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Signo y Gracia
27 de enero de 2022
Nº 1415 • AÑO XXX

Teologia de los sacramentos

La Iglesia garante de la Gracia de Dios

El único autor de los sacramentos es Cristo, y el único origen de la gracia es Dios; sin embargo, la Iglesia, asociada a la “obra” de Cristo y llena de santidad, colabora también con Cristo a la santificación de sus miembros.

De algún modo la Iglesia es el signo que “garantiza” la gracia de Dios, al comprometerse en la Palabra de Gracia que pronuncia sobre una persona concreta. Por eso la eficacia sacramental no puede separarse de la actuación santificadora de la Iglesia, la cual colabora también con Cristo a la san­tificación de sus miembros. Coopera de diversas maneras para que la gracia sea eficaz en la persona.

La eficacia de los sacramentos es proporcional a su valor de signos en el Nuevo Testamento, es decir, en cuanto signos de una realidad salvadora que se continúa en la historia: Si Cristo es el centro de la Historia de la salvación, debe ser el signo fundamental por el que esta salva­ción se ha cumplido real y definitivamente. Todo signo neotestamentario tiene su centro y su explica­ción en Cristo. Estos signos se diferencian de todo lo anterior por su diversa institución, por su organi­zación externa, por su configuración ritual, y, sobre todo, porque son realidad, en relación y a partir de la realidad plena, que es Cristo. Todos los signos precedentes carecían de esta realidad salvífica en su pleno sentido; eran más bien un anuncio, una prefiguración, una sombra indicadora de la misma. En cambio, los signos del Nuevo Testamento indican esta realidad, y también la implican y la contienen; son signos de la salvación, presente en la humanidad de Cristo y continuada hoy en la visibilidad de la Iglesia. Si estos signos están cargados de salvación, llenos de realidad, se debe a que tienen su origen en Cristo, signo culminante de salvación.

Por eso podemos decir que cuando alguien descubre esta realidad desde la fe y cree en la Palabra que explica su sentido, los “signos” se convierten para él en fuente de gracia, le comunican la salvación que significan y entrañan a través de esta corporeidad, y participa de la salvación que nos viene de Cristo y que está presente en ellos.

Los sacramentos, en cuanto sacramentos particulares, son actos del Cristo celeste en manifestación eclesial. Son, en visibilidad eclesial (“signo”), el acto de redención eternamente actual (“causa de gra­cia”) de Cristo en cuanto se dirige personalmente a una persona concreta. La salvación presente, el don de gracia, lleva consigo su visibilidad signal. Tratándose de una realidad invisible que se dirige a una persona concreta, sólo puede adquirir su plenitud de significado cuando se expresa en un signo externo. El símbolo, en este caso, viene a ser un elemento constitutivo para la comunicación del don, una expresión dinámica y viviente de dicho don unida a la voluntad de aquél de quien procede. Por eso se trata de un gesto, de un acto personal de Cristo que expresa y realiza su salvación a través de este gesto, dándole una profundidad insospechada. De ahí que, en algún sentido, pueda decirse que los “sacramentos producen” la gracia. Pero, en realidad, no es el sacramento en cuanto signo externo el que “produce” la gracia, sino la gracia en cuanto don invisible la que “produce” o lleva consigo el signo externo, llegando así a su plena expresión de significado.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano