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Testimonio
20 de febrero de 2022
Nº 1410 • AÑO XXX

Testimonios Mártires Granada (XI)

No tuvo ni un momento de tristeza cuando
hablábamos de lo que nos podía suceder

Miguel Romero Rojas, sacerdote y mártir de Coín, será beatificado en Granada el 26 de febrero junto a otros compañeros mártires de la persecución religiosa en España en el siglo XX en España.

El más joven de nuestros mártires es malagueño. Nació el 26 de diciembre de 1911 en Coín (Málaga). Comenzó sus estudios en el Seminario de Málaga y pasó al Seminario de Granada en 1929 para hacer el segundo curso de filosofía y el resto de los estudios. Recibió las diversas ordenaciones menores y mayores en pocos meses: la tonsura el 5 de abril de 1935 y el presbiterado el 14 de junio de 1936 incardinado a la Iglesia de Granada. Tenía 24 años.

Marchó a Coín para su primera misa a la que siguieron otras 25 celebraciones. No hubo ocasión para que recibiera nombramiento pastoral: el Señor quiso que fuera sacerdote para la celebración de esas eucaristías. Fue detenido el 25 de julio o 1 de agosto según diversos testigos, llevando a la cárcel sólo su rosario y su crucifijo. Según testimonio escrito de un compañero de prisión, hizo una gran labor sacerdotal con los compañeros: "no desperdiciaba un momento y trabajaba sin descanso para llevarnos a Dios; y lo hacía tanto estando todos reunidos como con cada uno en particular". Confesó a varios de los presos y se mostraba plenamente satisfecho al desempeñar su ministerio sacerdotal. No tuvo ni un momento de tristeza cuando hablábamos de lo que nos podía suceder; sólo le preocupaba el que alguno no quisiera oír la voz de Dios y que pudiera perderse algún alma… a veces al pensar en su madre decía: Lo único que siento es lo sola y desamparada que queda mi madre… pero el Señor se encargará de protegerla y consolarla.

El 11 de agosto, de madrugada, fue llamado para ser asesinado. Según ese testigo, cuando lo llamaron dijo que no le importaba morir y cogió su crucifijo que lo acompañó en su muerte. Hay un testimonio de que fue enterrado vivo hasta la cabeza y se intentó que lo pisoteara un caballo. Al fin murió por arma de fuego en un lugar llamado Fuente del Sol en la carretera de Coín a Cártama.

Enterrado primero en el cementerio de Alhaurín el Grande, fue exhumado, se le encontró el crucifijo en el bolsillo de la chaqueta y las manos atadas con alambre. Recibió sepultura definitiva en el cementerio de Coín.

De la Colección Perlas

Siervo de Dios Antonio Cava Pozo

"Os aseguro que si nos matáis, nos abriréis a nosotros de par en par las puertas del cielo, mientras os las cerráis a vosotros mismos"

Antonio Caba Pozo, mártir de Lanjarón, que será beatificado en la Catedral el 26 de febrero, junto a otros 15 compañeros mártires de la persecución religiosa en España en el siglo XX.

Nació el 1 de diciembre de 1914 en Lanjarón. Hizo sus estudios en el Seminario de San Cecilio donde entró en 1927. En los cursos 1934-35 y 1935-36 hizo los dos primeros años de teología y compaginó los estudios con el servicio militar. Era un seminarista especialmente dotado intelectual y espiritualmente. Conservamos muestras de su espíritu en diversas cartas a su hermana: ¡Si vieras qué dicha es servir a Jesús, amar a Jesús! Este es mi camino; y cada día estoy más contento con mi vocación. A mí nada me ilusiona: ni riquezas, ni carreras, ni dignidades, sólo Jesús es mi tesoro y la salvación de las almas mi vida… También escribía a sus comadres: Pretendo con esta cartita felicitar a mi comadre Dolores, deseándole cuantos bienes de gracia pueda poseer un alma en esta vida, y nada más. ¡Para qué han de estimarse salud, riquezas y honores, poseyendo a Cristo y estando en su gracia…! Que los demás bienes se nos darán por añadidura, ¡bendito sea Dios! Y si no se nos dan, ¡también sea bendito!

El Siervo de Dios llevaba una intensa vida apostólica con los jóvenes de Lanjarón, también desde el Seminario por medio de cartas. En una ocasión, al terminar un acto de despedida de curso, sube al escenario y con entusiasmo se dirige al público: "Estos queridos jóvenes nuestros, dentro de poco tiempo dejarán el pueblo y se marcharán lejos; en la soledad de la garita, cuando estén de guardia, sacarán el retrato de su novia y de su madre que guardan con amor en sus carteras. Hacedlo, sí, y amadlas mucho, pero llevad también y besad la medalla de la Virgen, que es la mejor de las madres y que Ella os acompañe y proteja".

Tuvo el acompañamiento espiritual del Padre Payán, jesuita con fama de santidad, que era el director espiritual del Seminario. El Siervo de Dios, decidido a una mayor entrega en el seguimiento de Cristo, quiso ser jesuita. A punto de marchar al noviciado de la Compañía de Jesús que estaba en Bélgica, ya en la estación de ferrocarril cedió a los ruegos insistentes de su padre de que terminara sus estudios, recibiera el presbiterado, diera a su familia la alegría de su primera misa y, después, dispusiera de su vida y ministerio donde él quisiera. Al fin, cede, pierde el billete y vuelve a casa. Fue una noche sin dormir, rezando y llorando. Dios llevaría su ansia de perfección por otro camino: el del martirio.

En el verano de 1936 pasaba en Lanjarón las vacaciones y estaban pasando unos días con él dos compañeros que después serían sacerdotes del presbiterio granadino: Juan Camacho e Ignacio Sánchez Ontiveros. El día 19 de julio fue detenido y llevado a la cárcel con otras personas entre ellas el Párroco, Antonio Barea. Allí sufrió toda clase de amenazas. El Siervo de Dios se dirigía a los carceleros: "¿Es que no recordáis lo que Sor Joaquina nos enseñaba cuando estábamos en el colegio? Yo sí lo recuerdo y quisiera que vosotros también lo tuvierais presente. Lo que yo os aseguro es que si nos matáis, nos abriréis a nosotros de par en par las puertas del cielo, mientras os las cerráis a vosotros mismos".

A primera hora de la mañana del día 21, se sintieron disparos que indicaban cómo llegaban fuerzas por el oeste desde Granada. A toda prisa fueron sacados los presos camino de Órgiva. Antonio rezaba el rosario: ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte… Reina de los mártires, ruega por nosotros. Pero en el camino, todavía a la vista del pueblo, la mayoría de los presos aprovechó el desorden y se fugaron dejándose caer hacia el barranco. No lo hizo el Siervo de Dios ni el médico. Antonio se dirige a los guardianes: matadme cuando queráis que yo muero por Jesucristo. Una descarga de perdigones le destroza su rostro y su cabeza toda y cae al suelo inconsciente y bañado en su sangre. Pero no muere. Muy mal herido, es recogido y rápidamente trasladado a Granada. En el hospital de San Juan de Dios diagnosticaron lo irreversible de su situación, le hicieron una cura de urgencia y lo volvieron a Lanjarón para que muriera en su tierra. Se le administra la Unción de Enfermos y sobre la una muere a esta vida y nace para la eterna. Sus restos reposan en el cementerio de Lanjarón.

De la Colección Perlas