La bondad de Dios
La moral frente al misterio de la Encarnación
El teólogo estadounidense Stephen D. Long reflexiona sobre la moral moderna frente a la Encarnación cristiana en su obra La bondad de Dios. Publicada por la editorial Nuevo Inicio, ofrecemos un adelanto de la introducción en la que comienza esta reflexión sobre la moral de nuestro tiempo.
Sólo en la Encarnación nuestra participación finita en lo infinito puede hacer posible la participación en una bondad que está más allá de nosotros, una bondad que es trascendente, una bondad infinita. En consecuencia, sólo en el cuerpo de Cristo, cuerpo que conocemos con el nombre de Iglesia, somos capaces de desarrollar el bien, por medio de la realización de los sacramentos, de la acción continua del Espíritu Santo, que nos dota y a la vez nos capacita para continuar la misión de Cristo en nuestra vida cotidiana.
Estuve recientemente en un congreso en el que una teóloga profesional respondió a una pregunta sobre una cuestión de moral diciendo: “Todas las normas morales son construcciones sociales, y están, por tanto, sometidas a revisión”. No sé exactamente qué pretendía decir con eso, pero sé que no recurrió a ese argumento simplemente como una declaración descriptiva que explica la naturaleza problemática de las afirmaciones morales en nuestro tiempo.
Su declaración no lamentaba la “crisis de humanismo” que ha tenido lugar en la edad moderna, esa crisis que Gianni Vattimo explica como la reducción del ser a valores1 . Esa declaración no se hizo con el más mínimo sentido de pérdida o de desesperanza; de hecho, se hizo para afirmar que el conocimiento de eso era beneficioso. Después de todo, si todas las normas morales son construcciones sociales, tenemos que reconocer a la fuerza las limitaciones de nuestras convicciones morales, y nunca podremos imponérselas a otras personas. Su propuesta funciona para crear una sociedad más tolerante, en la que ninguna explicación del bien, hecha por una comunidad o por un individuo, tenga prioridad sobre ninguna otra.
Cuando ponía a los estudiantes frente a este conflicto, al principio me sorprendía de la frecuencia con que se negaban a emitir un juicio sobre ninguna de las posiciones, la de Cors o la de Zerchi. Muchos estudiantes se negaban a reconocer las diferencias entre las dos posiciones, y trataban de hacerles sitio a las dos
No me cabe duda de que la afirmación de esa teóloga expresa lo que mucha gente en el ámbito cultural norteamericano piensa acerca de la naturaleza de la vida moral. Tras haber enseñado ética cierto número de años en cursos universitarios de primer ciclo y de postgrado, ya no me sorprendo lo más mínimo cuando alguien saca a relucir que todas las normas morales son construcciones sociales, y por lo tanto, relativas y limitadas. Es moneda corriente, aunque sea (como voy a sostener) una moneda falsa.
LAS NORMAS MORALES COMO CONSTRUCCIONES SOCIALES
Por ejemplo, la mayoría de mis estudiantes, cuando enseñé durante varios años en una universidad católica, no provenían de un ambiente secular, sino que habían pasado por el sistema educativo católico y habían recibido instrucción moral y religiosa. Uno podría esperar que tuvieran una comprensión de la moral diferente de la que había expresado la teóloga protestante liberal citada más arriba.
Y sin embargo, mis estudiantes tenían con frecuencia una visión bastante similar de la vida moral. Yo solía empezar mi curso de ética social con un caso que me servía de prueba, tomado de una novela, el Cántico por Leibowitz de Walter Miller. Hacia el final de esta novela, unas potencias rivales se enzarzan en un conflicto nuclear, y la lluvia radiactiva que se produce como consecuencia genera un enorme sufrimiento. Para dar respuesta a ese sufrimiento, el gobierno establece un organismo de asistencia llamado “Estrella Verde”. La gente que ya no puede ser ayudada puede acudir a una clínica “Estrella Verde” para verse aliviada de su dolor mediante una muerte que le es administrada por un médico. El doctor Cors supervisa las clínicas, y le pide permiso a un sacerdote, el padre Zerchi, para usar su monasterio en los trabajos de asistencia. El padre Zerchi se lo concede siempre que no se practique la eutanasia en una propiedad de la Iglesia. Pero el doctor Cors es un hombre de sólidos principios, que vive según una norma moral: “El dolor es el único mal que yo conozco”. Todo lo que pueda hacerse para aliviar el dolor, incluido el suicidio asistido por un médico, ha de hacerse.
El padre Zerchi es también un hombre de principios sólidos que cree en la enseñanza de la Iglesia, según la cual intentar matar directamente, sea a nosotros mismos o a otros, es algo intrínsecamente malo. Tanto para Zerchi como para Cors, estos principios son parte del tejido del que está hecha su existencia. Pero estos dos principios entran en conflicto cuando se dirime el destino de una mujer soltera y de su hijo, que están sufriendo irremediablemente los efectos de la lluvia radiactiva. Estando en el monasterio, Cors le aconseja a ella que reciban el tratamiento que “Estrella Verde” les ofrece a ella y a su hijo, con el fin de evitar el sufrimiento ulterior por el que inevitablemente van a tener que pasar. Mientras Zerchi cree que tiene que hacer todo lo posible para evitar que reciban “el remedio”, Cors cree que su deber para con la mujer y para con el niño es salvarlos del inevitable sufrimiento que el supersticioso sacerdote trata de imponerles.
Cuando ponía a los estudiantes frente a este conflicto, al principio me sorprendía de la frecuencia con que se negaban a emitir un juicio sobre ninguna de las posiciones, la de Cors o la de Zerchi. Muchos estudiantes se negaban a reconocer las diferencias entre las dos posiciones, y trataban de hacerles sitio a las dos. Muchos se explicaban así: “Yo, personalmente, creo que la eutanasia es un mal, pero nunca impondría mis valores a otra persona. Cada persona tiene que decidir por sí misma cuáles son sus valores y luego ha de vivir de modo coherente con esa decisión”. Los estudiantes decían después que sus compromisos morales eran, ante todo, “valores” que ellos tenían, preferencias personales que no deberían ser “impuestas” a otros. Los valores morales no eran más que construcciones sociales. Esta actitud les hacía aparecer como tolerantes y les permitía “estar de acuerdo en el desacuerdo” con otros que tenían
valores completamente distintos debidos a construcciones sociales alternativas. Al tratar de ser tolerantes con ambas posiciones, sin embargo, los estudiantes no se daban cuenta de que ya habían tomado posición a favor del doctor Cors, no sobre el contenido de la cuestión concreta, sino sobre la percepción del modo en que funciona el lenguaje moral. A diferencia de Zerchi, Cors pensaba que la moral era fundamentalmente una cuestión de preferencia individual. Si, debido a sus convicciones religiosas, la mujer hubiera estado de acuerdo con Zerchi en que la eutanasia es un mal, Cors no habría impuesto el remedio de la “Estrella Verde”. Pero ella estaba indecisa, no estaba segura de estar de acuerdo con Zerchi. Por lo tanto, Cors estaba obligado a ayudarla a tomar su propia decisión.
Lo más interesante de la novela de Miller es que Cors y Zerchi representan no simplemente dos posiciones morales, sino también dos explicaciones sociopolíticas diferentes de la vida moral
Lo más interesante de la novela de Miller es que Cors y Zerchi representan no simplemente dos posiciones morales, sino también dos explicaciones sociopolíticas diferentes de la vida moral. Los dos representan, por supuesto, la distinción básica que está en todos los libros de texto entre una teoría moral consecuencialista (Cors) y una teoría moral deontológica (Zerchi). Pero lo que Miller reconoce es que estas “teorías éticas” aparecen con unas formaciones sociales detrás. Cors representa el poder del estado-nación moderno.
Es un funcionario del estado, exactamente igual que Zerchi es un funcionario de la Iglesia. Así, el co nflicto entre Cors y Zerchi no es sólo una lucha entre dos teorías éticas, sino un conflicto acerca de qué formaciones sociales hacen que nuestra “ética” tenga sentido. Por ejemplo, para asegurarse de que a cada individuo le está permitido seguir sus propios valores, Cors recurre al poder del estado para crear un terreno
de juego “neutral” en que a la mujer se le permita tomar la decisión por sí misma. Zerchi, trabajando al servicio de su propia conciencia, toma a la mujer y al niño y los mete en su coche para llevarlos a donde puedan estar seguros, al santuario del monasterio. Trata de incorporarla al espacio de la Iglesia. Como respuesta, Cors llama a la policía, que reduce a Zerchi y le impide físicamente insistirle a la mujer en sus puntos de vista.2
2. Walter M. Miller, A Canticle for Leibowitz, Bantam Books, New York, 1976, pp. 296-297. Edición
en español: Walter M. Miller, Cántico por Leibowitz, Círculo de Lectores, Barcelona, 1999
1. Gianni Vattimo trata de esa “crisis de humanismo” en The End of Modernity, Johns Hopkins
University Press, Baltimore, Maryland, 1989. Edición en español: Gianni Vattimo, El fin de la mo-dernidad, Editorial Planeta De Agostini, Barcelona, 1991