San Nicolás de Flüe
El asceta de los cantones suizos
Recordamos la vida de este santo suizo, San Nicolás de Flüe, que es venerado tanto por protestantes como católicos. Un santo muy singular, que se considera el padre de la patria Suiza. Cuidó con esmero las cosas de la tierra y amó intensamente las del cielo.
Nació en 1417, justo cuando termina el Cisma de Occidente con la elección de Martín V como Papa, en una familia de campesinos con buenas propiedades. De joven fue soldado en la guerra contra Zürich, llegando a ser capitán.
Se casa con treinta años, en un matrimonio que durará dos décadas, teniendo 10 hijos. En su vida matrimonial, Nicolás no languideció en la práctica de la virtud, al contrario, creció aún en devoción. Para satisfacerla, su hijo Juan de Flüe escribió: “mi padre se iba siempre a acostar a la misma hora que sus hijos y empleados; pero todas las noches yo lo veía levantarse nuevamente y rezar en su cuarto hasta la mañana”.
Nicolás tenía una profunda devoción a la Santísima Virgen, tierna e inflamada, y no había ocasión en que él no intercalara frases sobre las excelencias, el poder y la bondad de tan tiernísima Madre. Hacía periódicamente peregrinaciones a sus innumerables santuarios. Incluso cuando trabajaba en el campo, el santo no dejaba su rosario, que aprovechaba para rezar en cualquier tiempo libre.
El amor a las cosas celestiales y algunas visiones que tuvo reavivaron en Nicolás el deseo de dedicarse exclusivamente a Dios. Estaba llegando a los 50 años, sus hijos estaban prácticamente criados y no había más tiempo que perder. Buscó a su virtuosa esposa y le explicó la vocación que Dios tan apremiantemente le daba, suplicándole le otorgase la libertad para seguirla. Su mujer supo que no se trataba de un fervor pasajero o de una fantasía y lo consintió, prometiendo terminar de educar a los hijos en el temor y amor de Dios.
El día 16 de octubre de 1467, habiendo puesto en orden sus negocios y dividido sus bienes, Nicolás apareció ante sus parientes y amigos descalzo, con una larga túnica de peregrino, un bastón en una mano y el rosario en la otra. Agradeció el bien de ellos recibido y, dando la bendición a todos, partió con el corazón dilacerado por el afecto a lo que dejaba.
ASCETISMO EUCARÍSTICO
Nicolás pensó en ir a otro país para estar más lejos de aquello que amaba pero después, por una inspiración de lo alto, volvió hacia una propiedad suya, donde construyó una pequeña cabaña para vivir en ella entregado a la oración y a la contemplación. Su hermano Pedro fue a buscarlo, resuelto a llevarlo de vuelta a casa, alegando que podría morir de frío o hambre, aislado en el terrible invierno suizo. Nicolás le respondió: “Sabe, hermano mío, que no moriré de hambre, pues ya hace once días que no como y no siento necesidad de alimento. Tampoco moriré de frío, pues Dios me sostiene”.
Y aquí está el más impresionante milagro de la vida de San Nicolás de Flüe, raro incluso en los anales de la santidad: ¡durante los últimos 20 años de su vida, no comió ni bebió alimento alguno, pues vivió sólo de la Sagrada Eucaristía!
Pero él no hizo eso sin pedir consejo, para no tentar a Dios. Un venerable sacerdote, el padre Oswaldo Isner, párroco de Kerns, dejó este relato en el libro parroquial, en 1488: “Cuando Nicolás comenzó a abstenerse de alimentos naturales, y lo había hecho durante once días, mandó buscarme y me preguntó secretamente si debía tomar algún alimento [...]. En sus miembros no restaba sino poca carne, pues todo estaba disecado hasta la piel. Cuando lo vi y comprendí que eso no podía provenir sino de la buena fuente del amor divino, aconsejé al hermano Nicolás que persistiera en la prueba tan prolongadamente cuanto le fuese posible soportar sin peligro de muerte [...]. Fue lo que hizo: desde ese momento hasta su muerte —es decir, por cerca de veinte años y medio— continuó absteniéndose de cualquier alimento corporal [...]. Él me confesó que, cuando asistía a Misa y el padre comulgaba, recibía una fuerza que le permitía permanecer sin comer y sin beber, pues de otro modo no podría resistir”.
Cuando comenzó a propalarse este hecho prodigioso, una multitud creciente pasó a acudir de todas partes para ver al hombre a quien Dios le daba tal gracia. Los magistrados de la ciudad enviaron guardias, que ocuparon durante un mes, día y noche, las inmediaciones de la cabaña del hermano Nicolás y comprobaron que el piadoso ermitaño no tomaba realmente otro alimento que la Sagrada Eucaristía.
CONSEJERO EN LOS ASUNTOS ESPIRITUALES Y TEMPORALES
Al crecer aún más el número de peregrinos que venían a ver al hermano Nicolás, sus conciudadanos le edificaron una casita de piedra, con una capilla anexa, a la cual la piedad de los archiduques de Austria asignó las rentas necesarias para su conservación y manutención, con un capellán a su servicio. Así Nicolás pudo asistir diariamente al Santo Sacrificio sin salir de su morada.
Aumentando aún el flujo de los fieles, el hermano Nicolás, para hacerles algún bien, comenzó a darles una plática espiritual. Con ello se reformaron las costumbres, hubo grandes conversiones seguidas de muchas maravillas. Tenía el don de hacer milagros y el de profecía.
Retirarse del mundo no marcó todavía, para San Nicolás, el fin de una obra histórico-política. Fue antes un principio de más pronunciada fase. Nicolás fue juez y consejero de su cantón. Fue también diputado en la Dieta federal de 1462 y rechazó el cargo de jefe de Estado. Su influjo en los asuntos federales se muestra ya evidente en el tratado de paz perpetuo con Austria en 1473. Al evitar la guerra civil, hizo renacer la unidad de Suiza, lo que le valió el título de “Padre de la Patria”. En 1481, cuando el cantón de Unterwald estaba decidido a separarse de Lucerna y de Zurich, lo que pondría fin a la existencia de la Confederación Helvética, un emisario de la Asamblea, que se disponía a aprobar la ruptura, corrió a traer la noticia al ermitaño de Ranft. Nicolás pasó la noche redactando un proyecto de Constitución que, al día siguiente, fue aprobado por unanimidad por la misma Asamblea, lo que restableció para siempre la unidad y la paz”.
El último tramo de su vida está cargado de sufrimiento. Muere el 21 de marzo de 1487. Su proceso de canonización comenzó en 1591 y se produjo finalmente en 1947, por mediación del Papa Pío XII, durante la solemnidad de la Ascensión.