crisis, en la que viven muchos países provoca además que cada vez sean más los emigrantes —también personas mayores— que se desplazan buscando una salida para sus familias. Crece la fragmentación de la realidad familiar, la institución matrimonial es más vulnerable que nunca, y todo ello provoca que cada vez haya más ancianos solos y desplazados de sus raíces.

Sin pretender hacer un análisis exhaustivo de la realidad de las personas mayores, advertimos con preocupación que este envejecimiento de la población viene acompañado de no pocas situaciones que los ancianos padecen: pensiones bajas, viviendas no adecuadas a las limitaciones de movilidad propias de la edad, complicaciones en la percepción de ayudas a la dependencia, atención sanitaria deficiente, dificultad de acceso telemático a los medios e instituciones. Asimismo, a menudo nos sorprendemos con noticias que revelan situaciones de deficiencias en la atención de las personas mayores, de mala praxis, e incluso en ocasiones de malos tratos. Somos testigos de los retos que suponen la inadecuada atención de los ancianos que sufren enfermedades y no son debidamente atendidos, priorizándose el destino de los recursos sanitarios a otras edades y dejando abandonados a su suerte a los que ya han vivido más años.

Por otra parte, nuestras Iglesias, que antes de la pandemia se veían llenas de personas mayores, cada vez se encuentran más vacías, y no solo por la situación de miedo post covid —que se ha llevado a muchos de los nuestros y que suponemos coyuntural—, sino porque nos encontramos con nuevas generaciones de mayores que ya no forman parte de aquella llamada “sociedad de cristiandad”. Son mayores a los que tenemos que llevar el anuncio del Evangelio.

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