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Testimonio
7 de noviembre de 2021
Nº 1395 • AÑO XXIX

Mártires del s. XX

 Los cuatro sacerdotes Operarios de Tarragona 

Entre 1931 y 1939 murieron en España unos diez mil mártires. El pasado 30 de octubre la diócesis de Tarragona celebró la beatificación de cuatro nuevos sacerdotes que dieron testimonio de la fe hasta el derramamiento de sangre: Francisco Cástor Sojo López, Millán Garde Serrano, Manuel Galcerá Videllet y Aquilino Pastor.

Así se llamaban los cuatro sacerdotes operarios, asesinados durante la persecución religiosa de la Guerra Civil española, que este sábado han sido beatificados en la Basílica de Santa María de Tortosa (Tarragona) en una misa presidida por el cardenal Marcello Semeraro, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Se trata de los cuatro mártires que faltaban por beatificar de los 30 con que cuenta la Hermandad de Sacerdotes Operarios, fundada en 1883 por el beato Manuel Domingo y Sol.

Este sacerdote se sintió llamado a constituir un grupo de presbíteros que se dedicara a la formación de los seminaristas. Así se constituyó la fundación de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, que fue haciéndose una realidad en los siguientes meses hasta conseguir la aprobación del Obispo de Tortosa el 17 de mayo de 1883.A ella pertenecerían estos cuatro sacerdotes que ahora la diócesis tarraconense ha beatificado.

En su homilía, el cardenal ha subrayado que “aceptaron esta enseñanza de Jesús con el corazón abierto y la hicieron realidad en sus propias vidas”. Ha recordado que eran sacerdotes y que, “aunque procedían de diócesis diferentes, estaban unidos no sólo en la fraternidad sacramental, sino también en la de los Sacerdotes Operarios Diocesanos, y por ello se dedicaron especialmente a la promoción y formación de las vocaciones sacerdotales”.

“No buscaban el martirio, porque uno no busca el martirio, sino que lo sufre. Pero cuando llegó el momento de dar su testimonio de Cristo con la sangre, no lo rehuyeron y abrazaron su cruz con amor.

MILLÁN GARDE SERRANO

Nació en Vara del Rey, al sur de Cuenca, el 21 de diciembre de 1876. Estudió filosofía y teología con resultados extraordinarios. Fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1901 y entró en la Hermandad en 1903.

Trabajó en la formación de seminaristas en Toledo, Badajoz, Cuernavaca, Querétaro, Valladolid, Salamanca, Astorga, Plasencia y León, como profesor, administrador o director espiritual.

El último cargo que tuvo don Millán fue el de director espiritual del Seminario de León, adonde llegó en 1935. Al finalizar el curso, viajó a su pueblo, Vara de Rey, con la intención de ir luego a Toledo, para ayudar al Beato Pedro Ruiz de los Paños en la fundación de las Discípulas de Jesús. 

A primeros de agosto, cuando muy de mañana se dirigía a la iglesia parroquial, según tenía por costumbre, le fue arrebatada violentamente la llave por el alcalde. Se le ordenó además que en adelante no se presentase en público vestido de sotana. Puede asegurarse que desde ese momento quedó detenido y preso en casa de su hermano, pues rara vez se le vio en aquellos primeros días, por no permitírselo el Comité revolucionario. 

La primera tarea que le impusieron a don Millán fue la de realizar, junto con otros dos sacerdotes, un inventario de todos los enseres de las casas que habían sido incautadas. Un día le llamaron para que abriera el sagrario, pues no habían podido forzarlo. Él aprovechó para sumir la Eucaristía, mientras los dos milicianos se animaban uno a otro a dispararle sin llegar a decidirse. 

Cuando finalizó el trabajo del inventario la Junta revolucionaria le obligó a mantener un comedor público para pobres, junto con el sacerdote D. Jesús Granero. Cuando el sacerdote don Jesús Granero fue asesinado, los familiares y amigos de don Millán empezaron a temer por su vida y le aconsejaron que se ocultara. Lo hizo cuando se agotaron los recursos para mantener el comedor popular. 

Primero se escondió en la casa de su hermano Inocente. Después, para evitar más tensiones en la familia, decidió cambiar de escondite y se ocultó en la casa de su primo, que era contigua. Muchas fueron las ocasiones en que le buscaron, pero sin resultado alguno. Más de una vez no lo encontraron porque no había llegado su hora. Durante este tiempo su vida discurría toda ocupada en rezar, estudiar y escribir. Sostenía frecuente correspondencia y conversaba con diversas personas. 

Por su seguridad, se consideró necesario realizar un nuevo traslado a otra casa. Este se llevó a cabo el 5 de agosto de 1937, a altas horas de la noche. Ahora pudieron conseguir todo lo necesario para la Eucaristía, que celebró por primera vez después de un año, en la fiesta de la Asunción de la Virgen. 

No dejó de celebrar la Misa ni un solo día en los nueve meses que permaneció oculto. Hacía la meditación ante el sagrario y la noche del jueves al viernes la pasaba en su compañía.

Desde entonces, no dejó de celebrar la Misa ni un solo día en los nueve meses que permaneció allí oculto; hacía la meditación ante el sagrario, y la noche del jueves al viernes la pasaba toda en su compañía; durante el día hacía frecuentes y largas visitas; y todos los domingos había función eucarística, que terminaba con la bendición con el Santísimo. 

Denunciado por un anónimo, en la mañana del 9 de abril de 1938 el Comité registró la casa en la que se encontraba. Fue apresado y conducido a prisión, donde fue sometido a malos tratos. Después de ser conducido a San Clemente, el 3 de mayo fue llevado a la cárcel que se había instalado en el Seminario de Cuenca. 

Don Millán estuvo encerrado en una celda con unas condiciones lamentables y una alimentación escasa. Además, todas las noches recibía una paliza, propinada por los guardias de asalto con las porras que ellos usaban. Nunca se quejó. Cada vez que sus carceleros le veían con el rosario en las manos, le insultaban groseramente. En una ocasión un guardia le amenazó con la muerte si seguía rezando y él le contestó: “Ya podéis matarme, que no dejaré de rezar”. 

Su estado de salud se agravó y, cuando ya era casi cadáver, el médico dispuso que fuese trasladado a otra cárcel con mejores condiciones, el convento de religiosas Carmelitas Descalzas. Solo sobrevivió nueve días. Entregó su alma el 7 de julio de 1938, al finalizar el rosario que estaba rezando con su sobrino.

FRANCISCO CÁSTOR SOJO LÓPEZ

Nació en Madrigalejo, provincia de Cáceres, el 28 de marzo de 1881. En el seminario entabló amistad con muchos que luego murieron como mártires. Fue ordenado sacerdote el 19 de diciembre de 1903 en la Catedral de Plasencia y realizó su primera consagración en la Hermandad al año siguiente. Dedicó toda su vida a la formación sacerdotal en Plasencia, Badajoz, Segovia, Astorga y Ciudad Real.

Apasionado por la música y profesor, sus dotes artísticas no eran nada comparadas con su piedad. Tenía un gran afecto por la Hermandad. Después de participar en Tortosa en los ejercicios espirituales, la persecución de 1936 le sorprendió en Ciudad Real, a pesar de ser tiempo de vacaciones. Con él se encontraba el rector del Seminario, el Beato José Pascual Carda. El 23 de julio una turba de forajidos asaltó el Seminario y los dos sacerdotes se vieron obligados a salir. Por lo que pudiera ocurrir, se apresuraron a sacar del Seminario y depositar en lugar seguro la custodia, los cálices, las vestiduras sagradas y las cosas de mayor valor.

No encontraron refugio en casa de amigos por miedo a las represalias, por lo que se instalaron en la Fonda Francesa para estar en contacto con el Sr. Obispo, el Beato Narciso de Estenaga y Echevarría, ya que se encontraba enfrente del palacio episcopal y podían comunicarse por las ventanas de ambos edificios.

Pero después de que el Sr. Obispo fuera martirizado el 22 de agosto, don Pascual decidió viajar con un salvoconducto a su pueblo de Villarreal (Castellón). Sin embargo, fue apresado el 26 de agosto al llegar a la estación y el 4 de septiembre fue martirizado. Don Francisco continuó en la Fonda Francesa con el Padre claretiano Francisco García y García de Castro. Una de las mujeres que coincidió con él allí confesó que jamás perdía la serenidad y estaba muy dispuesto al martirio.

El día 12 de septiembre, a las doce y media del mediodía, se presentaron en la Fonda los esbirros de la muerte. Los llevaron al Seminario, convertido en checa, donde pasaron el resto del día. La noche del 12 al 13 de septiembre de 1936 los asesinaron al oeste de Ciudad Real, no muy lejos del santuario de Alarcos, junto a un abrevadero artificial. Fueron enterrados en una zanja a la entrada del cementerio del pueblo llamado Valverde.

Él ya se había estado preparando para el martirio con mucha antelación, como había escrito a un operario en 1931: “Todavía no hemos llegado a merecer un Operario mártir y que ha de ser envidiable la gloria del primero”. Fue fusilado cerca de Ciudad Real en la noche del 12 al 13 de septiembre de 1936.

MANUEL GALCERÁ VIDELLET

Nació en Caseres, en la frontera entre Cataluña y Aragón, el 6 de julio de 1977. Fue promovido al sacerdocio el 1 de junio de 1901 en la Catedral de Huesca y al año siguiente se licenció en Teología en el Seminario Central de Zaragoza. En 1906 ingresó en la Hermandad. Su ministerio se desarrolló en los seminarios de Zaragoza, Barcelona, Tarragona, Cuernavaca, Querétaro, Badajoz, Ciudad Real, Valladolid, Belchite y Baeza.

Fue allí donde le sorprendió la persecución religiosa de 1936. El 20 de julio quedó violentamente clausurado el Seminario, siendo encarcelado junto con su compañero don Aquilino Pastor. De allí fueron llevados al Ayuntamiento, donde los separaron. A don Manuel le condujeron después a la cárcel, que estaba llena de presos, entre los cuales se encontraban quince sacerdotes. Durante el tiempo de su cautiverio vivían unidos en la oración y confortados por el sacramento de la Penitencia, que se administraban mutuamente. Así estuvieron desde el 20 de julio al 3 de septiembre, alentándose unos a otros para el martirio.

Quienes lo conocieron y trataron lo describen como un operario muy bondadoso, que sabía resolver sus problemas sonriendo.

En la madrugada del 3 de septiembre, treinta y uno de los presos –doce de ellos sacerdotes, entre los que se encontraba don Manuel Galcerá– fueron conducidos por una carretera secundaria a un lugar apartado, a unos nueve kilómetros de Baeza, en el término municipal de Ibros. Allí fueron asesinados por un pelotón de milicianos. El canónigo penitenciario, don Francisco Martínez Baeza, absolvió a todos antes de que los mataran.

Quienes lo conocieron y trataron lo describen como un operario muy bondadoso, que sabía resolver sus problemas sonriendo, de gran talento; también bastante enfermo, lo cual le impedía trabajar tanto como le hubiera gustado; hombre de mucha fe y plenamente entregado a su misión, con obediencia cordial y muy devoto de la Santísima Eucaristía. 

Fue fusilado el 3 de septiembre de 1936 en Capones, cerca de Ibros, en el territorio de la diócesis de Jaén, junto con otras 30 personas. Después de haber llevado a cabo esta masacre, los milicianos salieron a celebrarlo y a contar con orgullo lo que habían hecho.

AQUILINO PASTOR CAMBERO

Nació en Zarza de Granadilla, provincia de Cáceres, el 4 de enero de 1911. Desde muy joven mostró signos de vocación sacerdotal. Ingresó en la Casa de Probación de la Hermandad en 1934 y, el 25 de agosto de 1935, fue ordenado sacerdote en la Catedral de Plasencia. Durante sólo un año ejerció su ministerio como prefecto de estudiantes y profesor en el Seminario de Baeza.

Él también fue encerrado en el seminario de Baeza, cuando se inició la persecución religiosa. D. Aquilino y su compañero, D. Manuel Galcerá, que era director espiritual, fueron acogidos por una familia amiga, la de D. Rafael Torres López, que tenía mucho trato con los superiores del Seminario. A los pocos días, los milicianos invadieron la casa y llevaron a la cárcel a don Rafael, a sus hijos, a una sobrina y a los sacerdotes don Manuel Galcerá y don Aquilino Pastor. Este y el joven Cristóbal fueron encarcelados en los sótanos del Ayuntamiento, y los demás, en la parte más alta de la Casa Consistorial. De este modo los dos operarios quedaron separados.

El día 28 de agosto de 1936, y sin que mediara juicio ni proceso alguno, Aquilino y el joven abogado Cristóbal Torres fueron sacados de aquellos sótanos por los milicianos y conducidos en un camión hasta el Cerrillo del Aire, a unos nueve kilómetros de Baeza, en el término municipal de Úbeda, donde fueron asesinados. Sor Teresita del Niño Jesús, religiosa carmelita de Baeza, cuenta que oyó decir que don Aquilino iba con un semblante alegre, pronunciando fervorosas jaculatorias y dando vivas a Cristo Rey. Así celebró el primer aniversario de su Primera Misa, con su inmolación cruenta y su misa eterna en el cielo. Aquel día fue como Jesús, Sacerdote y víctima.

El 10 de octubre de 1939 fueron exhumados sus restos mortales y trasladados procesionalmente a la catedral de Baeza, y allí permanecen en la Capilla Dorada, con los demás mártires de dicha ciudad. En el lugar donde fueron asesinados don Aquilino y don Cristóbal Torres existe una cruz de hierro en su memoria.