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Signo y Gracia
19 de diciembre de 2021
Nº 1401 • AÑO XXX

Teología de los sacramentos 

Signos morales y existenciales

La persona de Jesús es el sacramento radical de la Nueva Alianza y la Iglesia sustituye en esta función a Jesucristo, una vez que Él ha desaparecido de nuestro horizonte visible por su glorificación. 

Jesús, durante su tránsito por este mundo, prevé la necesidad de que su presencia salvífica cristalice en unos signos concretos que en primer lugar son de tipo existencial y moral.

Los cristianos deben ser, como Cristo (cf. Jn 8,12), la luz mundo (cf. Mt 5,14-16). Los vv. 14b y 16 son prueba de que con ello se hace referencia a la moralidad de la conducta del discípulo en general. Los discípulos tienen en su conducta una responsabilidad sacramental frente a las demás personas. Como “hijos de la luz” han de mostrarse (cf. Lc 16,8) en medio de un mundo de tinieblas. Porque como queda expresado en la imagen del v. 14b (la ciudad situada sobre la cima del monte), precisamente como discípulos de Jesús ocupan una situación muy visible en el mundo y no pueden, por ello, pasar inadvertidos. Las “buenas obras” de los cristianos (v. 16) desempeñan un papel sacramental ante los ojos del mundo que, viéndolas, descubren en la tierra la presencia del Padre que está en los cielos y le glorifican por ello.

En su oración sacerdotal Jesús propone la unidad eclesial como signo sacramental de la misión recibida del Padre (cf. Jn 17,21.23). Los discípulos deben ser uno, a imitación de la unidad tri­nitaria, “para que el mundo crea”. Esta es la finalidad que Jesús se propone al pedir al Padre esta unidad. Esta unidad ha de ser, en el pensamiento de Jesucristo, un fuerte motivo de credibilidad. Esta armonía entre personas tan propensas a la discordia es un milagro (un signo) divino. Y lo que han de creer los que contemplan asombrados tal unidad es “que tú me enviaste”: la epifanía de Dios en Cristo. Esto es lo primero, principal y fundamental que las personas han de creer.

SIGNOS EXISTENCIALES
En la perícopa del juicio final (cf. Mt 25,31-46) Jesús se refiere a otro signo de su presencia en el mundo: “sus hermanos más pequeños”. Cristo juez considera las obras de caridad realizadas por los justos como dispensadas a su misma persona. Los hermanos más pequeños de Jesús son los pobres en general, y lo que importa es sólo que el espíritu de amor, que ha movido a los justos a obrar en la manera aquí descrita, sea el amor enseñado por Jesús.

En el juicio final no se pregunta por la actividad mostrada por los no cristianos con los cristianos, sino por la de los hombres con los hombres necesitados en general.

La peculiaridad de este signo sacramental de Jesús en la tierra es que no requiere la conciencia expresa de la identidad entre los necesitados y Jesús. De aquí la pregunta de unos y de otros: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y desnudo... y no te asistimos?” (vv. 37-39.44). Ni de los que están en la derecha o a la izquierda se afirma que hubieran tenido conocimiento de Jesús. La actividad del amor se deja aquí libre de todo presupuesto especial, y Jesús reconoce que, también fuera del círculo de los discípulos de la Iglesia, se da cristianismo auténtico, aunque anónimo, y que los que están fuera de la Iglesia no care­cen por ello de los sacramentos de su presencia, aunque no lo sepan expresamente.

Ignacio Fernández González
Sacerdote Diocesano