Vida cristiana
Signos Constitucionales y Litúrgicos

Para el cristiano hay una realidad última, la más decisiva, que se tiene que poner de manifiesto; esta realidad no le viene de su vida, por santa y entregada que sea. Pero esto no se puede expresar en el signo que es su vida misma. Cristo instituyó, pues, unos signos privilegiados.
Los signos constitucionales son aquéllos que constituyen, en previsión de Jesús, la naturaleza, la estructura y la misión de la Iglesia. Entre éstos destaca:
- La persona de los evangelizadores de la fe según la palabra de Jesús: “Quién a vosotros recibe a mí me recibe” (Mt 10,40). “Quien os escucha a vosotros, a mí me escucha; el que os rechaza, a mí me rechaza” (Lc 10,16). Versículo donde se define la acción de los apóstoles en comunión con la de Jesús. Ellos son la prolongación y el sacramento de la presencia del Señor en el mundo y rechazarlos es rechazar a Jesús y, en último término, al Padre que le ha enviado.
- La palabra de la evangelización. La base bíblica de esta doctrina está en el Evangelio de Juan donde la palabra de Cristo desempeña, en su lugar, las mismas funciones de su persona: el juicio (cf. Jn 12,48), la comunicación de la vida (cf. Jn 6,64.69; 5,24).
- Las funciones del ministerio. El ministerio del N. T. se justifica y se explica a partir del concepto de misión. La misión de Jesús, enviado del Padre, alcanza a todas las personas gracias a la misión de los discípulos, enviados por Jesucristo.
INSTITUCIÓN DE LOS SIGNOS LITÚRGICOS
Por la teología sacramental sabemos que Cristo instituyó determinados “signos” en los que se expresa la respuesta de fe del creyente. Se trata de “signos privilegiados”, signos litúrgicos. Lo cual quiere decir que no basta ni puede bastar cualquier signo para expresar y transmitir la realidad que aquí está en juego. En efecto, se trata de expresar que la salvación es un don gratuito de Dios a la persona y no un simple resultado de la aportación humana.
En el signo litúrgico la persona acoge algo que le viene dado gratuitamente, algo que no es el producto de su aportación personal. Es verdad que el culto cristiano es fundamentalmente la vida misma; pero ni es ni puede ser la vida sola; se entiende por vida la convivencia, la honradez, la disponibilidad, el trabajo, la generosidad, el amor, incluso, el más generosamente desprendido. Porque compartir la vida, ser bueno con los demás, el desprendimiento y la generosidad, la búsqueda de la justicia y del amor, puede darse entre personas que para nada expresan y en nada tienen que reconocer que la cuestión decisiva es que la solución y la salvación no es el resultado de todo ese esfuerzo que ellos hacen al entregarse así, tan generosamente, a los demás.
Cristo instituyó, pues, unos signos privilegiados. Sin embargo, su actividad en este sentido fue reducida. Cristo no fue un “rubricista” minucioso, no determinó apenas qué ritos debían constituir los signos sacramentales. Al menos no nos consta por los textos neotestamentarios, y fue la comunidad creyente (la tradición) la que ha ido elaborando, de acuerdo con las necesidades y con los usos recibidos, esos ritos.
Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano