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Testimonio
30 de enero de 2022
Nº 1407 • AÑO XXX

Testimonio de vida contemplativa

“Caminando juntos” 

Comunidad cisterciense de Alloz.

“Mi nombre es Pilar y soy monja cisterciense de la Estrecha Observancia, también conocida como Orden de los Trapenses. Pero claro está, esto no fue siempre así”. Testimonio con motivo de la Jornada por la vida consagrada.

Recuerdo que cuando dije que me sentía llamada a seguir a Cristo en la vida monástica, los comentarios no se hicieron esperar. Bastantes personas, incluso de la Iglesia, me cuestionaron la decisión y el argumento más repetido era que siendo monja contemplativa me desentendía de la vida real, del mundo, de mi familia, de mis amigos y de un trabajo con una implicación social importante. Veían que era una opción libre, pero que me dejaba al margen de la vida: amor, felicidad, pasión, compromiso…

Yo misma al intuir esta llamada del Señor me había cuestionado de un modo similar y tuve una lucha interna con el Señor, esperando que todo esto fuera una lluvia de primavera que pasa rápidamente. Pero no fue así, al contrario, el Espíritu Santo me fue abriendo los ojos, el oído del corazón para poder escuchar. Y descubrí algo nuevo. Ser monja no me situaba al margen, no me desentendía, de la vida de la Iglesia, ni de ninguna vida; al contrario, me situaba en el centro allí donde nada ni nadie me es ajeno. Y donde el horizonte de la vida lejos de empequeñecerse se abre hasta el infinito. Evagrio Póntico describía al monje como “el que está separado de todo pero unido a todos”. Una sencilla imagen propuesta por los padres del monacato me introdujo en una corriente de vida nueva, la de la comunión. Cuando escuché la exhortación del papa a caminar juntos en este camino sinodal, pensé en compartir esta experiencia, perfectamente extrapolable, por si puede ser de ayuda en este camino que estamos llamados a recorrer juntos. En una comunidad monástica, como ya hacía notar san Bernardo, hay personas venidas de lugares diferentes, con diferente estatus social, económico, cultural…; en definitiva, personas muy distintas que si no fuese por haber sido convocadas por el Señor a una vocación y a un lugar determinados, posiblemente nunca se hubieran relacionado o, al menos, no de un modo tan intenso.

¿Cómo poder hacer de ellas una comunidad que camina, busca, en la que se puedan acoger, querer y ayudarse los unos a los otros a hacer camino? La respuesta es sencilla: cada uno de los miembros de la comunidad monástica, de la comunidad eclesial, somos como los radios de una rueda. Si los radios tienden al centro de la rueda, allí se juntan. Los radios somos cada uno de los cristianos, el centro de la rueda es Dios. Si confluimos en el centro, Dios, los que éramos diferentes, separados… nos encontramos, no solo eso, sin perder la impronta de nuestro ser, podemos estar en comunión con aquellos con quienes nunca lo hubiésemos sospechado.

La comunión es un don de Dios. Si el radio no está unido, queda en paralelo al resto y entonces no cabe el encuentro. Al mismo tiempo la rueda tiene un dinamismo que hace caminar, avanzar. Los radios sueltos entorpecen el movimiento. Tarea es del resto ayudar a aquellos que están despistados para que nadie quede descolgado, aunque a veces el movimiento se vea enlentecido. Caminar juntos, en comunión, es algo hermoso, maravilloso, que produce alegría; pero también, un consejo de la vida monástica: el camino es largo y la tentación aparece de múltiples maneras, para ponerla en su sitio y que no gobierne sobre nuestras vidas, es importante nombrar la tentación, que puede ser cansancio, desaliento, derrotismo, el juzgar a aquellos que tienen una sensibilidad distinta a la mía; por el contrario, debemos aprender a escuchar, descubrir aquello que tienen y aprender de ellos… y por encima de todo perseverar en la humildad. El camino que nos propone el papa es una carrera de fondo, peregrinos en este mundo nos dirigimos hacia nuestra verdadera vida eterna. Por supuesto sin desentendernos del aquí y ahora, pero los ojos fijos en la meta. Caminar juntos es el modo más seguro de llegar a puerto, pero también supone un camino de conversión personal, de aprender a escuchar, a amar, a negarse a sí mismo…

Como el papa ha repetido en más de una ocasión, adentrarnos en este camino sinodal supone entrar en un proceso de conversión personal. Un auténtico don, el que se nos ofrece de vivir cimentados en la roca que es Cristo.

Acabo con una cita de san Benito que recoge lo dicho anteriormente: “No antepongamos absolutamente nada a Cristo, el cual nos lleva a todos juntos a la vida eterna”. Desde el monasterio nos sentimos en plena comunión con toda la Iglesia y, con ella, nos ponemos a caminar desde nuestro propio carisma eclesial participando, por un lado, en las actividades que desde la diócesis se nos proponen y, por otro, con nuestra oración. Sin duda lo mejor que podemos aportar a este camino sinodal, al celebrar esta Jornada de la Vida Consagrada.

Hna. Pilar Germán
Monasterio de Alloz (Navarra)

Testimonio de Institutos Seculares

“Caminando juntas, construimos fraternidad”

La consagrada Maite Almandoz.

Mi andadura en el IMS es muy larga. Desde el principio de este caminar, he ido aprendiendo y profundizando, junto con esta comunidad de referencia que es para mí el Instituto, cómo responder con disponibilidad a la llamada del Señor a seguirle, viviendo y siendo consciente de mi consagración secular, en cualquier circunstancia de la vida.

Ha sido un proceso en el que he querido (hemos querido), ayudarnos y dejarnos ayudar a vivir, con la ayuda de la oración personal y comunitaria y la lectura y profundización en la Palabra de Dios, del acompañamiento de los “Medios IMS” (Equipo y Acompañamiento Personal) y del compartir en la zona (comunidad más cercana), a discernir evangélicamente lo que Jesucristo espera de cada una, siendo coherentes con la espiritualidad y misión de nuestro Instituto.

Misión y tarea que me hubiera sido imposible realizar con gozo, sin haber cuidado esta dimensión comunitaria y participativa. Además, me he sentido impulsada y acompañada a poner los medios adecuados para vivir comprometida, junto con otras personas y grupos en la construcción de una sociedad diferente al servicio a los pobres, según los valores del reino de Dios: la paz y la justicia, la verdad y la transparencia, la fraternidad y el respeto a cada persona, la alegría y la discreción, la comunión y la participación… Y, también, a aceptar con humildad mis propias limitaciones. Teniendo en cuenta lo que nos decía nuestro fundador, don Rufino Aldabalde: “No pueden tender a una deserción en la vida, sino que deben estar con una penetración en ella. Han de aprovechar todos los valores de acción que existen en el medio natural” (S.A. Ch 8), para vivir la misión: “Anunciar con obras y palabra la Buena Noticia, que es Jesús, a los hombres y mujeres de hoy”. Y, como dice el papa Francisco: “Ser consagrados en un instituto secular no significa refugiarse en una tierra media, sino compartir como Jesús, la condición de la gente común”. Esta experiencia de ir “caminando juntas en el IMS» me ha ayudado a vivir con esperanza y disponible para responder a las llamadas que he ido recibiendo de Jesucristo en cada momento histórico, queriendo responder —desde mis posibilidades— a las necesidades de las personas, de los grupos más necesitados y de la Iglesia.

Algunas de las primeras hermanas del IMS.

También, me ha ayudado a vivir y caminar junto a otras personas, creyentes y no creyentes, en los distintos sitios donde he estado trabajando, a lo largo de mi vida. Me ha ayudado a hacerme consciente de la “historia de salvación” que se ha ido efectuando, sobre todo, en el barrio, donde he estado inserta durante los últimos años de mi vida laboral y, donde aún sigo, hasta que el Señor quiera, como una vecina más, intentando crear y acompañar espacios de fraternidad y de ayuda mutua.

Maite Almandoz Echeverría
Instituto de Misioneras Seculares (IMS)