Teología de los sacramentos
El Sacramento como encuentro interpersonal
El sacramento es un encuentro interpersonal y, como tal, supone la respuesta del sujeto en un acto verdaderamente humano.
El sacramento es un acto de Cristo realizado en favor de una persona. Por él Dios se dirige, invita y ofrece algo a alguien. Estructuralmente, el sacramento es, pues, un diálogo, un encuentro interpersonal, una intercomunicación, donde el “Yo” divino se dirige al “tu” humano, por ser un acto de la libertad amorosa de Cristo, que pone en relación a dos personas, es decir, cuando al ofrecimiento de Dios responde la libre acogida de la persona. Un acto es verdaderamente humano cuando existe la libertad de aceptarlo o rechazarlo y, no, cuando es fruto de una imposición o inconsciencia. El ejercicio de la libertad del sujeto forma parte del sacramento.
Por eso hay que decir también que esta respuesta libre de la persona incluye un compromiso. No es algo que pueda dejarnos indiferentes ante las repercusiones que implica o ante el don que se acepta. En el sacramento, Dios es el don y el donante al mismo tiempo. Y esto es algo que se me ofrece a mí personalmente, que me afecta en lo más íntimo de mi ser, que me compromete, porque crea unos lazos de comunión y pide una correspondencia. La ausencia de todo compromiso hace al sacramento infructuoso, es decir, lo reduce a una simple apariencia privada de realidad. A nivel religioso y, por consiguiente, también de la vida sacramental, nos encontramos ante un compromiso humano en la fe (la parte activa de la persona que se expresa en una acción ritual), por la cual un acontecimiento de salvación (la intervención divina) nos concierne.
La celebración del sacramento supone, al mismo tiempo, aunque de diversa manera, la fe del sujeto, la fe de la asamblea celebrante y la fe de la Iglesia.
Que se requiere la fe del sujeto resulta evidente. Todos sabemos que la praxis de la Iglesia (bautismo de niños, unción a moribundos...) ha convertido esta afirmación en problemática. Sin olvidar las respuestas que clásicamente se han dado, quizá pueda hacerse esto hoy más comprensible si partimos de un concepto de fe y sacramento más dinámico e histórico. Antes o después de la celebración ritual, lo cierto es que el sacramento sólo llega a su plenitud cuando el sujeto da esta respuesta personal de fe, aceptación, compromiso.
Hasta ahora no se había insistido en la necesidad de la fe de la asamblea celebrante.
Hoy se valora la necesidad de la fe de la asamblea celebrante, después que el Vaticano II ha insistido en la dimensión eclesial de los sacramentos y en su celebración comunitaria. La asamblea debe ser una asamblea de fe, de modo que pueda realizar aquello que manifiesta: ser expresión visible de la fe eclesial, mostrar la dimensión comunitaria de su fe, apoyar, ser testigo y hacerse responsable del compromiso de fe de sus miembros.
Para que la fe del sujeto y de la asamblea celebrante sean auténticas se requiere que sean la fe que profesa la Iglesia. Es en esta fe en la que se celebran los sacramentos. La fe eclesial asegura la objetividad y universalidad del sacramento, determina su significación, garantiza su validez. Tiene una función mediadora. La fe personal debe actualizarse en la comunidad y en la persona concreta.
Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano