INICIO
Signo y Gracia
22 de mayo de 2022
Nº 1423 • AÑO XXX

Teología de los sacramentos

Sacramentos de la Fe

La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a ella. Cuando la Iglesia cele­bra los sacramentos confiesa la fe recibida de los apóstoles, de ahí el antiguo adagio: “La ley de la ora­ción determine la ley de la fe”. 

La ley de la oración es la ley de la fe. La Iglesia cree como ora. La liturgia es un elemento constitutivo de la Tradición eclesial (cf. DV 8).

Por eso ningún rito sacramental puede ser modificado o manipulado a voluntad del ministro o de la comunidad. La Iglesia no puede cambiar la liturgia a su arbitrio, sino solamente en virtud del servicio de la fe y en el respeto religioso al misterio de la liturgia.

Los sacramentos expresan y desarrollan la comunión de fe en la Iglesia, por ello, la ley de la oración es un criterio básico del diálogo que intenta restaurar la unidad de los cristianos.

SACRAMENTOS DE LA SALVACIÓN
Los sacramentos, celebrados dignamente en la fe, confieren la gracia que significan (cf DS 1605 - 1606). Son eficaces porque en ellos actúa Cristo; Él es quien bautiza, quien actúa en sus sacramentos para comunicar la gracia que el sacramento significa. El Padre escucha la oración de la Iglesia que, en la epíclesis de cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. El Espíritu Santo transforma en vida divina lo que se somete a su poder.

Los sacramentos obran por el hecho mismo de que la acción es realizada ex opere operato, es decir, en virtud de la obra salvífica de Cristo, realizada de una vez por todas (cf. DS 1608). De ahí se sigue que el sacramento no actúa gracias a la justicia de la persona que lo da o que lo recibe, sino por el poder de Dios. Por tanto, cuando un sacramento es celebrado según la intención de la Iglesia, el poder de Cristo y de su Espíritu actúa en él y por él, independientemente de la santidad personal del ministro. Pero, los frutos dependen también de las disposiciones del que los recibe.

Los sacramentos, para los creyentes, son necesarios para la salvación (cf DS 1604). La gracia sacra­mental es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos con Cristo. El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu deifica (cf 2 P 1,4) a los fieles uniéndolos vitalmente a Cristo.

SACRAMENTOS DE LA VIDA ETERNA
La Iglesia celebra el Misterio de su Señor “hasta que Él venga” y “Dios sea todo en todos” (1Co 11, 26; 15, 28). Desde la era apostólica, la liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: ¡Marana tha! (1Co 16,22). La liturgia participa así en el deseo de Jesús: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros... hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios” (Lc 22,15-16). En los sacramentos, la Iglesia recibe las arras de su herencia, participa en la vida eterna, aunque aguar­dando la esperanza y la manifestación gloriosa de Cristo (cf. Tt 2,13). El Espíritu y la Esposa dicen: Ven, Señor Jesús (cf. Ap 22,17.20).

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano