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Signo y Gracia
1 de mayo de 2022
Nº 1420 • AÑO XXX

Teología de los sacramentos

Las verdaderas dimensiones del sacramento

Hay que unir el sacramento con la vida. Lo que celebramos debe manifestarse en lo que hacemos. Es preciso superar la tentación de quedarse en el rito, hay que comprometerse.

Para expresar esta dinamicidad o historicidad del sacramento, distinguimos tres momentos o fases constitutivas de la realidad sacramental, si bien cada una a su manera:

  • Sacramento antecedente: comprende todas las fases previas a la celebración o rito, en cuanto dinámica e intencionalmente orientadas por la fe al momento de su expresión ritual ante la comunidad de la Iglesia. Corresponde a lo que podríamos llamar también “dimensión pastoral” del sacramento.
  • Sacramento realizante: tiene lugar, sobre todo, en el momento de la celebración ritual, como acto culminante de un proceso, en el que se expresa sacramentalmente la intervención de Dios en la Iglesia, por medio de un signo eficaz, aplicado a un sujeto determinado. El sacramen­to, que de algún modo ya ha comenzado en el momento precedente, llega aquí a su momento culminante. A esto podríamos llamar la “dimensión litúrgica” del sacramento.
  • Sacramento consecuente: incluye los actos posteriores a la celebración por los que el sujeto, a lo largo de su vida, actualiza y plenifica el sacramento en una personalización cada vez más decisi­va, al mismo tiempo que es y aparece como signo viviente y como testimonio ante el mundo. Es el despliegue de la virtualidad y exigencia o compromiso del sacramento ante el mundo. A esto le podemos llamar la “dimensión existencial” del sacramento.

La celebración del sacramento es la expresión, en signos visibles, de la gracia de Dios y de la fe de la persona; es el momento realizante de un encuentro ya iniciado en el momento antecedente y que se prolonga en su dinamismo hacia el momento consecuente, de modo que la gracia de Dios y la fe del hombre están actuando ya en el momento de la opción inicial orientada al sacramento y, al mismo tiempo, se intensifican y hacen actuales en la opción permanente de la vida cristiana.

Esta visión del sacramento tiene su raíz en la tradición eclesial. Para darse cuenta basta recordar lo que la Iglesia ha dicho siempre del bautismo de deseo en relación con el bautismo de agua; del catecume­nado en relación con la celebración bautismal.

Por otra parte, la Iglesia ha dicho siempre que el sacramento debe renovar la vida. Oímos decir que hay que unir el sacramento con la vida, que lo que celebramos debe manifestarse en lo que hacemos, que es preciso superar la tentación de quedarse en el rito, que hay que comprometerse. Pues bien, con todo ello, estamos afirmando que el sacramento tiene diversos momentos o etapas y que no se reduce a un momento esporádico o fugaz.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano