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Mirada
21 de noviembre de 2021
Nº 1397 • AÑO XXX

Bodas de plata presbiterales

“A lo largo de estos 25 años de ministerio sacerdotal he recibido mucho más de lo que yo haya podido dar”

Ignacio Rojas Gálvez nació en Badajoz donde fue ordenado sacerdote en la Orden Trinitaria el 1 de septiembre de 1996. Después de 23 años de ministerio sacerdotal y pastoral en la diócesis de Granada ha celebrado el 25º aniversario de su ordenación agradecido a Dios y a los fieles por el amor recibido y dedicado a la enseñanza de la Sagrada Escritura en la Facultad de Teología y al servicio pastoral en las parroquias San Juan Bautista y San Vicente de Paúl.

Desde la infancia usted tenía interés por la vida sacerdotal, ¿cómo surgió su llamada a la vocación y al carisma trinitario en concreto?
Cuando miro atrás veo que mi vocación ha estado muy mediada por situaciones y personas que han sido instrumento de Dios. Yo estudié en un colegio religioso, mi familia es cristiana. Desde pequeño tenía interés por la vida sacerdotal, conocía a varios sacerdotes porque estudiaba en los Maristas en Badajoz. Un día me llevaron a conocer un monasterio de clausura de trinitarias contemplativas.

Desde ese momento del carisma trinitario me llamó la atención la dimensión de la vida comunitaria, el compartir y vivir con otros hermanos la llamada al servicio de los pobres y cautivos que es la esencia de nuestro carisma. Siempre he tenido un deseo de servir al Señor y ser su mediador para otros hermanos. Actualmente en Granada somos 8 trinitarios, varios sacerdotes, 4 estudiantes de Teología y un postulante.

En 25 años de servicio al pueblo de Dios ¿qué es lo que más ha disfrutado de su pastoral?
Nunca pensé en dedicarme al estudio de la Sagrada Escritura y para mi ha sido una gracia enorme, me ha ayudado en situaciones muy difíciles el confrontar mi vida con la Palabra.

Poder servir a Dios a través del enseñar y explica la Palabra, ver la pasión de la gente también por la Sagrada Escritura. La enseñanza para mí es muy importante. En el contacto con la gente he recibido mucho mas de lo que yo he podido dar. Me siento pobre porque miro hacia atrás y uno percibe que ha recibido gracia tras gracia, aún en momentos de dificultad. Doy gracias a Dios todos los días por sus caminos de gracia.

Como Doctor en Teología especializado en Sagradas Escrituras, después de veinte años en la enseñanza de las cartas apostólicas y los escritos juánicos, ¿qué parte de las Sagradas Escrituras le ha marcado más?
San Juan es mi debilidad pero si tuviera que destacar una parte de la Escritura sería el pasaje de San Pablo que elegí para el funeral de mi hermana que falleció hace un año: “¿Quién nos separará del amor de Dios?”. Gran canto a la fidelidad de Dios, no hay nada que nos aleje del amor que Dios nos tiene. Eso me apasiona.

¿Cómo describiría la riqueza de la Iglesia granadina?
A lo largo de mi ministerio me he encontrado con gente en diferentes ámbitos muy apasionada de la Palabra y muy comprometida. Sencillez y compromiso especialmente en los barrios más desfavorecidos. En la diócesis de Granada hay mucha generosidad, mucho don y gracia. Es una Iglesia muy viva.

En su opinión, ¿cuál es el mayor desafío de ser sacerdote actualmente?
Desde mi experiencia no es tanto el gastar la vida, porque todos entregamos la vida a algo. Para mí lo más difícil es la indiferencia cuando una iglesia está llena y nadie responde en la Eucaristía, uno se queda con esa frialdad. Piensas que algo quedará en la gente pero impresiona. Hecho la semilla con la certeza de que otro recogerá.

¿Qué sacramento destacaría a nivel personal?
La Eucaristía y la Reconciliación. Las cosas que escucho en la Confesión y lo que es la gracia. Me sorprendo del poder ser instrumento de la gracia, dar respuestas, acompañar a las personas. También he vivido unciones de enfermos inolvidables y el Bautismo que es el sacramento de la alegría.

Pero en la Eucaristía uno no tiene palabras que puedan describir lo que se siente en la consagración, solo “temor y temblor”, percibir lo pequeño y lo grande a la vez, estar ahí y tener al Señor en mis manos.

Si ahora pudiera dirigirse a todas las personas que han pasado por su vida sacerdotal, ¿qué les diría?
Tres palabras: gracias, perdón y amor. Gracias porque he recibido mucho, perdón por las veces que me habré equivocado, los sacerdotes también somos de barro. Y el amor de Dios como lugar en el que encontrarnos todos, vivos y difuntos. De ahí nace la comunión.

María José Aguilar