31 de octubre de 2021
1394 • AÑO XXVIII

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La sensibilidad de Dios por el mundo

Misericordia y acogida

La religiosa de la congregación Apostólicas del Corazón de Jesús, Pepa Torres, reflexiona sobre la luz que aporta el amor misericordioso en los tiempos presentes, marcados por una deshumanización de los empobrecidos y migrantes.

Escribo este texto en el contexto del recién desalojo violento en el corazón de Europa, en la ciudad de París, de los más de 3.000 inmigrantes, procedentes a su vez del desmantelamiento de los campamentos de Calais. ¿Cómo vivir la misericordia y la acogida en un mundo donde los empobrecidos y las empobrecidas son criminalizados a diario? Como ha escrito recientemente monseñor Agrelo[1], las personas migrantes y refugiadas, no son un peligro, sino que están en peligro. La legalidad ha declarado la guerra a los pobres. Así está sucediendo en el corazón de Europa, ya sea en la Puerta del Sol en Madrid, por ejemplo con el acoso a los manteros, ya sea en el bosque de Beliones en la frontera sur, en los campos de refugiados en Grecia y Turquía o la violación sistemática de los derechos humanos en los CIE. Admira, como sigue diciendo el obispo de Tánger, ver a las fuerzas de seguridad de los Estados desplegarse para que los pobres no puedan acceder al pan y circular libremente por las calles. El mal es un monstruo, un poder sin nombre que se burla de la justicia. Ignora los derechos humanos e impide incluso la caridad, en el mejor sentido de la palabra, o sencillamente el sentimiento de humanidad ante el sufrimiento de los otros si estos otros son diferentes, porque al diferente se le ha demonizado y convertido en peligro.

"La misericordia es el grito de la humanidad más allá de toda legalidad injusta, por eso frecuentemente la misericordia es transgresora"

Para ilustrarlo propongo una anécdota cotidiana que me ocurrió el otro día, a las 8:30 de la mañana, hora metro de Madrid. Salgo del vagón apresurada con una masa dispuesta a ver quién es la primera en tomar la escalera mecánica y de frente, nada más salir del vagón un hombre negro tirado en un banco del andén se retuerce de dolor llorando y tocándose el estómago. Junto a él un guardia jurado. Una mujer que sale como yo del vagón, se detiene y yo tras ella. Ella más activa que yo interviene: “Amigo, ¿te pasa algo?”, y el guardia jurado con frialdad absoluta y tono despreciativo nos dice: “Señoras no se metan donde no les importa. Aquí estoy yo para lo que le haga falta, así que por favor dispérsense. Esto no les incumbe”. La señora mucho más rápida que yo responde: “Perdone, sí que me incumbe porque yo soy una persona y este señor también y existe algo que se llama humanidad”. Tras un rato de espera el hombre que yacía en el banco se fue calmando hasta poder decir una palabra: “Gracias, es que me han dado una muy mala noticia de mi familia, en mi país”. Al rato decidimos marcharnos ante el atraso del Samur. La señora y yo subimos las escaleras y, ya al despedimos, la señora me dice: “Se creen que todo se arregla con porras. Las leyes no nos dejan ejercer la humanidad”. No sé qué era la persona, ni a qué se dedicaba, ni cómo se llamaba, pero me pareció “una profeta suburbana, una buena samaritana en el caos y el no lugar que frecuentemente es el metro de Madrid”,

Militantes en el puerto de Mitilene.

La misericordia es el grito de la humanidad más allá de toda legalidad injusta, por eso frecuentemente la misericordia es transgresora. Así lo fue en Jesús de Nazaret. Vivimos tiempos oscuros, que la historia juzgará con rigor. Como dice Noam Chomsky[2], “estamos siendo contemporáneos y contemporáneas no de una crisis migratoria o de refugiados, sino de la crisis moral de Occidente”. Mientras el Mediterráneo se ha convertido en la mayor fosa común del mundo y se externalizan las fronteras, con absoluto desprecio hacia los derechos humanos, a cambio de ingentes cantidades de dinero a gobiernos cómplices como el de Turquía, los países responsables del éxodo humano del que estamos siendo testigos se lavan las manos como si nada tuviera que con ellos. Pero aunque vivimos tiempos oscuros también lo hacemos con estelas de luz, como dice Gustavo Gutiérrez[3], tiempos en los que abundan y se hacen imprescindibles las luciérnagas: personas, comunidades, colectivos, instituciones, luciérnagas.

Desde la experiencia cristiana sabemos que la densidad de la noche no está reñida con la desesperanza y quizás esa es la mayor fuerza que nos regalan los y las migrantes. La esperanza atraviesa concertinas y genera resilencias y sí se puede, sostenidos por el coraje colectivo, como cuando los compañeros y compañeras resisten una deportación en un vuelo de la vergüenza, o una empleada de hogar sin papeles gana a su empleadora en un juicio, o un grupo de inmigrantes se organizan para saltar al grito de “bossa” desde los montes de Nador. De los ciclos naturales aprendemos que el invierno o la noche, aun con toda su dureza, son un tránsito, porque la aurora está en camino. Los mercados no pueden tener la última palabra sobre la historia y declarar quién es útil y quién descartable o sobrante.

“La misericordia no es una virtud privada, sino la esencia entrañable de Dios que se expresa en los nombres de su
revelación en la nueva Alianza”

LA MISERICORDIA DESDE UNA PERSPECTIVA BÍBLICA
La misericordia es el amor que brota de la entraña de Dios. No es una virtud privada, sino la esencia entrañable de Dios que se expresa en los nombres de su revelación en la nueva Alianza con el pueblo como: el Dios todo compasivo, paciente, misericordioso y fiel (Éx 34,6-7) y que en Jesús de Nazaret encuentra su plenitud y se historiza como misericordia en acción, misericordia en relación (Mt 25,31-46). En la mentalidad judía la misericordia se halla en confluencia con dos atributos de Dios: la compasión (rahamin) y la fidelidad (hesed). El primer término expresa el apego instintivo de un ser a otro, la conmoción de entrañas traducida en actos de amor, amor ternura o perdón. Dios es por tanto rahum (rehem): amor entrañable. Es decir, cuidado de una madre, que hace brotar vida de sus entrañas y vela por ella de manera casi instintiva. La misericordia implica mispat, es decir, justicia, protección a los pobres, solidaridad, fuerza. Implica también hesed (incondicionalidad y ternura), eleos (piedad, justicia compasiva) y emunah (verdad, firmeza). La misericordia es pues el que brota de la entraña y se desborda en ternura y cuidado y justicia más alla de la legalidad (Mt 12,4; Lc 13,10-17).

La historia de la salvación está atravesada por el torrente de la misericordia de Dios que desborda ternura, perdón, fidelidad a prueba de todo y que mueve a quien la experimenta a ser cauce de ella, al “ve y haz tú lo mismo”, que Jesús va a anunciar en la parábola del samaritano y a hacer histórica con su vida.

EL SAMARITANO, ICONO DE LA MISERICORDIA DE DIOS (LC 10,25-37)
La parábola del samaritano aparece en el evangelio de Lucas en un contexto claramente provocador: en la subida a Jerusalén. Jesús plantea a sus seguidores y seguidoras las exigencias de la vocación apostólica poniéndoles sobre aviso de algunas tentaciones que pueden acontecerles por el camino: el poder, el prestigio y el narcisismo ególatra. En este contexto los remite al misterio más hondo del Evangelio: el deseo de Dios de revelarse y darse a conocer a los pobres y a los pequeños en contraste con las resistencias y dificultades de los sabios y entendidos de los que creen poseerle. En la conversación las palabras de Jesús se ubican en el “paradigma de la sensibilidad” sostenido en la imagen de un Dios todo gratuidad y por eso accesible a los últimos y últimas, a los que se sienten y sin derechos. Sin embargo, la irrupción de la pregunta del hombre de la ley quiebra este orden e introduce en el diálogo el “orden jurídico” y la imagen del Dios “capitalista”, el dios de la ganancia y el mérito: según lo que me des te doy. Jesús no entra en este orden y responde al maestro de la ley con otra pregunta para que él saque sus propias consecuencias, pero este insiste. Jesús entonces, rompiendo el círculo de la abstracción de su interlocutor, lo remite a la praxis histórica, a la honradez con lo real, a la razón compasiva, que siempre va más allá de todo marco preceptual. En este contexto Jesús narra la parábola.

Pepa Torres Pérez
Extraído de Teología de las periferias. De amor político y cuidados en tiempos de incertidumbre, editorial San Pablo.

[1] AGRELO, Fe contra el mal (14 de octubre de 2016), en http://www.vidareligiosa.es/blogs/guantedeseda/?p=723  

[2] CHOMSKY, en https://elpais.com/internacional/2016/11/06/actualidad/1478427636_570104.html

[3] G. GUTIÉRREZ, La densidad del presente, Instituto Bartolomé de las Casas, Lima 2003, 428.