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Signo y Gracia
8 de mayo de 2022
Nº 1421 • AÑO XXX

Teología de los sacramentos

El sacramento como “proceso” personal y unitario

La fe tiene una dimensión eclesial y comunitaria. Y la comunidad, que está interesada y comprometida con la fe de sus miembros, no puede quedar indiferente ante el sacramento que uno de ellos recibe.

La persona difícilmente puede abarcar su existencia en un momento concreto. Toda opción, toda de­cisión importante en la vida exige un tiempo de profundización y maduración y nadie tiene derecho a atropellarlo. Dios en la historia de la Salvación se ha acomodado con su pedagogía divina a esta con­dición de la persona.

Ahora bien, el sacramento supone por parte de la persona una opción, un compromiso. Un acto cons­ciente y libre. Por eso mismo exige un tiempo de preparación y maduración. Celebrar un sacramento es como mudar el color de la piel. Y esto no sucede en un instante, requiere espacio y tiempo. Todo sacramento necesita ser querido, comprendido y vivido en algún modo antes de ser celebrado. Sólo entonces tendrá sentido pleno para aquel que lo celebra. Sólo entonces podrán aceptarse consciente y responsablemente las implicaciones que entraña. De ahí que podemos decir que el sacramento implica un “proceso personal”.

Pero la persona, lo mismo que el cristiano, no es un ser aislado. Nacer y hacerse cristiano en la vida no es una aventura solitaria ni un proceso exclusivamente individual, sino un acontecimiento comunita­rio. Y celebrar un sacramento no es poner un acto particular, sino hacer fiesta con los demás porque Dios nos ama. Porque nuestra forma de estar en el mundo es “ser y vivir con los demás en cristiano”, nuestra forma de celebrar es compartir con los demás nuestra fe. No puede haber un creyente verdadero sin comunidad, ni una comunidad verdadera sin personas creyentes.

La fe tiene una dimensión eclesial y comunitaria. Y la comunidad, que está interesada y comprometida con la fe de sus miembros, no puede quedar indiferente ante el sacramento que uno de ellos recibe. Es precisamente, entonces, cuando más despierta su responsabilidad saliendo al encuentro de los can­didatos, educando su fe, apoyándolos con la oración y el ejemplo. En otras palabras, junto al proceso personal se da también un “proceso comunitario”.

Este proceso, este caminar de la comunidad junto al candidato exige tiempo, en primer lugar. No todo sucede en un momento. Como la persona se encamina, se orienta y progresa poco a poco, así la comu­nidad manifiesta su vida, educa en la fe y sale al encuentro en pasos sucesivos. En segundo lugar, este proceso comunitario exige etapas significativas, momentos expresivos, signos externos. Son como los hitos que van jalonando y sellando este proceso. En tercer lugar, exige la intervención de la Iglesia a través de sus responsables o representantes en la comunidad local.

A lo largo de este proceso, la comunidad ejerce una función positiva y activa, que repercute en ella mis­ma. La comunidad inicia y, a la vez, se inicia en los sacramentos, prepara a los candidatos y se renueva en la fe, hace crecer a sus miembros y se edifica a sí misma. Y todo este proceso es también parte inte­grante del sacramento, es ya en sí mismo sacramental desde el momento en que hay una palabra de fe y unos signos que, a su nivel propio, la expresan celebrándola.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano