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Cultura
5 de diciembre 2021
Nº 1399 • AÑO XXX

Libro, “El reino del hombre”,
de Rémi Brague (I)

Nuestra época sólo usa la razón para el cálculo,
“todo lo demás se deja a la emoción”

Recientemente, Rémi Brague (París, 1947), uno de los más importantes intelectuales católicos europeos, dio una serie de conferencias en Italia. Con ese motivo, Rodolfo Casadei le entrevistó para Tempi sobre las consecuencias que implica para la sociedad y la cultura su profunda descristianización. Ofrecemos la primera parte de dicha entrevista.

-Profesor Brague, en la conferencia de Milán usted ha explicado que sin el perdón no hay posibilidad de una nueva vida después de la culpa; que el mundo está lleno de víctimas, reales o autoproclamadas, lleno de mandatos para que confesemos nuestros pecados. Pero después de la confesión no hay perdón. ¿Está de acuerdo en que esto se debe a la descristianización de Occidente? Sin el cristianismo, la culpa permanece, pero el perdón desaparece, porque el perdón requiere la fe en un Dios misericordioso.

-El perdón no es una noción filosófica. Lo que existe en la filosofía antigua es la noción de sungnomé, algo que tiene que ver con la noción de la falibilidad humana, con el hecho de que los dioses pueden engañarnos adoptando la forma de otros seres; al hacerlo, nos inducen a error. El perdón es algo que entra en el horizonte cultural del mundo con la Biblia y las religiones bíblicas. Primero con el judaísmo de Israel y, más tarde, con las dos religiones que surgieron de él: el judaísmo rabínico y el cristianismo.

Esta idea del perdón presupone un pecado contra una persona. Cuando se rompe una regla, no puede haber perdón. Si me salto un semáforo en rojo, me multan: no hay perdón posible. Lo único que se parece al perdón es la amnistía: con ella se olvida el pasado y ya no se te pide que pagues la multa. ¡Pero eso no es perdón! Solo puede haber perdón si se considera que, al hacer algo malo, he herido a alguien, es algo personal. Solo este algo personal puede perdonar. Si he hecho algo malo a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos, puedo pedirles perdón.

Así que tiene que haber algo profundamente personal en la relación con el Absoluto para que pueda perdonarme. Que sea más personal que la gente que conozco en la vida cotidiana. Debe haber un Dios capaz de perdonar. El cristianismo dice que Dios nos ha perdonado en Cristo y que debemos aceptar este perdón. Podemos rechazarlo: somos plenamente libres en nuestra relación con Dios, Él nos quiere así.

Si falta esta figura de un Dios personal, entonces nos queda nuestro sentimiento de culpa: no es el cristianismo el que inventó la culpa, en contra de lo que piensan algunos imbéciles. Entonces la gente empezará a decir que el delincuente actúa de determinada manera debido a una enfermedad física o mental, o a una disfunción del mecanismo social. Buscarán a los responsables de todo lo que va mal, porque nunca es culpa nuestra, sino de las estructuras sociales, las condiciones históricas, el complejo de Edipo y otros traumas psicológicos de la infancia. En ninguna de estas hipótesis es necesario pedir perdón. Así que estoy de acuerdo con usted: sin el cristianismo, la noción de perdón desaparece.

-¿Cómo ve el futuro del cristianismo? Hace unos años usted escribió que "muchos de nuestros contemporáneos no piden a la religión que los convierta y los santifique, sino simplemente que los satisfaga". No es muy distinto de lo que escribió el sociólogo estadounidense Philip Rieff en 1966 en su obra El triunfo de la terapéutica, donde explicaba que el hombre religioso, que quiere conocer y vivir la verdad, ha sido sustituido por el hombre psicológico, que solo quiere "sentirse bien". ¿Se convertirá el cristianismo en una religión flexible, una religión que satisface psicológicamente?

-No soy adivino, no sé lo que nos deparará el futuro. Lo que está claro es que hoy en día se tiende a sustituir la necesidad de la verdad por lo que se llama wellness [bienestar]. Cabe preguntarse si la principal religión occidental del momento no es el bienestar. Es decir, sentirse bien con uno mismo. Se basa en la idea de que no tenemos que cambiar, que estamos bien como estamos.

No solo Rieff anticipó la llegada de esta tendencia: ochenta años antes, Friedrich Nietzsche la había denunciado. En un pasaje de La voluntad de poder dice básicamente que ve un cristianismo opiáceo, transformado en un analgésico destinado a eliminar el sufrimiento, el peso de la desgracia, las dificultades de la vida, un cristianismo convertido en una especie de budismo.

“Es la Biblia, ya en el Antiguo Testamento, la que introduce la idea de perdón en el ámbito de la relación entre el hombre y Dios”.

No sé qué conocimiento tenía Nietzsche del auténtico budismo, que es una religión extremadamente ascética. Pero no cabe duda de que hoy nos enfrentamos al espectacular auge de algo llamado budismo que se extiende sobre todo entre la gente rica y las estrellas de Hollywood, pero que es un budismo insulso, que ha perdido su sabor y que coincide a grandes rasgos con la necesidad de sentirse bien. Se sugiere que disfrutemos de la vida, que no intentemos mejorarnos, que sigamos siendo imperfectos; imperfectos y felices. Se ha publicado un libro titulado ¡Déjate en paz y empieza a vivir! [de Fabrice Midal]. Se abandona todo lo que constituye la grandeza del hombre, es decir, su aspiración a la perfección, aun sabiendo que es un objetivo difícil, tal vez imposible sin la Gracia. Esto nos lleva a un mundo de moluscos y medusas que se dejan llevar por la corriente. 

Pero también hay otro peligro, que es el humanitarismo. René Girard decía que el humanitarismo es un humanismo árido, que ya no se nutre de su fuente. La religión del bienestar y el humanitarismo tienen en común la idea de que no debemos intentar mejorarnos a nosotros mismos. El supuesto básico del humanitarismo es que no hay pecado original, que no hay en nosotros una tendencia al mal contra la que Dios deba ayudarnos a resistir: las personas son buenas, basta con un poco de diálogo y todo se resuelve. Lo que más me perturba es que muchos cristianos también razonan de esta manera, o mejor dicho, sienten de esta manera, porque esto no es razonar. Esto es un aplanamiento del ser humano.

El cristianismo debería ofrecer una conciencia de los abismos del mal que hay en nuestro interior, como hay también alturas inconcebibles de santidad que se pueden experimentar. El cristianismo tiene una visión del hombre en relieve, mientras que la visión del bienestar, la visión terapéutica, el hombre psicológico, humanitarista, es una visión aplanadora. Nos describe como carentes de profundidad y altura; es una visión que no hace justicia a todas las dimensiones del hombre, como hace el cristianismo. Y por eso algunos imbéciles le acusan de pesimista: pero no es pesimista, ¡es realista! Por el contrario, decir y pensar que todo en el hombre es bello y amable es signo de ceguera.

-¿Adónde nos llevará la tecnologización de la vida humana? ¿Forma parte de la "tendencia al extremo" de la que escribe René Girard y, por ende, algo que nos empuja a la pendiente apocalíptica? ¿O es una "destrucción creadora", que destruye al hombre histórico y lo sustituye por el transhumano? En este último caso, el apocalipsis se evitaría al precio de superar lo humano.

-En primer lugar, observo que vivimos en una época en la que tendemos a delegar en la tecnología cosas que podríamos hacer nosotros mismos, ciertamente empleando más tiempo. Esto empezó como una simple facilitación de la acción, pero puede acabar sustituyendo nuestra libre elección. Cada vez tenemos más algoritmos que eligen por nosotros; por ejemplo, algoritmos para comprar y vender en la Bolsa. Son el índice del proyecto, o del sueño, o de la pesadilla del transhumano.

El término fue utilizado por primera vez por Julian Huxley en un texto escrito a principios de los años 50, cuando no existían las tecnologías de la información ni los ordenadores, y cuando los fabulosos avances de la biología y la genética aún no se habían hecho realidad. En mi libro El reino del hombre me entretuve en demostrar que el sueño transhumano existe mucho antes de que fuera posible intentar realizarlo; de hecho, tenemos muchos ejemplos de ello en el siglo XVIII. Hoy, la cuestión es qué modelo se utilizará para fabricar al superhombre.

Publicado en Tempi
Traducción de Elena Faccia Serrano