6 de junio de 2021
1382 • AÑO XXIX

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Mártires laicas, murieron dando testimonio de fe

Las tres enfermeras de Astorga

Damos a conocer la vida de tres enfermeras laicas, hermanas de la Cruz Roja, María Pilar Gullón, Octavia Iglesias y Olga Pérez-Monteserín. Vinculadas a la diócesis de Astorga, las tres murieron al decidir no huir de las tropas y quedarse al lado de sus pacientes,  dando testimonio de fe durante los años de persecución religiosa del pasado siglo XX.

María Pilar Gullón era veraneante madrileña en Astorga. La religiosidad de su familia favoreció en ella un crecimiento espiritual armonioso, comprometiéndose en la colaboración asidua en la parroquia y en varios servicios de carácter social, lo que hoy llamaríamos voluntariado; lo había aprendido pues en familia, ya que su madre y su abuela materna ocupaban cargos en la sección de señoras de la Cruz Roja de Astorga.

Se había trasladado allí con su madre después del estallido de la guerra. Se trasladaron allí el 16 de julio de 1936, la vigilia del inicio de la Guerra civil, considerando esta ciudad un lugar más seguro, vistas las agitaciones públicas y las hostilidades cada vez más amenazadoras que se prospectaban en la capital.

Octavia, natural de Astorga, estaba dedicada al cuidado de su padre anciano y enfermo, y después a su madre, en un ambiente familiar muy religioso. Formó parte de la Acción Católica, de la Asociación de las Hijas de María y del Corazón de Jesús, asociaciones interparroquiales de Astorga; era catequista y con una amiga visitaba los barrios necesitados de la ciudad.

Olga nació en París el 16 de marzo de 1913. Era hija del famoso pintor Demetrio Pérez-Monteserín. Tenía 7 años cuando toda la familia se instaló de nuevo y definitivamente en Astorga. El ambiente de los Pérez-Monteserín no era tan profundamente religioso como el de Pilar y Octavia pero sí era una familia de raíces católicas. A Olga la recuerdan como una joven alegre, positiva, siempre sonriente.

Capa de las enfermeras de la Cruz Roja.

VOLUNTARIAS EN LA CRUZ ROJA
Como el conflicto se alargaba y el número de bajas y heridos iba en aumento, el presidente de la Cruz Roja de Astorga solicitó que se pudiese celebrar un curso de damas enfermeras. Al saber de la necesidad de enfermeras que pudiesen auxiliar a los soldados heridos, y ante la publicitación a mediados de agosto de estos cursos rápidos e intensivos de primeros auxilios y cuidados de enfermería ofrecidos por la Cruz Roja.

Pilar decidió matricularse junto con su hermana María del Carmen, su prima Octavia, y su amiga Olga, entre otras. La finalidad principal que les movía era servir de socorro y alivio de manera altruista a quien lo pudiera necesitar en las terribles circunstancias de la guerra. Después de realizar este curso intensivo con las correspondientes prácticas, a las tres jóvenes se les presentó la posibilidad de ser útiles en el mismo campo de batalla.

El médico y las enfermeras tuvieron la oportunidad de huir, pero no lo hicieron para no abandonar a los pacientes y asistirlos hasta el final.

La vida en el hospital, en el que se recibían y atendían a heridos de una y otra parte, se conoce gracias a una misiva de Pilar Gullón, donde describe detalladamente una jornada que corresponde, al parecer, a un domingo. Escribe así Pilar: “Octavia y Olga arreglaron la habitación y yo estuve pasando reconocimiento con el médico y el practicante; vimos a unos ocho enfermos, y luego pasamos a visitar a los cuatro que había en cama, todos ellos pasaron la noche bien y por la mañana no tenía ninguno fiebre; estando con ellos me llaman Octavia y Olga, diciéndome que habían llegado de Astorga en un auto Santiago Herrero, Pepe Aragón y el Comandante Chinchilla, y nos traían cuatro o cinco paquetes con los encargos que habíamos pedido. Nos traen sábanas y fundas para la enfermería, camisas y calzoncillos para los soldados, y las cazuelas y un cazo para hervir y cocer lo de los enfermos, también nos traen a Olga y a mí las capas azules que tanto deseábamos, y batas blancas y delantales: las capas nos han gustado muchísimo, y tanto Olga como yo estábamos locas de contentas”.

Cada ocho días se irían sustituyendo los equipos de voluntarias; sin embargo, pasado el primer turno, las Pilar, Octavia y Olga permanecieron voluntariamente sin tener que ser sustituidas. Algunas semanas después, el 22 de octubre de 1936 el Ejército republicano asaltó el Puerto y consiguió conquistarlo. Las tropas republicanas invadieron la zona y ocuparon el hospital donde Octavia, Pilar y Olga ejercían como voluntarias.

Apenas entraron los milicianos en el hospital, los soldados heridos fueron fusilados, 21 consiguieron escapar y los demás – los mandos, cerca de 70 soldados, el médico y las tres enfermeras – fueron arrestados. Los cabos y soldados apresados fueron llevados a Gijón y entregados al Departamento de Guerra del Comité Provincial del Frente Popular; los mandos militares, el capellán, el médico y las enfermeras fueron trasladados hasta Pola de Somiedo para ser entregados al Comité de Guerra.

Desde el primer momento, las enfermeras fueron consideradas cristianas practicantes hasta tal punto que las confundían con monjas, y ello porque, en efecto, no escondieron su identidad cristiana y rezaban continuamente

El médico y las enfermeras tuvieron la oportunidad de huir, pero no lo hicieron para no abandonar a los pacientes y asistirlos hasta el final. Desde allí siguieron hacia Pola, a unos 8 km de distancia, divididos en dos grupos: uno formado por las enfermeras y dos voluntarios falangistas, y otro por el resto de militares. Quienes las vieron recuerdan bien cómo bajaban desde el monte estas tres jóvenes cabizbajas y cansadas del camino, y a los soldados prisioneros, todos ellos atados de dos en dos. Una vecina del lugar les dio agua a todos, y escondió en una cuadra a uno de los soldados que consiguió escapar, convirtiéndose así en testigo ocular de lo ocurrido. En el Comité local de Pola de Somiedo hubo violencias y se verificó el fusilamiento de algunos superiores militares de las tropas nacionales, ajusticiados sumariamente: en el prado de la cuerda se fusiló a cinco mandos militares y a un capellán. A Pilar, Octavia y Olga no las mataron inmediatamente, sino que fueron llevadas a la casa del médico de la zona y entregadas a manos de los milicianos, que las torturaron y violentaron durante toda la noche, mientras un carro – sobre el que habían colocado el cadáver del capellán – giraba alrededor de la vivienda para impedir con su ruido que se oyeran los gritos de las enfermeras.

Parroquia de San Bartolomé.

“AQUÍ ESTÁN, REZANDO”
Desde el primer momento, las enfermeras fueron consideradas cristianas practicantes hasta tal punto que las confundían con monjas, y ello porque, en efecto, no escondieron su identidad cristiana y rezaban continuamente. Recuerdan los testigos que lo vieron que varias veces, durante la prisión, iban preguntando por las tres monjas, así las llamaban y por tales eran tenidas, para cerciorarse de que estaban allí, y el centinela siempre contestaba, mostrándolas con estas palabras: “Aquí están, rezando”. Y rezando estuvieron todo el tiempo, señal evidente de su conformidad con la voluntad divina.

Si el hecho de prestar servicio en un hospital de la zona nacional podría hacer creer a los republicanos que estaban al servicio de dicha zona aun siendo claramente reconocible el distintivo de la Cruz Roja y por tanto su imparcialidad, la manifestación de fe a través de la oración y de los objetos religiosos que tenían consigo llevó a los milicianos a concentrar la atención en la fe de estas tres mujeres, y de ahí, como recuerdan testigos oculares, que les pidieran renegar de Dios y de la Patria, pero ellas respondieron valientemente que «por Dios y por España se muere solo una vez». Los mismos milicianos varones trataban de interceder en su favor siempre que desistieran de sus convicciones, oponiéndose las tres a ello.

En el fusilamiento participaron algunas milicianas que, en este caso como en otros ya conocidos de la persecución religiosa, mostraron singular crueldad hacia las víctimas. Para hacerles más penoso el sufrimiento, las milicianas, con su sadismo característico, exigieron que fueran paseadas por el pueblo atadas, en el siguiente orden: en los extremos distales dos falangistas, en el centro del grupo Pilar y a los laterales Octavia y Olga, disparando primero sobre los dos falangistas, y al caer éstos exánimes, presionaron de nuevo sobre las enfermeras sin obtener resultado alguno; el siguiente intento fue dirigido sobre Olga y Octavia, quedando solo con vida y de pie Pilar, que, arrastrada por la caída de los cuerpos de sus Compañeras, cayó también ella.

Murieron gritando "Viva Cristo Rey, Viva España" en lugar del "Viva Rusia" al que le instigaban las milicianas. Sabemos que el grito de Viva Cristo Rey de parte de los condenados era frecuente, aunque a veces tuviera también un significado político, pero en boca de tres mujeres de fe como Pilar, Olga y Octavia, asume un valor del todo espiritual. Sólo ese fue el móvil que llevó a quitarles la vida; ningún otro motivo tenían para ello, puesto que la tesis de la venganza de una de las milicianas por la muerte del marido se demuestra absolutamente falsa al resultar en la documentación quien fue la persona concreta sobre la que se vengó dicha muerte.

Los cuerpos fueron abandonados durante un día entero en el lugar del martirio, un prado situado a las afueras del pueblo, entre la carretera y el río, frente al palacio de Flórez Estrada, y fueron vistos por muchas personas de la zona; solamente al llegar la noche fueron recogidos y sepultados en una fosa común, junto a los falangistas asesinados, a quienes los asesinos habían previamente obligado a excavar dicha fosa donde luego serían enterrados todos.