Beata María Ana Rivier
“O hacer conocer a Cristo o morir”
En Bourg-Saint-Andéol, en la región de Viviers (Francia), la beata María Ana Rivier, durante la Revolución Francesa, que suprimió todas las órdenes y congregaciones religiosas, instituyó la Congregación de las Hermanas de la Presentación de María, para educar en la fe al pueblo cristiano (1838).
María Rivier, Mariette para su familia, nació el 19 de diciembre de 1768 en Montpezat, Francia. Hacia los dieciseis meses sufrió una caída y quedó postrada. La señora Rivier, mujer de gran fe, recurrió a la Virgen María: cada día lleva a Mariette y la coloca junto a la estatua de Nuestra Señora de la Piedad, capilla que queda cerca de su casa. Más adelante la niña, que ve a su madre rezar, adquirió una certeza: "la Virgen me va a curar". Dejada sola a los pies de la María que sostiene a su Hijo muerto en brazos, Mariette contempla, y este misterio se imprime en su corazón. Finalmente el 8 de septiembre de 1774, comienza a andar. Esos cuatro años en la escuela de María marcaron para siempre la vida de María Rivier. Lo obtiene todo de la Virgen María.
Cuando comienza la Revolución Francesa, todo acto de piedad resulta sospechoso. María Rivier convoca secretamente las asambleas del domingo. Aunque muy prudente, la beata permanece como apóstol con corazón de fuego. En 1794 la población de Thueyts requiere su presencia, parte como verdadera misionera. En breve cuatro jóvenes, pobres en posesiones y en saber, se reúnen con ella y se dejan abrasar por el fuego del evangelio. En el momento en que todos los conventos se cierran, María Rivier abre el suyo. Un 21 de noviembre, festa de la presentación de María en el templo, la beata y sus cuatro compañeras se consagraron a Dios. Rápidamente la nueva comunidad se expande, a pesar de su pobreza.
La educación cristiana de la juventud es su prioridad. Con todo, la educación en la fe se extiende también a los adultos. Los pobres son los privilegiados: abren el primer orfanato el 21 de noviembre de 1814. Nada detiene el ardor apostólico de María Rivier. Los párrocos le piden a veces que exhorte a sus parroquianos, que reúna a jóvenes y mujeres; María habla con una claridad, una energía y una unción que toca los corazones. Sustentada por una fuerza interior, exclama: “O hacer conocer a Cristo o morir”.
Cuando muere, el 3 de febrero de 1838, a la edad de 69 años, esta apóstol con corazón de fuego habrá fundado 141 casas, y recibido más de 350 hermanas para continuar su obra. Y tal como lo soñó cuando decía que un día sus hijas atravesarían los mares, en 1853 la Congregación llega a Canadá, y más tarde se va extendiendo por todo el mundo, hasta hoy. María Rivier fue beatificada en Roma por el papa Juan Pablo II, el 23 de mayo de 1982.