INICIO
Signo y Gracia
2 de enero de 2022
Nº 1403 • AÑO XXX

Teología de los sacramentos

Signos privilegiados de Cristo

Respecto del Bautismo, Jesús tuvo cuidado de distinguir el bautismo de Juan “en agua” y el bautismo cristiano “en el Espíritu Santo” (Hch 1,5).

El Sacramento de iniciación cristiana consiste en bautizar “en sumergir” en el Espíritu de Jesús resucitado, otorgado como don gratuito a los que creen el día de Pentecostés, o, si se quiere, en “sumergir” (bautizar) en la profesión de la fe trinitaria, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19). Los frecuentes ritos lustrales de los pueblos orientales pueden servir para expresar la nueva regeneración, con tal que quedara claro que esta prove­nía, no del agua, sino del don del Espíritu concedido al creyente. Por eso Cristo añadió al signo del agua el del Espíritu Santo en diálogo con Nicodemo: “El que no nazca de agua y de Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de Dios”. Y “nacer del Espíritu Santo” es nacer “de lo alto”, no nacer del agua (cf. Jn 3,3-5).

De la Confirmación no existe noticia en los Evangelios. La primitiva comunidad utilizaba la imposición de manos, gesto familiar en Cristo (cf. Mt 9,18; 19,13; Mc 10,16; cf. 16,18) y frecuente, por otra parte, en la vida común para expresar acogida, protección o transmisión de poderes. Por eso se utiliza este gesto también en los sacramentos del orden y de los enfermos, aunque Cristo no dejara nada legislado sobre el asunto.

Tampoco para la Penitencia previó Cristo ningún rito especial, a no ser que la parábola del hijo pródigo contenga una alusión al abrazo de la reconciliación (cf. Lc 15,20). Desde luego quedan abolidos los ri­tos expiatorios de animales (cf. Lev 4,5) y se hace gravitar el perdón sobre la conversión del corazón.

Sólo de la Eucaristía parece que fue expresa voluntad de Jesús de desplazar el signo cruento de la Pascua judía, que era el cordero degollado, hacia el rito incruento de la fracción del pan y de su partici­pación fraterna por todos los comensales, como signo de la Pascua cristiana.

La fracción del pan y la bebida del vino es, en la nueva Alianza y por mandato del mismo Cristo (cf. Lc 22,19b; 1Cor. 11,24ss), el más importante “memorial litúrgico” de la Pascua de Cristo, su muerte y su resurrección. Lo es de su muerte, como lo demuestran los ritos de la separación de las especies, el contexto de la Pasión en que se celebra la Última Cena y la alusión a la sangre sacrificial de la Alianza (cf. Lc 22,20; Mt 26,28). Lo es también de su resurrección como lo demuestra el hecho de comer muy ritualmente Cristo resucitado con sus discí­pulos (cf. Jn 21,9.12ss; Lc 24, 30, 41ss) y la costumbre de la Iglesia primitiva de celebrar la Santa Cena en memoria de la resurrección del Señor el domingo de madrugada.

La fracción del pan “eucaristizado” es un memorial subjetivo, una evocación mental de los asistentes de la pascua del Señor, y un memorial objetivo con palabras y obras que actualiza ante el Padre el sello de la nueva Alianza en beneficio de los creyentes en Cristo.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano